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La Fortaleza Dorada Capítulo IX: ¡Jinetes de Hueso!

photograph of a burning fire

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El pueblo de Jacintus se encontraba ubicado entre una llanura y un bosque, separados por un río de mediano caudal. El bosque era viejo y muy amplio, pero más allá de la ocasional nueva construcción, la gente de Jacintus no lo explotaba demasiado. No tenían a nadie con quien comerciar la madera. La llanura circundante sin embargo estaba moteada de una amplia variedad de granjas de distinto tipo.

El pueblo en si, en donde se encontraban la mayoría de las casas de los habitantes, estaba protegido por una muralla de madera que Ernóligas evaluó como “apenas decente”. Las construcciones más importantes del pueblo, como los molinos, los almacenes, los establos, las barracas, y las casas de los personajes más importantes, estaban rodeados por una muralla de piedra y una torre central de piedra que el comandante de la hueste orca calificó de “adecuadas”.

Hacia esta torre se dirigía Ernóligas, acompañado de una pequeña escolta de otros cuatro guerreros, cuando comenzó a escuchar los gritos.

—¡Jinetes! ¡Jinetes de hueso! —Exclamaban los centinelas desde las murallas.

El comandante sabía que aquel asedio no sería fácil, pero aquellos gritos le pesaron en el corazón, porque sabía bien que significarían pérdidas y perdidas grandes para la gente de aquel pueblo.

—¡Rápido! ¡Saquen a la gente de sus casas y llévenlos tras la muralla de piedra! —Ordenó Ernóligas de inmediato.

—Pero mi señor el muro exterior aún no ha caído. —Rizo era uno de los escoltas, con ensortijado cabello, grande y fuerte, pero demasiado joven.

Por toda respuesta Ernóligas se limitó a señalar el humo que ya se elevaba en dirección norte, por donde venía el viento. Rizo no hizo ningún otro comentario pero en su rostro se reflejaba la consternación y la sorpresa. Jamás imaginó que se moverían tan rápido.

Sin mediar palabra Ernoligas se lanzó hacia el enemigo sabiendo que sus escoltas, leales hasta la médula venían detrás de él, ansiosos de presentar batalla.

Al llegar al incendio se percataron que era mucho peor de lo que esperaban, el fuego no solo consumía la muralla sino que ya había alcanzado algunos de los hogares.

—Estas llamas no son naturales —notó el comandante de inmediato— esta brisa no es suficiente para conseguir que el fuego se haya esparcido de esta manera.

Saltando por entre las llamas, una visión horrenda, un esqueleto humanoide, sobre los lomos de alguna bestia de puro hueso. En los ojos de ambas criaturas se animaba una luz de un color verdoso, malsano. Y lo acompañaba una risa enloquecida, al tiempo que iba recitando alguna clase de maldición.

—¡Orcos! ¡Conmigo! —Retumbó el grito del comandante Ernóligas, al tiempo que se lanzaba en loca carrera contra el enemigo.

Por dentro, sentía como se le enfriaba la sangre, la aparición de aquella criatura asustaría a cualquiera, pero en medio de aquellas llamas de carácter extraño, era aún más aterrador. Pero frente a sus hombres disimuló tener el mayor coraje. Y sus escoltas le respondieron con igual valor, aunque muy posiblemente estuvieran tan asustados como él.

Al descubrir a los defensores, el esqueleto detuvo a su montura y se les enfrentó. Al tiempo que comenzaba a recitar una nueva maldición y elevaba sus brazos hacia la luna. Una bola de fuego se formó entre sus manos, la cual arrojó hacia el grupo de orcos.

Ernóligas y los otros rodaron por el piso con habilidad para evadir el ataque del enemigo. Sin embargo el fuego alcanzó otra casa cercana, y desde su interior se escucharon los gritos de sus habitantes.

—¡Escapen mientras nosotros los distraemos! —Gritó Ernóligas, al tiempo que se ponía en pie y continuaba avanzando a toda velocidad hacia su enemigo.

Casi les parecía ver un gesto de burla en el cráneo carente de piel. Azuzando a su montura el enemigo lanzó al esquelético animal sobre los defensores.

Ernóligas saltó a un lado a último momento, pero al voltearse observó que Rizo, en lugar de evadir al enemigo, se había plantado con toda su fuerza con su escudo al frente. La montura prácticamente pasa por encima de él. Pero con un poderoso grito de guerra el muchacho consiguió arrastrar a la bestia maldita al suelo, al tiempo que él también caía.

Ernóligas no podía más que admirar la fuerza del chico, pero no podía negar que también estaba un poco loco.

El esquelético guerrero se vio obligado a desmontar. Y aquello le dio una oportunidad a los defensores, quienes de inmediato se abalanzaron.

Unos soldados humanos acostumbrados a luchar con sus hojas afiladas, quizá tendrían mayores problemas contra aquella criatura. Sin una pizca de carne entre sus huesos, aquella abominación presentaba pocas ventajas a la hoja de una espada o un hacha. No obstante, aquellos guerreros orcos, que favorecían el uso de las armas contundentes, tenían la ventaja. El propio Ernóligas llevaba un martillo en cada mano.

El esqueleto con asombrosa rapidez consiguió invocar un arma mágica, una espada formada por la misma luz verdosa y pútrida que animaba los ojos de la criatura. Pero tuvo poca oportunidad de usarla pues el comandante le arrojó uno de los martillos y con inaudita precisión consiguió golpearle justo en el cráneo.

Ernóligas y los otros al alcanzar a su enemigo, no perdieron oportunidad en concentrar sus golpes sobre él, y así rápidamente fue reducido. El comandante remató a la criatura partiendo aquel cráneo en pedazos.

La montura que ya se había puesto en pie, cayo de inmediato, como si la magia hubiese dejado de fluir entre sus huesos.

Sin perder tiempo Ernóligas sacó de su bolsa un polvo que repartió entre los huesos de las criaturas derrotadas.
—¿Qué es eso? —Preguntó otro escolta también muy joven e inexperto.

—Extracto de primlevarda, para evitar que vuelvan a levantarse. —Explicó el comandante— Pero es solo temporal, luego tenemos que asegurarnos que los chamanes hagan un enterramiento adecuado si no queremos mayores problemas.

A lo lejos volvían a escuchar gritos de ayuda. Sobre el tejado de uno de los hogares, un grupo de arqueros intentaba repeler no a uno, sino a un grupo de jinetes esqueléticos…

Entonces fue difícil contra uno, ¿y ahora se enfrentarán a varios con un hombre menos? No la tiene fácil Ernóligas.

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