UN VERDE NAVIO

¿Es el viaje más alucinante aquel del cual no conocemos su destino? ¿Y será posible hacer en grupo tal tipo de viaje maravilloso? ¿Y qué pasaría si ese grupo de viajeros pertenece a diferentes épocas? ¿Cuál sería el factor común en ese grupo de viajeros? ¿Y la invitación? ¿Cómo nos llega o cómo la enviamos? ¿Y el factor tiempo? ¿O tal vez el tiempo no exista en esa clase de viaje? Cuando en la vida se nos presenta la necesidad de alejarnos de una cruda circunstancia, la opción de un viaje donde podamos ver y vivir lo que hasta el momento no ha sido posible parece una agradable perspectiva.

Joseín Moros nos complace una vez mas con una nueva historia para el Desafío del Nexus:

 UN VERDE NAVÍO

 El ruido de las olas es monótono y tranquilizante, el cielo es una sopa de pintura roja, amarilla y blanca, allí alguien mezcló los colores haciendo rayas horizontales con un tenedor.

Un hombre un poco encorvado, descalzo y con gorra azul, camina por la arena. Sólo piensa en su próxima muerte, el viaje donde conoce el puerto de salida pero no el de llegada. Las huellas de sus pies se pierden en la lejanía, muchas veces borradas por alguna ola solitaria decidida a sucumbir más lejos. Tal vez también así fue su vida: una serie de borrones apenas rozando la arena.

Aunque es un atardecer tropical además de la gorra azul el caminante lleva chaqueta gris claro, de vez en cuando se estremece por el frío, nadie más lo puede sentir. Es el único vacacionista, la temporada no ha comenzado, él vino a morir mirando el mar.

Un destello en movimiento atrajo su mirada, es un objeto brillante luchando contra las suaves olas. Lo vio insistir, como sí combatiera por liberarse de los dedos acuosos.

De repente el hombre se vio corriendo. Hace mucho tiempo no lo hacía y su cuerpo tembloroso intenta desobedecer la sorpresiva orden para realizar una tarea por encima de sus fuerzas.

Jadeando logró atrapar una botella de vidrio verdoso. La levantó, sintiendo la misma emoción de haber rescatado un náufrago o atrapado una sirena y cayó sentado en el agua. Con la tenue luz crepuscular vio dentro de ella un papel enrollado y un mechón de pelo descolorido, anudado con elegancia, eso le pareció. Tocó el corcho, lo sintió pétreo, llorando abrazó la botella y con sus uñas arrancó las formaciones marinas, ellas habían intentado hundirla en las profundidades. Pasados unos minutos se levantó con esfuerzo y despacio regresó al hotel donde bellos momentos de su vida había vivido.

Sentado frente a la mesa del comedor, el hombre logró desmenuzar el corcho petrificado con el mismo cuidado como se tratan los resucitados. Extrajo el papel grueso y amarillo. Un olor extraño salió de la botella y también emanaba del papel. Eran tres hojas y tardó largos minutos para separarlas. Luego las extendió sobre el mantel de tela blanca, descubrió sorprendentes símbolos y dibujos. Con la cámara de su teléfono celular las fotografió y trasladó las imágenes a una costosa laptop.

Sacó vino del refrigerador —el precio de este licor superaba el salario mensual de un gerente de hotel—, pero no bebió, sólo quería un corcho. Sus manos temblaban de fatiga y aun así no se detuvo.

Con ayuda de un diccionario en línea inició la traducción de los difíciles símbolos. Mientras fue traduciendo de vez en cuando miraba el horizonte por una ventana panorámica, la noche llegó y allí la diferencia entre el mar y el cielo eran los millones de estrellas.

A mitad de la madrugada escribió un documento adicional en su propio idioma, a pesar de los temblores tecleaba con rapidez. Al final buscó en una gaveta un par de memorias pendrive, en ellos grabó las fotos, la traducción y el escrito elaborado al final. Este hombre no confiaba en ningún tipo de archivo único, siempre fue fanático de los respaldos por duplicado, tampoco nunca confió en la tecnología y ahora las circunstancias le dieron la razón: nada podía salvarlo de la muerte en menos de una semana.

Se levantó y fue hasta el baño, frente al espejo se quitó la gorra azul, el cabello todavía con trazos de haber sido rubio tenia enormes zonas donde la piel grisácea brillaba como reflejo de los pequeños focos incandescentes. Con una tijera cortó el mechón más largo que pudo encontrar y lo introdujo en un sobre plástico sellado a presión.

Luego, con la bañera llena de agua miraba flotar la botella verde. La hundió varias veces, observando con atención la fuerza para regresar a la superficie.

<< Tres hojas de papel antiguo, dos mechones de pelo y dos pendrive con varios MB de información no hacen mucho peso. Es una buena botella, si sus fabricantes lo supieran estarían orgullosos. Espero que este corcho no defraude a su creador ni a quienes confiamos en él >>

Ahora sí dedicó atención a su propio cuerpo. Se bañó y tomó un desayuno de ermitaño, hizo dos llamadas telefónicas, envolvió la botella en un una toalla blanca y después de colocarse la gorra y la chaqueta salió sin cerrar la puerta. Esta vez tomó la acera hacia la marina y caminó con menos signos de enfermedad. Despedía una aureola de optimismo, similar a la experimentada antes de un fantástico viaje soñado durante toda una vida.

El sol estaba en su punto más alto, las olas hacían subir y bajar el largo y lujoso yate. El hombre enfermo, a través de la ventana del puente de mando, veía un fornido marinero avanzando hasta la proa. Lo vio levantar el brazo derecho y lanzar con fuerza y precisión la botella verde lejos del casco y en el momento cuando la superficie del mar presentó una suave pendiente. No querían que por accidente una ola estrellara aquel recipiente de vidrio contra el navío.

Entonces descendió hasta su camarote. Los hombres de la tripulación lo miraban con disimulo, hoy les había parecido una persona diferente, tal vez alguien con un secreto feliz.

Sin quitarse la ropa o los zapatos blancos, se acostó en la cama y cubrió su cuerpo con la cobija de lana a cuadros, ese diseño le recordaba una manta de su primera infancia.

<< Muerte, ya puedes venir >>

Y sonrió, a pesar de los dolores. Cerró los ojos y decidió que ya no los abriría más.

La tormenta tenía días sin amainar y el transporte de petróleo muchas veces desaparecía bajo las aguas, luego surgía como un monstruo enfurecido. La fuerza del mar arrancaba trozos de hielo formados en la cubierta del petrolero. Toda la tripulación estaba guarecida en las entrañas del barco.

Con un rugido titánico y en la más densa oscuridad, una ola alta como un trasatlántico arrojó la botella a una distancia enorme. Había muchas incrustaciones marinas fijadas al vidrio y debido al peso adicional ya no flotaba en la superficie desde hacía varias décadas, en aguas tranquilas sólo podía mantenerse a unos metros por debajo y rara vez podía ver la luz del sol. En su interior el manuscrito original y los objetos agregados por el hombre enfermo se veían igual, pero el contenido había aumentado. Otro pendrive, de futurista aspecto, fue agregado por un pescador en algún lejano lugar del globo. Este hombre recibió ayuda de su hijo estudiante de ingeniería para agregar dos escritos más, uno por el padre y otro por el hijo.

En la sala de vigilancia un operador, sentado frente a una consola de aspecto complicado, pulsó un botón virtual en la pantalla. Había recibido un mensaje de alarma desde el monitor subacuático central.

Sonaron los audífonos de cada tripulante y el petrolero entró en situación de alerta amarilla. La capitana llegó casi corriendo y miraba la pantalla con la misma incertidumbre que los demás oficiales.

—OENI, Objeto Electrónico No Identificado, señora. Parece a la deriva, pero puede estar fingiendo. Los hacen cada vez más imaginativos.

—Sí hubiera sido un artefacto explosivo ya estuvo bien cerca para actuar. Aunque tal vez falló y en verdad está a la deriva —fue otra mujer muy joven, con distintivos de la fuerza aérea, quien habló.

—Llegó información tridimensional —informó otro operador en la consola y vieron un holograma girando frente a todos.

El silencio duró segundos. La desconfianza no les permitía emitir opiniones apresuradas, conocían de trampas asombrosas para robar o destruir esas embarcaciones tan grandes como ciudades. La situación mundial obligó a mantener una línea de suministro energético entre continentes, petróleo y gas en navíos de magnitud nunca vista antes cruzaban los océanos como hormigas agobiadas.

—El satélite confirmó la imagen. El OENI está a ocho metros bajo la superficie, lo atrapó una corriente descendente. Ahora a once metros y sigue bajando.

—Escualo, disparen de inmediato, que lo proteja de la presión mientras estudiamos su contenido —la capitana, menuda y de mediana edad, había emitido la orden casi en un murmullo. De la misma manera habría ordenado abrir fuego contra un navío pirata.

La respuesta de la operadora especializada fue instantánea.

—Escualo a cincuenta metros y alejándose. En tres minutos alcanzará el objetivo —informó la oficial, sin quitar los ojos de su pantalla y moviendo las manos dentro de una burbuja transparente sobre la mesa de la consola.

Los “Escualos” merecían el nombre. Eran copia de un tiburón tigre, con el doble de velocidad y tamaño. Su radio de acción alcanzaba miles de kilómetros y podían permanecer bajo el mar durante medio siglo si fuera necesario. Sus mandíbulas eran capaces de cortar una viga de acero, también podían tragar con delicadeza un melón, sin causarle daño, aún sobre una superficie marina tormentosa.

El corcho era otro, el pescador y su hijo lo habían reemplazado décadas atrás. La parte superior fue roída por alguna alimaña marina pero la humedad no entró en la botella.

La capitana mandó a verificar la traducción efectuada por el hombre enfermo y a cubrir con una película molecular protectora la superficie de los papeles. Ahora su cara y voz estaban presentes en las pantallas de cada tripulante.

—Voy a leer la traducción del documento original, no tuve tiempo para hacerlo antes, el oficial a cargo comprobó que no contiene información clasificada. En vista de lo extraordinario del evento, ustedes merecen conocer el contenido al mismo tiempo que yo.

El acontecimiento de una botella de vidrio con tanto tiempo viajando por los océanos, lo acreditaba la información en su interior, mantuvo en suspenso a la tripulación desde varios días atrás. En todo momento fueron informados de cada paso. En sus pantallas vieron las manos robot extrayendo el corcho, limpiando el exterior de la botella, revisando su integridad y muchos instrumentos analizando la naturaleza del vidrio y de los papeles originales. Los pendrive los asombraron por su tamaño, les parecieron enormes y de muy pequeña capacidad en MB. También, los mechones de cabello dentro de sobres al vacío los hicieron emitir exclamaciones emocionadas. Dejar de pensar en la guerra y en la muerte, aunque fuera por momentos, fue agradecido por todos.

La capitana leyó y a su lado la imagen del antiguo manuscrito, a los ojos de todos, mostraba detalles del maltratado papel.

Ella siempre fue considerada una mujer dura y eficiente, había dedicado su vida a una guerra que odiaba. Sin embargo, en mitad de la lectura guardó silencio, en la pantalla vieron el brillo en sus ojos y la lucha para controlar su voz. Con la garganta quebrada logró finalizar el más antiguo de los textos.

Casi durante un minuto mantuvo los ojos sobre el papel y por fin pudo hablar de nuevo.

—No sabía de esta petición. Yo accedo. Si alguno de ustedes también quiere hacerlo, mañana por la tarde puede enviar por correo interno su escrito y entregar al oficial superior el sobre sellado con el mechón de cabello identificado con nombre completo. La información que escriban no es confidencial, recuerden: en el futuro tal vez sea leída por extraños.

A continuación procedió a leer el resto de los documentos encontrados dentro de la botella.

A la siguiente noche la imagen de la capitana volvió a las pantallas.

—Hemos recibido once escritos y once sobres con cabellos. Aquí está el mío, somos doce, la totalidad de la tripulación.

Entonces vieron algo que nunca antes habían tenido frente a sus ojos: la sonrisa de la capitana.

—Debo agregar una sugerencia de nuestra oficial piloto aéreo, ella misma la expondrá.

La imagen se abrió y al lado de la capitana apareció otra mujer, mucho más joven y femenina, de una belleza fuera de lo corriente. Su responsabilidad en el transporte petrolero era combatir los artefactos aéreos enemigos y todos podían decir que continuaban vivos gracias a su pericia dirigiendo la flota de aviones robot de la embarcación.

—Compañeros y hermanos. Seré breve y directa. Ninguno sabemos si algún día volveremos a casa. Los mares a cada momento son más inseguros para un objeto tan frágil como una botella de vidrio.

La muchacha inspiró con fuerza y continuó.

—Fui escogida para abordar la primera estación espacial en órbita más allá de la luna. Puedo llevar conmigo la botella, introducirla en un envase protector adecuado y lanzarla desde allí hasta el espacio exterior, con rumbo fuera de nuestro sistema solar. Mañana a primera hora un transporte aéreo traerá mi reemplazo y yo me iré a combatir en el espacio. Ya tengo la autorización del alto mando para llevar la botella, sólo nos exigen mantener el secreto mientras dure la guerra.

La última frase la pronunció en más bajo volumen. En eso no podía engañarlos, era muy poco probable que alguno de ellos viera ese final.

Por el correo interno llegaron los votos, la totalidad de la tripulación había accedido a la petición de la muchacha.

Esa mañana, cuando la oficial piloto partió, en la mente de quienes oyeron la lectura de la capitana se repitió el sonido del antiguo texto y en sus mentes vieron una vez más el manuscrito de ininteligibles símbolos. También los dibujos, cuyos colores desvaídos apenas conservaban su naturaleza, relumbraron en sus imaginaciones.

«Honorable lector / Tengo ocho años / voy a morir / mi honorable y querido padre seguirá escribiendo / mis manos duelen / Honorable lector / mi adorable hija morirá muy pronto y yo también / su querida madre, tres bellos hermanos y todos sus pequeños amigos ya no están / mi hija quiere hacerte una humilde petición / te invita a que la acompañes en un viaje maravilloso antes de llegar hasta donde nos encontraremos todos / por favor escribe como son los países, ciudades, campos, jardines que te gustaría recorrer / corta un mechón de tu cabello y colócalo dentro de la botella / tápala bien y devuelve este verde navío al mar / nosotros sus padres y hermanos la estaremos esperando después que se haya divertido con ustedes sus nuevos amigos»

Los dibujos infantiles eran muy simples: una flor violeta, un pájaro rojo y amarillo, un horizonte marino con un gran sol y una luna, un grupo de niños y niñas cantando, otro de adultos bailando, una taza de té y una montaña nevada con aspecto de volcán.

El traductor militar había escrito al final:

«En su lenguaje original es un bello poema, lo firma Loto y el adulto escribió: Hiroshima 1945»

 FIN

 Muy hermoso final.

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Joseín Moros
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