Un Par de Vestidos

Desde Valencia Venezuela viene a nuestras páginas la prosa del escritor Javier Domingez, quien nos trae su versión de la historia de fantasmas para el Desafío del Nexus de Junio:

dress

Un Par de vestidos

Autor: Javier Dominguez

Un accidente, un triángulo amoroso, un amante obsesionado, un recuerdo lejano  y la advertencia de alguien o algo que todo lo observa.

and never mind that noise you heard

it’s just the beast under your bed,

in your closet, in your head

Enter Sandman

Metallica

Te estabas duchando y en pleno baño ella entra con el teléfono. Amor, es una tal Adriana, te dice con el dejo despectivo de unos celos prematuros. Cierras la pila, contestas.

Adriana te habla del accidente: fue anoche, al salir de la fiesta, ella y Jacobo estaban en un cruce de la Avenida Cuatricentenario y no recuerda si el semáforo estaba en rojo o en verde, avanzaron, entonces una luz salió de la nada y luego el impacto. Adriana ni siquiera sabe el modelo del carro que los chocó, para ella los embistió un monstruo luminoso que masticó el costado del vehículo.

Adriana está bien, con algunos morados y rasguños, Jacobo está estable pero herido. La puerta fue triturada y atrapó su pierna izquierda, la fractura fue múltiple: el fémur, la tibia, un trozo de metal se incrustó en su rodilla, los meniscos y los ligamentos fueron desgarrados. Van a operarlo en un rato. A Jacobo le gustaría verte al despertar de la anestesia, dice Adriana.

Sales enseguida, sería imposible una mejor excusa para librarse de la anónima. Te vistes rápidamente, le explicas la situación a la chica. Ella entiende y se viste. Van en tu camioneta a la avenida y la dejas en un despacho de taxis, le das un par de billetes. Que todo salga bien, papi, te desea ella con rostro de angustia solidaria. Seguro que sí, le prometes. Papi, ¿tienes mi número?… y arrancas antes de que pueda darte algún medio de contacto. Descubrir en esta mujer todo lo que no se parecía a tu amada te quebró las ganas de continuar a su lado. Al menos limitaste la decepción al no pedirle que se probara el vestido. Ahora sólo importa llegar a la operación de Jacobo y acompañar a Adriana.

Cuando se marchó tu mujer algunos te dieron la espalda porque te creían el responsable de su partida y eras merecedor de todos los castigos, otros no te acusaron pero igual dejaron de saludarte. Jacobo y Adriana fueron los únicos incondicionales. No evitaban el tema pero tampoco eran condescendientes ni hipócritas. Te confrontaron, pero también se quedaron contigo y no te criticaron cuando empezaste a cambiar de mujeres más rápido que de camisas, era tu vida sentimental y tenías derecho a reconstruirla como quisieras. Con ese detalle volviste a acariciar el aprecio, sentías que habías recuperado un pedacito de lo que tu antigua amada había devastado.

Adriana está en una silla del pasillo. Antes de meter a Jacobo al quirófano los médicos le explicaron el procedimiento, la recuperación sería larga, pero todo iba a estar bien. El cirujano había sido profesor de Adriana en la universidad. La operación tardará varias horas y la invitas al cafetín a conversar. Adriana te pregunta por tu conquista de la fiesta. La dejé esta mañana en una línea de taxis, respondiste. Ella se ríe y te dice sinvergüenza.

Comentan las promesas de eterna felicidad de los novios, el fotógrafo desesperado que desplegó su menú de poses ocurrentes, hubo una mesa de quesos holandeses y jamones españoles, pero la primera bandeja en acabarse fue una de queso llanero en cuadritos. El cronómetro siguió y se ejecutó el guión completo: vals, merengue de los ochenta, reguetón, salsa brava, whisky doce años, tequeños, el numerito del liguero con la canción de 9 semanas y ½, la hora loca, los antifaces, la despedida de los familiares borrachos.

Seguro sale preñada este mismo año – dijiste – y en tres se divorcian, tal vez cinco. ¿Por qué dices eso? Pregunta Adriana. Porque pusieron todo su empeño en hacer una fiesta predecible, de lejos se ve que no hay nada particular en su relación tampoco. ¿Y para qué tendrían hijos entonces? Dice Adriana. Para continuar con la farsa, los niños te distraen de la convivencia, pero igual llega el día en el que dices: ¿Qué carajo hago contigo? Adriana bebe un sorbo de café y luego pregunta: ¿Eso pasó contigo y Yohana? Imagino que sí – respondiste – afortunadamente no quisimos engañarnos nunca con niños. Teníamos un acuerdo: sólo cuando fuéramos perfectamente felices los tendríamos. Adriana baja la mirada y asiente. Era un buen plan, te dice.

Una enfermera los interrumpe, Jacobo salió del quirófano, en una hora lo llevan a la habitación, todo salió bien. Te quedas un rato más con Adriana, esperarás a que lo suban a su habitación para irte.

Van a la terraza del cafetín, ya empieza la noche, hace frío. Miran las luces de la ciudad. Nosotros discutíamos en el momento del accidente, hablábamos de la fiesta, yo también imaginé que la novia saldría preñada en unos meses, pero por simple interés, para desplumar al menso del novio. Creo que a Jacobo le molestó eso, al fin y al cabo es su amigo, luego vino el choque. Pero ahora creo que lo que verdaderamente molestó a Jacobo fue hablar del embarazo de la novia tan a la ligera, como si fuera algo irresponsable. Él desde hace meses me ha asomado la idea de tener un hijo, que ya tenemos cinco años juntos, que es hora de formar familia, que si la edad, que si después de los treinta y cinco es más difícil, todo ese cuento. Pero yo acabo de terminar el posgrado y quiero abrir mi consultorio, ya tengo el local en una clínica en las afueras, falta equiparlo, eso es tiempo y dinero, pero es mi sueño. Con un embarazo tendría que posponerlo. No puedo guindar mi vida en un perchero y ponérmela otra vez en unos años. Me inquieta que Jacobo esté un par de meses en la casa desocupado y vuelva sobre ese tema. Creo que ahí tenemos un punto de quiebre.

Le dices que no se preocupe, Jacobo iba a estar muy ocupado con su rehabilitación como para pensar en esos temas. Adriana te agradece que no le salieras con el discursito de no-hay-nada-más-bello-en-la-vida-que-dar-vida y te da un abrazo.

Van a la habitación de Jacobo y lo ves aún atontado por la anestesia, él también te ve, intenta levantar una mano para saludar. También llegan los padres de Jacobo, te saludan y entran. Te das cuenta que es un momento familiar. Te despides de Adriana y ella te agradece por haber venido y también por escucharla, le dices que estás a la orden, que tus servicios de hombro-escucha estarán siempre disponibles. Ella se ríe y acompaña la risa con un gesto cómplice tocándote en el hombro.

Te marchas y en la vía solitaria del domingo te haces compañía con música. Conectas el Ipod y se activa en la última pieza que sonaba: Seek and Destroy de Metallica, no, demasiado duro para el momento, mueves el dial del aparato, cae en la carpeta de Jefferson Airplane, vas directo a Somebody to love. La canción tiene el ánimo del momento, don´t you want somebody to love?/don´t you need somebody to love?/you better find somebody to love. Y las luces ocres de los postes de la avenida parecen repetir el coro. Después de Yoha creíste que te habían talado la capacidad de amar y te inventaste el carrusel de aventuras para comprobar que en tu alma ya no estaba ese árbol y sólo quedaba un tronco seco, un muñón. Pero tu conversación con Adriana te devolvió un entusiasmo perdido, el mismo que buscabas en las noches de sexo casi anónimo.

Por eso vas diligentemente a la clínica al día siguiente y llevas unos dulces para Jacobo. Conversas con él, te habla del accidente, del dolor en la pierna, la operación y los clavos de titanio, ahora debe esperar a que suelden los huesos y después la rehabilitación, tres a cuatro meses para todo el proceso. Le preocupa su trabajo, aunque ya le dijeron sus jefes que no habrá problemas, ellos harán el papeleo en el seguro social, su sueldo se depositará intacto. Pero él sabe que está en juego el cargo de la gerencia de proyectos, él era el candidato gracias a sus ideas para el último trabajo, su jefe le dijo que el cargo lo esperará. Ya el diseño estaba listo y yo iba a ser el gerente del proyecto para las primeras torres. Va a ser el batacazo de la construcción. Y fue mi idea, fue mi diseño y cuando ya se iba a construir me sucede esta vaina. ¿Cómo puede uno creer en Dios cuando te pasa esto?

Le pides que se calme, su salud está primero, que ya le dijeron que el cargo era suyo (pero eso ni tú mismo lo crees, ya deben haber elegido su reemplazo). En cuanto a lo de Dios, no puedes darle respuestas, después de lo de Yoha te diste cuenta que posiblemente Dios observa, pero no le importa nada, pero no puedes soltarle eso a una persona que no puede caminar y que quizás no vuelva a hacerlo normalmente por un buen tiempo. Concluyes diciéndole que aproveche el reposo y tome un curso por Internet, un diplomado, que no se encierre a ver las series del cable, que el cerebro también es un músculo y hay que ejercitarlo.

Al tercer o cuarto día de visita te confiesa otra preocupación que lo consume: estos serán varios meses difíciles y ya él y Adriana estaban algo distantes. Yo quiero hijos, ya es momento, mi familia me pide los nietos, también mi suegro, pero más allá de eso yo sueño con ese pequeño, más bien una pequeña que se lance en mis brazos y me haga sentir como su héroe. Pero Adriana sólo se preocupa por su trabajo, veo lo distante que es con su padre y me preocupa que lo sea con los niños también. ¿Podrías conversar con ella? Yo sé que en este momento no estás muy entusiasmado con la idea de la familia, pero puedes hacerle llegar mi idea, mi sueño.

¿Y le has dicho estas cosas? Preguntaste. Sí, claro, pero ella sigue sin comprenderme, Adriana sólo piensa en las horas de sueño que va a perder, en lo doloroso del parto, en su figura y en el atraso que sería para su consultorio, pero el objetivo del matrimonio es la familia. Aunque no deseo una manada de muchachos como mi abuelo, dos hijos serían suficientes. Pero si lo oye de otra persona tal vez lo considere.

Le sigues la corriente, prometes que le hablarás a Adriana del proyecto familiar, como si estuvieras de nuevo en el bachillerato y le hicieras una segunda a un amigo. Buscarás el tiempo para estar con Adriana, pero no lo usarás para eso, sólo quieres indagar un poco más, quieres ponerla a prueba a ver si te decepciona como todas las otras o si por el contrario puede usar el vestido. Porque ya te libraste de toda culpa al contrastar a Jacobo y a Adriana, y darte cuenta de que no tienen un futuro juntos. La recuperación de Jacobo les dará un años más, quizá dos, pero eso es todo.

La visitas continúan con regularidad después del alta de Jacobo, te acercas a Adriana, pero es un proceso lento, no puedes lanzarte de lleno, debes sembrar tu presencia, que te vea más allá del amigo ocasional, otra clase de amistad debe surgir.

En el transcurso de esos meses también tuviste necesidades, la nutria tenía que comer, y no querías que el hambre te cegara en tu proyecto, así que seguiste con tus viejas costumbres de tascas y discotecas, con compañeras ocasionales y hubo una que casi te desvió.

La conociste en un banco, esperabas el turno para hacer un depósito de tu empresa cuando la escuchaste. Era una frase banal, cotidiana como: estoy en el banco y luego vuelvo a la oficina. Pero no fue eso lo que te hizo levantar las orejas como un pastor alemán, era el sonido, el timbre de la voz, tenía esa misma gravedad difusa de la de Yoha. Lo reconociste enseguida, como lo haría un perro con la voz de su amo, y ese tono era casi una orden. Ella decía: yo le reenvío el correo apenas llegue, lo tengo en mi buzón, pero es que no cargo la laptop. Pero las palabras pasaban por un filtro extraño y las convertías en: ven por mí y déjame que te arrulle con mi voz, cantaré a tus heridas y se irán, todo el dolor será ahora una serena alegría. Y saltaste a su lado con tu teléfono.

Si es muy importante puedes usar mi teléfono, tiene conexión a Internet. Ella se sorprendió, esperaba alguna trampa, insististe, ella te miró embutido en tu traje y corbata y decidió que eras de fiar, usó el aparato y envió un correo electrónico. Estaba muy agradecida, le dijiste que no había problema, luego vino la conversación ligera que aprovechaste para invitarle un café al salir del banco, ella no podía, pero accedió para el día siguiente, te dio su número. Estuviste embelesado todo el rato con su voz, mientras más la escuchabas más se parecía a la de Yoha: el mismo timbre tornasolado en el que se mezclaban un tono grave y otro agudo en el mismo flujo de palabras.

Vino el café y la posterior invitación al cine y cena, luego a bailar, ella comenzó a enviarte mensajes de buenos días por teléfono y tú la llamabas para escucharla y en la ausencia de su cuerpo tú cerrabas los ojos y sentías la restitución de Yoha a través de las ondas en el aire. Te gustaba poner el altavoz y dejar que sus palabras flotaran por la habitación, cosas simples como: hoy tengo que ir al odontólogo o voy a comprar jabón, eran para ti caricias reactivadas, como si las llevara dormidas contigo y ese sonido las hiciera desplazarse por tu cuerpo como una serpiente.

Cambió tu punto de vista sobre Adriana, te seguía pareciendo interesante, pero su voz no activaba esas cosas dormidas, la pudiste ver con objetividad y por un momento repensaste lo inconveniente de intervenir en esa relación, había tiempo, era mejor dejarlos caer por su propio peso.

Saliste varias veces con la Voz, continuaste el cortejo y ella fue cediendo, luego vino el fin de semana en tu apartamento, prepararon pasta y ensalada, después fueron al sofá, apoyaste la cabeza en su regazo, desde tu teléfono activaste el equipo de sonido de la sala, escogiste María Rivas. Hablaré catalán porque quiero decir en tu idioma montones de cosas, ¿cuántas veces escuchaste esa canción con Yoha?, ella hablaba tu idioma y deseabas desesperadamente que la Voz lo hiciese también.

Fueron a la cama y tuvieron sexo al compás del piano, te envolviste en un trío sonoro con los gemidos de la Voz y el canto de la Rivas. En la oscuridad encontraste, por un momento, un pliegue de la serpiente que te recorría y pensabas que debajo de uno de ellos se ocultaba Yoha. Volviste en ti después del segundo orgasmo, descansaban, el disco había terminado y quisiste adelantar las cosas, salir de dudas. Encendiste la luz y le dijiste que le tenías un presente.

Sacaste el vestido de su funda plástica y se lo mostraste, le encantó, te dijo que se lo probaría en la mañana, le pediste que te lo modelara enseguida, sólo para estar seguro si era de su talla. Ella accedió al juego sólo con la promesa de que ibas a quitárselo de nuevo. Se lo puso. Caminó por la habitación. Te preguntó si no tenías los zapatos también y se rió. ¿Cómo me veo?

Cumpliste tu promesa, se lo quitaste, lo guardaste en su funda, te acostaste, quizás con el sueño podrías superar la decepción, ella te abrazó, puso sus senos contra tu espalda, deseaba otra sesión, tomó el teléfono y volvió a sonar María Rivas. Ella se sabía una pieza, quiso cantarla en tu oído, pero ahora todo sonaba a distorsión y chirrido. Te volteaste y miraste su cuello, era redondo y terso, lo acariciaste, lo rodeaste con tu mano, lo apretaste, un poco más, un poco más, ella tosió, aflojaste. Te dijo que no le gustaban los juegos de asfixia. Pero esos son mis favoritos. No cuentes conmigo para eso y se dio media vuelta para dormir.

No intentaste persuadirla ni pedir perdón, te fuiste a la sala, encendiste el Bluray y buscaste videos en Youtube, te quedaste con los de Metallica, su sonido era lo bastante rudo para sacudirte, fuiste directo a Enter Sandman, lo oíste una vez más y dejaste que te embriagaran. It´s just the beast under your bed. Una vez practicado el exorcismo fuiste al cuarto a dormir, pero antes de eso admiraste una vez más el cuello de la Voz, lo acariciaste y ella movió el hombro como si se sacudiera una alimaña. Diste media vuelta y cerraste los ojos. A la mañana siguiente se despertaron temprano, ella te dio una excusa para irse enseguida. No volviste a saber de ella.

Mientras ocurría ese affaire, Jacobo permanecía en su casa, estaba solo casi todo el día, excepto por el par de horas que lo visitaba la fisioterapista. Le angustiaba su trabajo, ya le habían asignado el proyecto a otra persona, lo llamaban una que otra vez para aclarar dudas sobre el diseño, él dijo que podía trabajar desde casa y enviar los planos modificados por Internet. Eso lo mantuvo entretenido una semana, pero luego sólo había silencio, un silencio adiposo que parecía derretirse sobre las paredes. Y Jacobo que estaba habituado al ruido del tráfico, de la oficina, del reguetón, de los chismes de pasillo, se sentía agobiado. Por primera vez vio cómo el trabajo se le escapaba de las manos, estaría al menos cinco años condenado a ese cargo hasta que apareciera otra oportunidad y para ese momento ya estaría en los cuarenta, demasiado tarde para aspirar a su primera gerencia. De paso la rodilla no mostraba mejorías. Un eco sordo que empezaba a aturdirlo le decía que había perdido el autobús de su carrera profesional. Adriana llegaba en la noche, agotada del consultorio y le tocaba lidiar con el mal humor de Jacobo, ella lo escuchaba, él a veces lloraba, otras gritaba como deseando recuperar el ruido que había perdido durante el día.

Incluso a ti se te hizo difícil visitarlos. La hostilidad entre ellos podía respirarse y hasta sentiste que te irritaba la garganta. Dedujiste que llevaban meses durmiendo espalda contra espalda y sin sexo. Y eso era algo que enloquecería a cualquiera, a ti principalmente, al menos tuviste a la Voz, y otras más, pero ellos no podían recurrir a más nadie, sin desahogos, eran dos tigres hambrientos y enjaulados.

En esta visita decides marcharte rápidamente porque el numerito de los insultos velados te cansó. Miras tu reloj, dices algo sobre otro compromiso y te levantas. Adriana te acompaña hasta el ascensor y marca con la llave el botón de la planta baja, pero esta vez entra contigo. Mientras descienden te pide disculpas. No hay problema, le dices. Entonces ella quiere saber si en verdad tienes otro compromiso. Quiero tomarme un café, te dijo. Le dijiste que por supuesto la acompañas. Van a una panadería cercana y con dos tazas enormes conversan.

Primero hablan de lo bueno que está el café y otras banalidades. Silencio. Las cosas se han puesto difíciles entre ustedes. Sí, entre su mal humor y mi cansancio sólo hay peleas. A mi me da remordimiento discutir con un lisiado, pero me pone al borde con la quejadera por su trabajo. Bueno, Jacobo sólo está preocupado por su futuro. El futuro, su futuro, nuestro futuro, esa palabrita me sabe a gotas para la indigestión. ¿Sabes qué le angustia a Jacobo del futuro?… los niños. Él se pregunta ¿cómo los vamos a mantener? Y dice que si se queda estancado en su cargo no nos va a alcanzar el dinero, porque con su sueldo actual yo no podría quedarme en la casa con los niños. ¿Te imaginas eso? Ese es mi futuro, según Jacobo, teteros y pañales para mí, mientras él huye tempranito cada día para su oficina.

Entonces disparaste a quemarropa: él no quiere hijos, en realidad quiere unos grilletes para mantenerte encadenada en el apartamento, para mantenerte ocupada. Se había abierto la puerta y te colaste. Así parece, mantenerme ocupada con muchachos está bien para él, pero le molesta que a las siete y media de la noche aún pase la consulta, que me ocupe de mis pacientes no es lo correcto para él. ¿Cuándo supiste que lo tuyo con Yohana había terminado?

Me enteré cuando llegué una tarde del trabajo y vi el clóset: sólo había un par de vestidos. Pensé que era un robo, pero sólo sus cosas faltaban. Me senté a esperarla esa noche. No llegó. Llamé varias veces a su teléfono y nada. Tampoco volvió a su trabajo. Llamé a la policía y días después confirmaron en Inmigración que su pasaporte había sido sellado en la salida del aeropuerto. Misterio resuelto. Yo lo sabía desde el momento que abrí el clóset, pero necesitaba la evidencia. No lo vi venir, pero lo de ustedes sí lo veo venir. Y no tienes por qué estar sola. Y tu mano repta hábilmente hasta la suya, sabes que esa es la señal definitiva. Adriana no te corresponde tomándola, pero tampoco la aparta.

Ahora cruzas esa puerta cada semana, como buscando el jardín en el que dejaste la planta que ahora crece dentro de Adriana. Los encuentros son almuerzos rápidos al mediodía, otras veces en la tarde en algún café. Después un par de tragos en un restaurancito oculto, y así, sin siquiera un beso aún, han tejido una malla cómplice. También llegaron las mentiras inocentes a Jacobo para escaparse un rato antes y llegar un rato después. Tú no tienes prisa en verdad. Adriana te da la serenidad que perdiste con Yoha. Ella también se ve alegre y ya no le causa ningún estrago el mal humor de Jacobo, quien también ha empezado a mejorar y cambió las muletas por un bastón.

Hace rato dejaste de escuchar Metallica, tampoco has vuelto a la gravedad envolvente de la Rivas, esa voz, esas canciones pertenecen a Yoha, estás haciendo una transición. Led Zeppelin te ayuda por el momento. Since I’ve been loving you es el soundtrack cuando vas a ver a Adriana. La serena parquedad de este blues estimula de nuevo a la serpiente, pero no es igual a la que te recorría con la Voz, esta es una boa que te atrapa, te aprieta y en lugar de asfixiarte te exprime y sale un jugo negro y espeso de tu mente, como el pus de una herida infectada. ¿Y por qué sucede eso? Robert Plant responde con un aullido: Cause I love you, baby, How I love you, darling, How I love you, baby. Esa sería una buena razón, pero aún es muy pronto, si sueltas algo como eso ahora puedes espantarla.

Creíste que los primeros besos vendrían cuando su relación con Jacobo iniciara la cuesta abajo, pero fue todo lo contrario. Jacobo volvió al trabajo, Adriana lo llevaba cada mañana y él iba, aún con el bastón, muy entusiasmado a reencontrarse con su proyecto. En efecto, lo habían dejado de lado, pero aún así pudo integrarse rápidamente a las tareas. Adriana también lo recogía la primera semana, pero luego Jacobo pidió regresar en un taxi. A pesar del horario de diez y doce horas al que se estaba sometiendo eso sólo parecía llenarlo de energía y entusiasmo. Y ella también se contagió de esa alegría, quizá fue por eso que pudo besarte apenas después de la primera copa en uno de los encuentros. Adriana estaba particularmente feliz porque no tuvo que inventar ninguna excusa para verte, también porque el tema de los hijos prácticamente había desaparecido y una incipiente vida sexual comenzaba a reaparecer.

Y quizás fue eso lo que hizo que los besos fueran más prolongados, más profundos, más indiscretos. El camino hasta tu apartamento se inició en la camioneta, en el estacionamiento de los restaurantes en donde las sesiones de besos y caricias aún no son reprochables, pero en encuentros posteriores tuviste que llevar el vehículo a sitios más discretos, a callejones con poca luz, debajo de árboles frondosos, y así pasaron los días y fueron acercándose a tu sala.

Algunas semanas después, un sábado en el que Jacobo trabajaba, finalmente entran y aterrizan en el sofá inmenso de la sala en plena tarde. Se besan, se frotan y acarician, se van desnudando a medida que sus bocas exploran los volúmenes de sus cuerpos y mientras el espacio de la piel aumenta parece que el del mueble se encoge. Cuando ya has escarbado sus labios y sus senos, Adriana te pide ir a la habitación. Se levantan, ella te toma de la mano y caminan dando tumbos con los restos de la ropa entre las piernas hasta el cuarto.

Puede decirse que el acto fue amoroso, sin actuaciones apasionadas ni éxtasis orgásmicos, no necesitas de la música apropiada, no recuerdas ninguna que refleje el ánimo de la tarde, este es un momento nuevo para ti. En un descanso te levantas a buscar agua y galletas, Adriana prefiere la Evian sin gas, y mientras ella bebe, tú exploras la lista de reproducción de tu Ipod y te tropiezas con Cerati, te decides por Puente, es la pieza perfecta, el sonido de la guitarra sinuosa se cuela e interpreta perfectamente este momento de ambos sentados en la cama.

Adriana se recuesta en tu pecho. El resto de la tarde continúa con sexo y breves lapsos de hidratación. Propones pedir algo para comer, ella dice que no puede quedarse, ya casi son las seis de la tarde, Jacobo debe estar por regresar. Lo entiendes y la invitas a ducharse, ella se baña rápidamente, mientras tú recoges sus cosas regadas entre la sala y la habitación, las colocas sobre la cama, ella te agradece el gesto y comienza a vestirse. La próxima vez tendré algo listo en la cocina, dices. Ella se queda callada. ¿Qué tal comida china? No habrá próxima vez, responde, esta fue la última etapa de nuestro viaje. Me ayudaste mucho, pero ambos sabemos que esto es todo.

Esta es la calma antes de la tempestad, una tregua hasta que Jacobo sospeche, lo hará cuando se le pase el entusiasmo en su trabajo. Ella toma tu rostro y te dice: lo siento, me llevo esta hermosa tarde, nuestras conversaciones placenteras y por sobre todo tu ausencia de juicios, de planes, de promesas de felicidad.

Guardas silencio y no tienes la mínima intención de convencerla de lo contrario. Le pides antes que se marche una última cosa. Es algo loco, pero si puedes complacerme, por favor. Ella accede, tú vas al clóset y tomas un vestido, lo colocas en la cama y le ruegas que se lo ponga y camine, sólo por unos minutos para ti.

Adriana se lo prueba y tal como esperabas le queda perfecto. Ella se ríe del juego, participa, desfila para ti, tú también lo disfrutas desde tu tristeza. Ella se da cuenta, se acerca, te repite lo de la imposibilidad de continuar, se sienta a tu lado en la cama. Tú te acuestas y ella te sigue, le acaricias el rostro y miras su cuello. Adriana continúa hablando pero ya no entiendes lo que te dice, seguramente trata de consolarte, pero en tu cabeza escuchas otra cosa. Tocas con la punta de los dedos su cuello, es leve y por eso ella no lo nota, luego tu mano abarca toda la circunferencia. Finalmente vas apretando mientras en tu cabeza se repite: it´s just the beast under your bed, it´s just the beast, the beast, it´s just…

Adriana tarda en responder, su pelea es leve, no lo cree – yo tampoco lo creí – y por eso tarda en reaccionar. Adriana se queda con una mirada vidriosa y sorprendida. En la mía hubo tristeza. Y ahora reaccionas tú. Ves el cuello rojizo, la cara amoratada, ¿qué hacer? Montas el cuerpo sobre tu hombro y bajas por el ascensor hasta tu camioneta.

Tal y como lo hiciste conmigo esa tarde, no entiendes como pudo repetirse todo: la misma partida, los mismos agradecimientos pero al final sólo un adiós. Tú sabías que ya no teníamos nada, sé que me trajiste esos vestidos como una ofrenda de paz, pero como te dijo Adriana; eso era sólo una tregua.

Yo estaba agotada de esa pequeña guerra de cada día y no pude aceptar los vestidos y tú no pudiste aceptar mi partida, por eso me agarraste por el cuello tan fuerte como pudiste.

Ahora que llevas el cuerpo de Adriana en la camioneta ¿qué harás? ¿Volverás a detenerte en algún lugar solitario a esperar la noche? ¿Buscarás otro lugar oscuro en la autopista con la maleza alta? ¿Bañarás el cuerpo de Adriana en gasolina también? ¿Te quedarás a su lado mientras se quema el cuerpo y susurrarás su nombre como una plegaria? ¿Lo recuerdas? Decías: Yohana, Yohana, Yoha.

Pero esta vez no dispones del pasaporte de Adriana, ni del contacto en el aeropuerto que selló la salida en el mío sin preguntar nada frente al fajo de billetes.

Cuando enfilas a la autopista piensas todo eso y te das cuenta del error. El auto de Adriana aún está en el estacionamiento del edificio, alguien te habrá visto. Quizá Adriana aún esté viva. Das la vuelta y te diriges al hospital. Llegas a la emergencia y los camilleros te asisten enseguida, se la llevan. Te piden que pases para tomar los datos de la paciente. Muevo el carro y vengo, dices.

Pero regresas al apartamento, recoges algunas cosas y te largas. Tomas la autopista vía al aeropuerto, es lo único que sabes de tu rumbo. Veo como tu camioneta se aleja y se confunde en el inicio de la noche con los otros vehículos. Entre las cosas que recogiste está mi otro vestido.

FIN

Muchas gracias a Javier por esta historia, y no olviden que él está participando en El Desafío den Nexus de Junio con esta historia, así que si disfrutaron con este cuento, no dejen de pulsar el botón “Me Gusta” de facebook.

Si desean leer los otros cuentos que Javier ha escrito para nuestro blog, pueden hacerlo consultando la etiqueta “Javier Dominguez”.

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Lobo7922

Creador de La Cueva del Lobo.

Desde muy joven me sentí fascinado por la Ciencia Ficción y la Fantasía en todas sus vertientes, bien sea en literatura, videojuegos, cómics, cine, etc. Por eso es que he dedicado este blog a la creación y promoción de esos dos géneros en todas sus formas.

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