Autopia

La Tierra abrió sus brazos y miles de planetas amigables esperan su semilla colonizadora. Aunque todas las Utopías son imperfectas e irrealizables a largo plazo. Pero ¿cómo sería la utopía definitiva?

Desde Argentina el escritor Antonio alejandro Galland nos complace con una historia para el Desafío del Nexus de este mes, en donde descubriremos la utopía mas perfecta:

Autopia

Mauricio y su comitiva llegaron a Autopía tras diecinueve años de Suspensión Animada Asistida (SAA), guiados por la IA de su nave madre: La Carlomagno XVI.

Eran casi ciento cincuenta pasajeros con treinta tripulantes más unos catorce niños y bebes que nacieron en el trayecto. La tripulación solo podía darse el lujo de tomarse cuatro o cinco años de SAA en turnos de diez a la vez, siempre y cuando no hubiera alguna emergencia. Así que era natural que en una nave destinada a la migración espacial con ansias de terraformar nuevos mundos las hormonas reproductivas estuvieran un poco alborotadas, con todo el viaje transcurrió sin incidentes.

Autopía por su parte había sido promocionado por el Alto Mando Colonizador; después de quedar saturada la última oleada migratoria a los clásicos Arcturo, Aldebarán, Vega I y II, los archi trillados Nueva Terra, Nueva New York y demás nombres predecibles (¿por qué siempre deben ponerle así a los planetas? ¿No leyeron la cantidad de novelas, cuentos y cuanta serie de ciencia ficción del prehistórico siglo XXI que usan esos nombres?); bien, como decía, era el primer planeta que no necesitó terraformarse. O sea (para aquel viajero estelar novato que no entienda ni jota de lo que hablo, significaba que no había que trabajar en hacer que el aire sea respirable, luchar con fauna o flora potencial o altamente peligrosa, ni complicarse mucho la existencia para hacer crecer una semilla de un suelo árido o peor aún, altamente venenoso) O sea que ya estaba así desde antes de ser descubierto. Se parecía a la Tierra hasta el quinto decimal. Tanto, que bien se podía cambiar la escala y poner a Autopía de referente en lugar de a nuestro odiado planeta natal, ya destruido por nuestra propia naturaleza humana. Por eso lo elegí. Y si extrañan al narrador omnipresente de tercera persona, díganle adiós, ya que acabo de tomar el poder de la narración de este relato. Y si por si no se dieron cuenta: Yo soy Mauricio. ¡Hola!

El slogan que invitaba a la migración rezaba: “Autopía: Un nuevo Edén en una nueva era dorada…”. “Libre albedrío”. “Paz absoluta”. “El lugar donde la rectitud es un estilo de vida.” “No se permite ningún tipo de violencia”. No era de extrañar… Todos los planetas necesitaban mano de obra para las fábricas, la construcción de ciudades, de los nuevos rascacielos, la extracción de materia prima para ello, personal para las canteras de piedra, de mármol, recolectores de arena, trabajadores de vitrales, excavadores de minas, trabajadores de los campos, pastores de ganado vacuno, bovinos o de “ganado de cardumen cetáceos” (incorrecto pero popular uso común). En fin todo lo que necesita un nuevo planeta para ponerse al orden del día. Comenzar con el crecimiento poblacional, cada uno con sus reglas algunos más permisivos pero la gran mayoría aprendiendo del gran error de milenios implementando severas políticas ecológicas y controles de natalidad y de especialización poblacional regulado, planificado, proyectado y recalculado con la ayuda de los siempre leales computadores de inteligencia artificial que nos habían permitido alcanzar por fin las tan ansiadas estrellas.

Pero las cosas no parecían funcionar así en Autopía. Poco semanas después del arribo los componentes de silicio comenzaron a degradarse hasta derretirse por completo. En otras palabras nuestra hermosa La Carlomagno XVI con sus quinientos metros de largo, su esfera central zoológico-invernadero, su estructura alargada y helicoidal de cuatro niveles, su puente de mando, sus jardines hidropónicos, sus motores de traslación taquiónica: todo aquel hermoso himno a la ingeniería humana comenzó una lenta curva de colisión, irremediable, hacia uno de los casquetes polares que de pura casualidad: en el momento que se temía una explosión de una magnitud de varios miles de megatones, aquel cuerpo inerte cayó en el interior de una fosa marina de quince kilómetros de profundidad. Pero no es justo que me adelante a los hechos. Retrocedamos al día de nuestra llegada…

Las naves de desembarco llegaron en grupos de a tres trayendo a su preciada carga al planeta: Nosotros, por supuesto. Desde el principio notamos algo raro. Al abrirse la escotilla el aroma respirado era, ¿cómo decirlo y no sonar cursi? Embriagador cuando menos. El sol brillaba diáfano a lo lejos, los campos eran verdes y extensos hasta donde la vista alcanzaba a verlos fundirse con un cielo azul zafiro. Escuchábamos el trinar de los pájaros como si estuviéramos en primavera caminando por un prado terrestre. A cada costado de la puerta dos largas hileras de niños a la izquierda, niñas a la derecha, nos recibieron con guirnaldas de flores que colocaban tras un afectuoso abrazo y un beso, alrededor del cuello de cada uno de los recién llegados. Al final de aquel puente de flores nos esperaban hileras de mesas llenas de frutas y platos delicadamente preparados tanto terrestres como locales. La variedad era tal que nuestros paladares quedaron saturados de sabores en minutos, y nuestros estómagos (acostumbrados a casi puras proteínas sintéticas) saciados en mayor tiempo.

No terminó allí nuestro asombro. Antes de concluir la bienvenida nos dieron los mismos panfletos ilustrativos del inicio del viaje diciendo, mientras un señor bajito, algo gordinflón con el aspecto de un alcalde o similar nos explicaba las reglas de su planeta.

Lean atentamente nuestras reglas y todos nos llevaremos bien con Autopía. Este es nuestro mundo y nos cuidará mientras nosotros lo cuidemos. —Nos daba la mano uno por uno y no se cansaba de repetir esas palabras. Al final nos condujo a unos carruajes remolcados por una especie de caballo de dos cabezas y seis piernas, con el tamaño aproximado de un toro adulto, (algo muy pintoresco como bienvenida pensé entonces). Y terminamos nuestro primer día en unas cabañas de madera, bien construidas y resguardadas de la intemperie y del fresco viento nocturno, por una densa capa de enredaderas entretejidas a lo largo de las paredes y el techo de dos aguas. Hermoso detalle.

Estábamos tan agotados por el cambio de casi cero gravedad a uno, por las emociones de la jornada que nos dormimos nomas sentar cabeza, sin preguntarnos donde estaban las reglas de preliminares de convivencia, ni los protocolos de reproducción, ni por el sistema de generación de bienes de cambio, uso y valor.

Yo fui uno de los primeros, ya que siempre me gusto madrugar, aún con ciclos regulados de luz artificial. Me levanté como les decía cerca de lo que serían las cinco de la mañana para disponerme a ver el primer amanecer. De vuelta se repetía. El murmullo de la fauna matutina, un arroyo algo cercano que por primera vez me permití escuchar. El sol que segundo a segundo pintaba acuarelas irrepetibles en el infinito manto del cielo haciendo que mi corazón latiera descontroladamente. Anhelaba intensamente poder encontrar un árbol frondoso donde reclinarme y esperar sentado a que culmine la aurora, cuando lo percibí a mi izquierda, alto, más que alto, inmenso, su copa perfecta dibujándose contra un cielo que se peleaba entre el violeta el anaranjado y el celeste del amanecer. Caminé como un sonámbulo hacia él y tras veinte minutos embelesado por mi entorno, cuando miré hacia las cabañas que estaban a mis espaldas, a unos cincuenta metros quizás: percibí mi primera inquietud.

Las paredes eran de una madera marrón de buena dureza. Bien encastradas pero no había ni rastros de las enredaderas nocturnas. ¿Algún tipo de fauna que se repliega a la luz del sol? Raro, pensé, por lo general en todos los planetas conocidos, los sistemas de fotosíntesis, fototropismo y geotropismo son similares. No recuerdo un sistema arbóreo que rehúya del sol. Me acerqué lentamente y palpé las paredes con más detalles. No pude distinguir intersticios entre tronco y tronco, es más, no había clavos, ni restos de pegamentos, ni sistema de fusión térmica. La casa (y era una casa enorme… de cuatro o cinco ambientes), no tenía uniones en las esquinas, no encontré rendijas en ningún sitio, las únicas aberturas que encontré eran las puertas y ventanas y aún estas se fusionaban al resto de la casa con rebordes y apliques, las bisagras o goznes de las ventanas y puertas estaban hechos de madera. En otras palabras la construcción de una sola pieza, como si hubiera crecido de la nada con esa forma. Algo anonadado, me dirigí a la cocina y busqué una hornalla para prepararme café, más solo encontré más frutas. Y en lugar de cocina, un caldero armado sobre un círculo de brasas con forma de piedras, con agua a punto de hervor. A un costado una mesa y más arriba sobre la pared una estantería con algunos frascos de vidrio con hierbas aromáticas, por suerte estaban etiquetadas en ingles galáctico estándar y en alguna se pudo leer “té verde”, a falta de café, me decanté por aquella infusión. Había un cuenco pequeño de madera que usé a modo de taza y me senté a un costado del gran tablón que vestía la sala principal. Al cabo de unos minutos se despertó el resto de la compañía. Éramos seis en aquella casa, mi compañera y dos parejas más, de un sector lejano de la nave con la cual tuve antes trato mínimo. Mi compañera se llamaba Elena, las parejas Carlos y Esteban, Lucas y Fabiana. Habrán notado que no uso apellidos, no es una pereza del escritor. El apellido lo íbamos a elegir en el momento de tener un territorio fijo. Atrás quedaban los títulos nobiliarios y árboles genealógicos. El voluntariado a Autopía imponía esas (entre otras) condiciones antes de subir a la nave y todos nosotros habíamos firmado dicha concesión.

Resultaba atractivo. Era un verdadero reset. Aunque dudaba como lo harían Carlos y Esteban, si bien no había ya los traumas ni rechazos intersexuales; en un planeta nuevo donde se buscaba la fertilidad, la procreación a corto, mediano o largo plazo, el homosexualismo resultaba poco útil. De todas formas no era asunto mío aunque el tal Esteban no me caía del todo bien, por no decir que me caía mal. Era arrogante y prepotente, hacía sentir a Carlos como una basura apenas se demoraba con el cuenco, o no le servía la infusión a la temperatura de su agrado. Nos resultó extraño a Elena y a mí que tales características no hubieran salido a flote en los test de selección. Tras algunos incidentes que Lucas y yo intentamos apaciguar con alguna que otra broma, el desayuno paso sin novedades, luego de levantada la mesa, nos sentamos a planificar nuestras futuras vidas. Para empezar nuestros anfitriones aun demoraban su visita matinal prometida y yo aproveché para contarles mi descubrimiento de las cabañas. Entre todos admiramos la construcción y debatimos varias posibilidades no llegando a ninguna conclusión aun con Lucas como especialista arquitecto. Al rato decidimos dar un vistazo por los alrededores, tras lo cual saque mis largavistas de mis valijas, protector solar, un sombrero una camisa mangas largas color caqui y cargué mis cantimploras con agua y una pequeña mochila con frutas de diferentes tipos. Elena eligió vestir unos pequeños shorts vaqueros con una camisa de mangas cortas anudada casi en la cintura. También llevaba víveres y agua, y un sombrero parasol de dama clásico. Cada vez estaba más enamorado de ella aunque le advertí que se cambiara la camisa y los shorts por camisas y pantalón largo hizo caso omiso a mi consejo. No eran celos. Los mosquitos (si es que no había algo peor que eso) iban a hacer estragos en esos brazos y piernas antes de llegar al mediodía. Lucas y Fabiana iban los dos de unos monos de exploración amarillos con sus respectivas mochilas. Carlos y Esteban en cambio salieron ambos con camisas verde camuflaje y cada uno cargaba rifles de aturdimiento. Las armas más nocivas que había en todo el planeta. Disparadas a quemarropa y a unos tres metros, solo causarían una quemadura leve y un gran dolor de cabeza al despertar.

¿Para que llevan eso? Es zona pacífica, nos informaron ayer que no sería preciso el uso de armas. —Pregunté algo extrañado, siempre me molestaron las armas, aún las inofensivas.

No te metas en lo que no te importa, idiota. —Respondió esteban acercándose a la altura de mi vista y con el rifle levantado hacia arriba y remontado. Admito que trague saliva, pero me irritó mucho esa conducta. Envalentonado por mi pequeña ira dije:

Tu actitud es reportable al superior…

Mira, pelele, aquí ya no hay superior. Yo voy a tomar lo que quiera con mis manos porque yo lo quiero. Si me dices algo, el rifle que tengo en mis manos será el menor de los objetos que tendrás que sacar de tu anatomía… —Carlos justo dijo algo y se lo llevó lejos de mi vista.

¿Así será en todos los planetas? Todo es paz y armonía hasta llegar pisar tierra y comenzar con la tiranía, ¿sería infinita la lucha por la igualdad ya no en la tierra, sino en el espacio? Cavilaba en aquellas caminando por el prado cercano cosas cuando sentí un disparo a mi derecha y unos gritos desgarradores. Y allí cobró magnitud lo que apenas percibía desde mi llegada.

Carlos aferraba a Esteban que ¿se caía? ¿era tragado? por un agujero en la tierra, a la par se veía el rifle y unos metros más lejos el nido de unas aves parecidas a unos gorriones con dos pares de alas, desparramado por el suelo con algunas aves moribundas por el impacto.

No entendía los gritos entrecortado de ambos. Mientras Esteban luchaba por aferrarse al borde de aquella grieta que lo succionaba, sujeté como pude un brazo y tiré para arriba con la sorpresa que lo único que lograba era que no siguiera descendiendo pero en ningún momento pudimos entre dos, y luego entre tres cuando se acercó Lucas lograr que ascienda un milímetro.

¿Qué pasó? —Preguntaba Lucas sin dejar de jalar. Carlos entre llantos de desesperación respondía con ráfagas de palabras que pudieron interpretarse como que segundos después de disparar contra el nido el piso se abrió bajo los pies de Esteban y comenzó a comerlo. Atónitos al escuchar y comprender aquello, Lucas y yo sin querer, nos quedamos viendo incrédulo a Carlos relajando nuestros músculos apenas unos instantes. Pero fue demasiado… La tierra se lo trago y sus gritos pudieron escucharse por largos minutos. Mientras la grieta se cerraba lentamente hasta convertirse en suelo nuevamente.

Incluso Carlos dejó de lloriquear ante esto. Nos quedamos mudos y nos alejamos corriendo de aquel sitio rumbo a las cabañas. La comitiva de bienvenida del día anterior nos estaba esperando impaciente.

Lamentamos nuestra tardanza. Un incidente en el grupo de cabañas del oeste nos retuvo más de lo previsto… —dijo Marcos Colina Baja: el mismo anciano regordete del día anterior. Y al ver los ojos de Carlos y contar nuestro número agregó—: Un incidente similar al vuestro, al parecer.

¿No les parece que deberían habernos avisado de esto? —Amenazó prácticamente Lucas.

Lo hicimos, de veras, ¿para que creen que fueron todos los test que ordenamos hacerles antes de partir? Todo tenía su fundamento. Al revisar las copias de los informes de reclutamientos descubrimos ciertas anomalías en varios pasajeros, lamentablemente llegamos tarde para advertir a dos de ellos. Esteban… Había trucado los informes para poder salir de Tierra ya que escapaba de la ley. Nuestros psicólogos detectaron las incongruencias y nos ordenaron prevenirle por su propio bien. Además: ¡Le advertimos al llegar que leyeran nuestras reglas! —intentó decir severamente enojado aunque muy afectado para ser creíble. —No nos podemos hacer responsable por vuestras acciones.

¡Que reglas! —Dijo Lucas muy enfadado—, solo nos dieron panfletos de propaganda.

Son todas las que necesitáis. Autopía es el hogar donde no existen los actos dañinos. Son altamente penados. Severos castigos pueden acarrear tal conducta. Cuando no es la muerte es algo peor. Y el único tribunal, juez, jurado y verdugo es nuestro planeta.

¡No mames! —Dijo Fabiana altamente irritada—, jauría de locos… a mí nadie me dijo nada. —y mirando a Lucas dijo sentenciosa:

Yo aquí no me quedo ni medio día más. —y se dio vuelta a buscar sus cosas. Pero Marcos la detuvo diciéndole:

Ya es tarde. —Y se encogió de hombros—. Nadie sale de Autopía a menos que Ella así lo decida.

No comprendo cómo podrías impedirnos regresar en nuestros botes de desembarco y alejarnos de aquí como alma que lleva el diablo. Nuestra El Carlomagno XVI tiene una autonomía de vuelo de 150 años. Encontraremos un sitio mejor que este manicomio. —Dijo Lucas decidido.

No crean que ya lo intentamos. Desde que la primera oleada hace más de dos siglos comenzó a percibir ciertas anomalías, pero nos fue imposible. El que tomaba la decisión de irse… Le pasaba lo que a su compañero. No solo eso. Al principio impusimos ley, policías, ordenanzas, reglas, de nada sirvió. Solo hizo empeorar las cosas ya que Autopía nos hacía cumplirlas a rajatablas. Se imaginan al principio cuando podíamos tener automóviles o aerodeslizadores que si alguien no respetaba un semáforo, una señal de advertencia; aún a altas horas de la noche, aquel vehículo era devorado con todo su contenido. Si alguien robaba era deglutido y lo robado escupido. Castigos peores hubo para los violadores.

Se hizo un silencio de muerte nos miramos entre todos pero yo hice la pregunta que faltaba:

Pero ¿porque no pudisteis escapar, que razones tiene este planeta para impedirlo?

Mantener el secreto. —El planeta de a poco descubrió que nos necesita, si alguien de afuera se enteraba las migraciones iban a cesar. Él nos da todo a cambio, alojamiento, comida, calidad de vida. Yo llegué con principio de pulmonía y adicción al café. Aquí no existe el café, ¿sabían?

Una razón más para irme. —Dije sin poder creerlo. —¿Cómo no avisaron antes? Este sitio está maldito. —apenas si murmuraba las palabras tenía miedo de que el planeta escuchara.

Marcos adivinando mi actitud, dijo: —Ni siquiera hace falta que hables, con solo pensar, eres juzgado. No cometan actos de corrupción, no piensen en el perjurio, no engañéis a vuestras parejas ni siquiera de pensamiento. Hay muchos amigos míos de años que desaparecieron a la par mía de la nada. Sin explicación alguna. Autopía no las da. —Miró a cada uno del grupo en forma sentenciosa—, les dará los que precisen, sólo lo que no haga daño a su ecosistema. Si precisáis ingerir carne os dará un conejo, una vaca o un ave muerto. Más no les dejará matarlos. Si necesitáis medicamento os lo proveerá, si vuestra enfermedad no tiene cura arreglad vuestros asuntos personales pronto. Que aquí no hay cementerios. Cuando vuestro dolor sea insoportable os llevará.

Si prometemos no decirle nada a nadie y ya mismo abandonamos el planeta, ¿nos dejará partir? —preguntó Elena con lágrimas en los ojos.

Incluso aunque os dejara partir ya es demasiado tarde. Vuestras naves de desembarco se contaminaron con nuestra atmosfera y regresaron a la órbita. Allí el mismo aire contaminará el resto de los sistemas en cuestión de horas. A estas alturas se inició un proceso de degradación irreversible. No quedará ningún sistema artificial, mecánico, electrónico en condiciones, pronto la misma nave madre caerá a tierra. Tienen semanas a lo sumo para rescatar todo lo que sea orgánico y viable de ella.

A Carlos no le pareció divertido, ni lógico, ni agradable la idea. Dio un grito y se lanzó iracundo al cuello de Marcos mientras él, solo atinó a menear la cabeza. Nunca pudo tocar a nuestro regordete anfitrión. Dos pasos antes, cientos tentáculos verdecarnosos con grandes púas ganchudas por espinas, se aferraron a sus extremidades, su torso y cuello arrastrándolo a una grieta que se abrió en el mismo piso de madera de la granja donde estábamos manteniendo esta charla. Esta vez nadie atinó por atraparlo. Vimos como la grieta se cerraba y los aullidos de desesperación se perdían en las profundidades de la tierra.

Luego Marcos Colina Baja nos miró a todos nuevamente con su agradable sonrisa y ya no nos pareció tan falsa: —¿Ya vieron las piedras brasero? Cuando yo descubrí que eran círculos alimentados por una corriente magmática subterránea no podía creerlo. Permítanme que les muestre como aumentar su intensidad, —lo acompañamos en silencio mientras seguía hablando como un guía turístico ansioso de revelar secretos ancestrales… —Aquí los inviernos suelen ser muy duros. Autopía nunca querrá mimarnos demasiado, piensa que la adversidad forja el carácter. Pasen por aquí, ya les explico luego el sistema de cloacas, es realmente brillante… y los sitios recreativos para viajar en vacaciones, son maravillosos… Les conté por qué tome el apellido Colina Baja… Todo comenzó una tarde a mediados de verano…

Fin

Muchas gracias Alejandro, gran historia, creo que lo que mas me gustó fue la actitud del Alcalde.

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Lobo7922

Creador de La Cueva del Lobo.

Desde muy joven me sentí fascinado por la Ciencia Ficción y la Fantasía en todas sus vertientes, bien sea en literatura, videojuegos, cómics, cine, etc. Por eso es que he dedicado este blog a la creación y promoción de esos dos géneros en todas sus formas.

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5 comentarios

  1. Desesperante, Poeta. Decripciones del medio ambiente, como podía suponerse, líricas y bucólicas, pero la perfección opresiva de Autopia es angustiosa. El tema me trajo, inevitablemente, a la memoria desde Gaia de Asimov, pasando por Solaris de Lem hasta la «utópica Utopía» de Moro. Buen cuento, bien narrado y me gustó. Bienvenido a la Cueva, Poeta.

  2. Recuerdo esta historia con agrado me encantaban estos desafíos. Hoy volví a leer el comentario de Ermanno y me emocioné

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