Guillermo Moreno es otro de nuestros colaboradores que regresa a las páginas de este blog con un nuevo relato para el Desafío del Nexus 2017. Y en esta ocasión Guillermo se viene con una historia que evoca a la más pura Espada y Brujería clásica, pero con un toque de su propio estilo.

Estoy seguro que van a disfrutar esta historia porque yo la disfruté mucho:

El Amanecer De La Era Del Hombre

I

Cuando un Príncipe está en la precisión de saber obrar competentemente según la naturaleza de los brutos, aquellos a los que él debe imitar son la zorra y el león enteramente juntos.

Capitulo XVIII. De qué modo los Príncipes debe mantener la Fe dada. El Príncipe. Nicolás Maquiavelo

La noche cayó como una mortaja sobre el campo de batalla; jirones de niebla recorrían la tierra de nadie expandiendo el helor de la muerte. Allí olvidados por sus dioses yacían los hombres que siguiendo al deltano Sidón se alzaron contra los Señores de las Regiones Celestiales. Su sangre clamaba desde el inframundo, increpando a los grandes generales que les prometieron la libertad, pero solo les dieron muerte.

Esos eran los oscuros pensamientos que atormentaba al guerrero Eskandar, mientras caminaba impaciente por la gigantesca tienda.

—Hermano Eskandar, mantén la compostura— el aludido levantó la vista del suelo de tierra, para encontrarse frente a un negro altísimo de ojos dorados. Altivo, como el solo Eskandar se preparó para replicarle con amargura al gigante de obsidiana, que se había atrevido a interrumpir sus elucubraciones.

—Mide tus palabras, Eskandar— le atajó una profunda y gruesa voz desde el fondo de la tienda. El guerrero giró sobre sus talones, cual si fuese una peonza arrojada al ruedo por un niño muy fuerte.

—Tú brujo, eres la causa primordial de mi molestia. Deja de meterte con mi mente.

—Deberías ser más respetuoso con tus compañeros— soltó una voz femenina. Eskandar volvió girar para enfrentarse a la portadora de la voz. Varduhi era una mujer excepcional, poseía una hermosa figura, no rivalizaba con las odaliscas de un harem, pero si superaba al de cualquier campesina o mujer consagrada a las armas. Era inteligente —mucho para su bien, pensaba Eskandar— de cabellos color fuego, nívea piel y unos ojos rozados que le valieron el titulo de la dama rosa. Luchaba tan bien como cualquiera de ellos, con sus manos desnudas o arma alguna.

—Mira que recibir una reprimenda de una mujer— soltó frustrado—. No sé que están pensando ustedes, que el deltano los toleré no significa que yo tenga que hacerlo. ¡Dioses! Mira con que caterva de locos me he juntado— se dirigió a una mesa y tomó una jarra de la cual se sirvió agua. La tragó con cara de malos amigos— y el peor es el que no está, mira que prohibir el vino por culpa de su Dios.
— ¡Eskandar!— soltó el anciano y a todos los reunidos allí les invadió el helor de la muerte que merodeaba por el campo de batalla. Las luces menguaron y la imagen del anciano de piel oscura al fondo de la tienda pareció tomar proporciones titánicas— mide tus palabras, y que Sidón no te escuche. Pues te hará matar por blasfemo. Eres necesario, hombre, pero no imprescindible.
—No me asustas, maldito brujo— balbució Eskandar, cuya piel olivácea se torno pálida.

—Deberías, porque si tu actitud trae consigo el fracaso de esta empresa. Yo, Azuri de Ofir, por el alma de mi madre y la señora que una vez amé, te prometo que me desquitaré con tu espíritu después que el Deltano o el enemigo profanen tu carne.

—Haya paz entre nosotros… Maestro— soltó Tafari, el gigante de obsidiana, mientras se interponía entre ambos hombres.

Las luces de la tienda se movieron, mientras una brisa gélida entraba en la tienda. Acompañaba, a este gélido céfiro, un hombre alto y fornido, de piel olivácea, cabellos oscuros y rizados, y barba profusa. Se asemejaba a Esakandar, pero de rasgos egregios, estoicos y mirada potente donde se vislumbraba el brillo del fanatismo.

—El amo ha terminado sus oraciones— soltó una vocecita perteneciente a un niño, que siempre acompañaba al gigantón. Rápidamente, este niño de piel olivácea y calva acomodó un puesto para su señor y le sirvió un vaso de agua. Sidón, porque ese era el nombre del gigantón aceptó las atenciones, y no habló hasta que hubo saciado su sed. Luego posó la vista en cada uno de los miembros de su sequito.

—Mi señor me ha hablado.

— ¿Y qué te dijo el señor de la Luz— se adelantó Azuri antes de que el general Eskandar soltará una de las suyas.

—Debido a mi asociación con infieles, no habrá progreso en esta batalla.

—Os lo dije— soltó rápidamente Eskandar, totalmente obsequioso y con el brillo de la envidia en sus ojos— unirse a estos… extranjeros no era una buena idea. Mira que andar con negros, brujos y una mujer.

Sidón levantó su mano, ordenándole guardar silencio mientras que otro gesto le solicitaba a su paje que le diese más agua.
—Ha dicho, que si deseo ver la luz de la victoria debo dejar de pensar como un león — Azuri lanzó una mirada a Eskandar esperando que interrumpiese al Profeta—, y pensar como una zorra.

— ¿Entonces?

—La verdad es que no se cómo hacer eso.

Azuri rompió en carcajadas al escuchar aquella respuesta. Mientras que la incredulidad brillaba en la tienda de campaña.
—Dadme unos minutos, y os daré una respuesta— soltó y se dirigió a la entrada de la tienda— Y, a pesar de lo que diga vuestro Dios, no seáis tan severo con vos.

II

El frío estaba atormentando a Eskandar, a pesar de lo abrigado de sus prendas y la brigantina que llevaba puesta. Miró a los demás, y se preguntó cómo lo toleraban. Varduhi vestía con calzas y túnica, como si fuese un malandrín de alguna ciudad, mientras Tafari, el negro, llevaba torso descubierto, e iba descalzo. Por vestimentas solo llevaba una especie de pantalón, y un tahalí del cual pendía su gigantesca espada. Mientras que su señor, estaba armado de la cabeza a los pies.
Hizo acopio de toda su entereza para evitar demostrar que lo atormentaba el frío, no dejaría que aquellos locos se burlasen de él. se preparaba para comentarle a su señor lo poco conveniente que era estar allí parado frente a los cadáveres, de quienes fuesen sus soldados cuando apareció, como surgido de la oscuridad, el negro Azuri. Maldijo para dentro el día que conoció a aquel hombre tan problemático.

— ¿Hasta dónde estás dispuesto a llegar para obtener tu victoria?

—He tratado contigo brujo, eso es evidencia clara que estoy dispuesto a ensuciarme con mierda para llevar al mundo el mensaje del Señor de la Luz.

Si aquella respuesta molestó a Azuri, el anciano mago no dio señal alguna.

—Excelente— soltó mientras sacaba de su bolso un frasco de vidrio—. Recuerda siempre esas palabras, Sidón, el profeta; no vaya a ser que vuelvan y te muerdan en el culo.

Arrojó la botella al suelo, a cierta distancia del grupo de guerreros, cerca de los cadáveres. Mientras mascullaba unas palabras en una lengua que a todos, salvo a Tafari, quien había tenido la desdicha de probar la magia, les era desconocida.

La niebla que rodeaba el campo de batalla comenzó concentrarse alrededor del sitio donde arrojó el frasco. Esta, con mucha premura comenzó a oscurecerse. El frío aumento de forma significativa, tanto que esta vez el gigantesco Tafari lo sintió. Al cabo de unos segundos se escucharon el tronar de cascos y el relinchar de caballos, pero no había ninguna bestia alrededor.

—Mare, Señor de las Pesadillas, te convocó. Apersónate — gritó Azuri. De la niebla oscura como el humo, surgió un caballo, negro como la noche y de ojos tan rojos como rubíes.

— ¡Espíritus inmundos! ¡Del abismo!— soltó Sidón retrocediendo unos paso. Azuri le lanzó una mirada severa, cargada de ira y reproche. Aquel gesto retaba al profeta a retractarse.

—Deseas la victoria… —susurró y el deltano recupero la compostura.

— ¿Cuál es vuestro plan?

—Iremos hasta Kadia— dijo el brujo—, a muchas leguas de aquí, tomaremos la ciudad por asalto, y mataremos a su Rey-Dios.

—Esta a días de viaje, brujo.

—Azuri, asesino de Dioses. Azuri, rompedor de corazones. Azuri, quebrantador de juramentos. Azuri, asesino de mujeres ¿Por qué me mandas a llamar?

La educada y masculina voz parecía provenir de todos lados y de ninguno a la vez, pero todos los presentes tenían la certeza de que le pertenecía al caballo azabache.

—Mare, mi señor

— ¿Qué deseas viejo, zorro?

—Tú ayuda.

—No peleare por ti. Tú guerra contra los Kingu ha llegado muy lejos ¿No te bastó la sangre vertida en tu natal Ofir? Deja que la Era del Hombre siga su curso.

—No deseo que pelees por mí— soltó sonriente Azuri— entre los espíritus es notoria tu cobardía, inclinaste tu cabeza ante los Kingu, y en su momento frente a la Gran Madre.

—Mide tus palabras, brujo. Tientas al destino— la molestia en la voz del espíritu amilano a los testigos, pero le robo una sonrisa a Eskandar, quien pensaba “te lo tienes merecido”.

—Hace mucho que el destino y mi suerte dejaron de importarme. Te he convocado y has venido. Estas en deuda conmigo.

—Lo recuerdo, haré lo que me pidas— el caballo fijo sus ojos en el resto del grupo— siempre y cuando pagues el precio.

—Así será.

—Y después no me vuelvas a llamar.

—Lo prometo.

—Me trae sin cuidado tu palabra— se acercó a Sidón— Que lo prometa él.

—Tratas conmigo, Mare. No te hagas el listo.

—Lo prometo.

—Lo dijo— soltó el corcel de la noche— entonces ¿Qué deseas, viejo zorro?

—Que tu y tus hijos nos lleven a Kadia. Ida y vuelta.

—Solo ida.

—No.

—Entonces, Azuri… no hay trato.

—Sera ida— le atajó Sidón, quien estaba cansado de mantenerse al margen.

— ¿Cuál es tu paga?

—Tengo hambre, y mis hijos también. Dadme al negro para saciarla, y a la mujer para calmar mis ansias.

—No puedo dar lo que no es mio. Has otra solicitud.

Mare miró a Eskandar y luego a Sidón —Quiero los cadáveres del campo de batalla. Los hombres de ellos y los de Kadia por igual.

—Hártate.

— ¡No!— gritó Eskandar— no dejaré que profanes los cadáveres de tan buenos hombres.

—Ofrece entonces tu carne y sangre, Eskandar de Ea— le imprecó Mare. Quien trotando con cierta alegría se acercó al hombrecillo— mejor no, el veneno en tu alma puede hacerles daño a mis niños—. Fijó su vista en Tafari— un Corredor del viento, toda una obra de arte de los kingus de Ofir, un bípedo tan veloz como un corcel.

—Pero nunca tanto como un espíritu de la noche— respondió respetuoso el aludido.

—Me encanta el respeto. Vez como debes tratar a los demás, Eskandar—. Fijó su vista en Varduhi— ¡Ah! La Dama Rosa, tus hijas se contaran por miles, algunas saldrán de tan dulce vientre, otras lo serán en espíritu. Pero, lo cierto es que serán muchas y pastorearan los pueblos, serán mejores que el viejo zorro. ¿Viste Azuri? ¿Has visto el futuro de la mujer de la rueda? Serán mejor que tu. Si, sobreviven— bajó su voz, y le susurro— si deseas que tus hijas se pase tu nombre, cual titulo real, cuídate del brujo… querida. Busca calor en los brazos del corredor del viento.

—Hablas muchos, Mare. Llama a tus hijos.

—Así será— con premura se acercó a Sidón— profeta, a pesar de lo que te haya prometido el brujo, ten la certeza de que en su momento te abandonará. Pero, peor aún, será tu Dios… que no es más que uno de los míos. Cuando llegué la hora.

Varun, se esconderá entre sus nubes.

—Blasfemia, engendro del devorador.

Mare volvió a su puesto y después de lanzar un sonoro relincho, la niebla oscura se arremolinó, y salió disparada hacia el campo de batalla. A medida que avanzaba a gran velocidad, la figura de corceles negro se iban haciendo más solido, hasta que en el campo había cerca de diez caballos negros. Las bestias no tardaron en lanzarse a devorar los cadáveres.

—Crecen tan rápido— dijo alegre el caballo infernal— ¡Bien! ¿Quién ira con quien?

III

El reino del ocaso no era lugar para los mortales, pero aquellos no era hombres normales, y mucho menos les movían emociones convencionales. El fanatismo enceguecía a Sidón, la fidelidad a su misterioso paje; la avaricia a Eskandar; la gratitud a Tafari, y el amor a Varduhi…. Pero por encima de todos ellos, la venganza motivaba a Azuri, asesino de Dioses.
Movido por esos sentimientos, los aventureros viajaron por las sombra sobre los lomos de aquellos caballos.

El viaje, que tomaría días, solo fue cuestión de horas, por el módico precio de exponerse al mundo de los espíritus. Muchos fueron los ruegos y amenazas que escucharon, mucho fue lo que tuvieron que ignorar, pero que les atormentarían hasta sus últimos días.

Cuando llegaron cerca de Kadia, el espectro y sus hijos obligaron a los aventureros a que desmontaran. El caballo sentía tanto miedo del Rey-Dios de Kadia, que se negaba a acercarse a la ciudad.

—Buena suerte, Sidón del Delta. Aquellos que matan dioses se cubren con la mortaja de las mil maldiciones.

—Piérdete de mi vista, espíritu inmundo— gritó la Voz de Varun en la Tierra— ve a otra parte con tus mentiras.

—Haya paz.

La criatura y sus hijos se dieron la vuelta y se perdieron en la noche. Mientras que Azuri mantenía la vista puesta en las estrellas.

—Los portentos nos son propicios— bajo la vista y se dirigió a Sidón— ¿Ahora?

—Tú eres quien piensa como zorra. Tú, dime.

—Haces bien en atender a los más viejos—.Se acercó a sus hombre y señaló a Tafari— Corredor del Viento, tu y la Dama Rosa, una vez que todos escalemos el muro y estemos del otro lado, os dedicareis a crear el caos en la ciudad. Dama, vos debéis matar a todos los hombres en las puertas y murallas. Abridla para que tengamos una vía de escape. ¿os parece?

—Sí, maestro.

—Corredor— volvió a fijar los ojos en el negro— iniciad un incendio en la ciudad, válete de tu velocidad. Empezad en los barrios bajos.

—Eso es indigno—soltó el profeta.

—Lo sé— le atajó el brujo— Eskandar…

—Yo iré con mi señor.

—Me parece bien— dijo con dulzura el mago— yo abriré el camino por el palacio. Y luego tú estarás cara a cara con tu adversario. Sidón del Delta, si Kadia cae, te ganaras el odio de los Kingu restantes, pero con el más fuerte muerto, no te volverán a subestimar. ¿Estás listo para eso?

—Mi señor me acompaña.

—Me parece muy bien. Vamos a ponernos manos a las obras.

IV

El fuego corría rampante por toda la ciudad de Kadia, como una bestia furibunda excitada por la sangre a su alrededor. Acompañaba a esta criatura sedienta, los gritos de la población confundida que intentaba salvar lo poco que poseía, y el de aquellos que, dueños de nada, intentaban apropiarse de lo algunos tenía de más.

A Sidón le asombró la cantidad de chabolas en Kadia, y la rapidez y severidad con la cual los guardias reprimieron al pueblo. Pero le sorprendió aun más, la capacidad que la Varduhi y Tafari mostraron para crear tanto caos. ¡Qué seres tan extraordinario eran! Un hombre fuerte como un búfalo, y tan veloz como el viento, y resistente como un camello. Y la Dama Rosa, era una mujer capaz de prodigios que el solo había visto en los ángeles de su señor.

—Perdóneme— soltó por lo bajo— Mi señor, acógelos en tu seno y dadle en la muerte, la paz y dicha que los falsos dioses le negaron en vida.

Escuchó los pasos de Eskandar y se volteó, con espada en mano. Ya había revisado su armadura a conciencia y con la ayuda de su pequeño paje, quien nunca se alejaba de él. No recordaba cuando lo había acogido, pero se había habituado a él, que ya no lo sentía como alguien más, sino una extensión de su persona.

—Mantente al margen— le ordenó, y esta vez, a diferencia de las otras lo miró. Era puro huesos y ojos. El niño asintió, aunque el profeta de Varun percibió el brillo de la audacia y la desobediencia en aquellos gigantes ojos café.

—Por este corredor, mi señor.

El pasillo recorría buena parte de la muralla del palacio. Había sido concebido por los Reyes Dioses, como una ruta expedita para que los esclavos, se desplazaran sin ser vistos; llevando y trayendo los alimentos y otras cosas para satisfacer las degeneradas necesidades de sus señores. En la antigüedad Kadia fue la joya más disputada en Oriente, y cada nuevo Señor que la poseía reconstruía el palacio y agregaba nuevos pasillos, o construía sobre los mismos. Al final de los años, el palacio de Kadia —como muchos en las otras ciudades bajo el control de los kingus— terminó con un laberinto de túneles que eran conocidos por pocos. Uno de esos afortunados era Azuri.

Las palabras del demonio, aun reverberaban en la cabeza del profeta, a medida que recorrían esos pasillos siguiendo las órdenes del brujo. Quien, por cierto, se había perdido. ¿Estaría preparando su traición o allanado el camino para su victoria? Se preguntó más de una vez, pero cada vez recordaba que Azuri estaba muy interesado en su proyecto. Era quien más lo alentó, y creído cuando le dijo que Varun, el Señor de los Cielos que hasta ese momento solo había hablado con él, le había elegido como su campeón y azote de los kingus.

—Están detrás de esta puerta— dijo Eskandar con la tea en una mano, y la espada en otra.

—Yo iré adelante— volvió a fijar la vista en el paje— cuídate.

—Lo haré mi señor.

—No hablaba contigo, Eskandar.

V

Los gritos del Profeta de Varun tomaron al Señor de Kadia y a su guardia, desprevenidos. Cuando estos reaccionaron, Sidón y Eskandar ya se habían encargado de unos cuantos. Los guerreros eran como un tornado de hierro y bronce, par de sirocos que traían consigo a la muerte.

Para cuando el Rey-Dios reaccionó apenas si quedaba un guardia real en pie, y los mortales se encontraban solo a unos pasos. El kingu pronunció una orden arcana, que seguro estaba destinada a paralizar a ambos hombres, pero Sidón alzó una especie de cristal en alto y la lengua del portentoso ser se enredó. Asombrado el Rey-Dios retrocedió un paso. Ya cerca del trono, el profeta habría dado muerte al Señor de Kadia, si no fuese porque el visir de este que se interpuso.

Gracias a la sangre derramada, el kingu recuperó la compostura. La criatura, de cerca de tres metros, se puso de pie en toda su extensión. En aquel momento, la sangre se helo en las venas de Sidón, quien cayó en cuenta de la magnitud de la empresa a la que hacia frente.

El Señor de Kadia, como algunos Kingu, tenía una forma similar a la de los hombres, pero hasta allí llegaba el parecido. Su piel distaba de ser similar a la de un hombre o simio, sino que acercaba más a la de un reptil, llena de escamas y de colores cambiantes. Su rostro, emulaba al humano, poseía dos grandes ojos y debajo de este una serie de ojos más pequeños. Por su parte, su boca era amplia y llena de colmillos. Carecía de orejas o nariz, y vestía rompas suntuosas, seda de gran calidad, decorada con oro y piedras preciosas.

—El insurgente se presenta— soltó mientras, con gran rapidez se hacía con la espada y el escudo de un guardia caído—. Retiraos— ordenó al resto de los guardias— este mono con trucos es mío.

Avanzó unos cuantos pasos hasta encontrarse al mismo nivel de Sidón, quien hacia acopio de voluntad para estar frente al Rey-Dios.

—Si resultas entretenido, seré un Dios misericordioso y te daré una muerte rápida. Caso contrario, te llevare a mis mazmorras y me cebaré en ti. Rogaras a la muerte que extienda su mano sobre ti.

— ¡Calla, lagarto! ¡Devorador! solo hay un verdadero señor… el Señor de la Luz— gritó mientras cargaba contra el kingu.

El metal cantó en la sala real de Kadia, al ritmo que le marcaba Sidón y su adversario. Quien, a pesar de estar vestido de la forma más vistosa, resultaba ser un combatiente extraordinario. Los cuatro ojos de la criatura estaban abierto de par en par, y la boca llena de dientes se abría y cerraba con premura cada vez que intentaba un nuevo sortilegio.

—Tus artes inmundas…

—No tienen efecto en ti…—Mi Dios me protege…

—No es el espíritu menor que te guía, el que me ha lisiado momentáneamente. Es alguien más—. Como una serpiente, el señor de Kadia olisqueó el aire alrededor de Sidón—. Arggh, tus compañeros son gente asquerosa. Bichos, aun más antinaturales que tu. Y, el Quebrantador de Juramentos te acompaña. Mentirosos, ladrones y homicidas, son las herramientas de las que te vales, devorador de ranas. Habría sido más loable, si las ratas y cocodrilos de tu pantano te hubiesen secundado.

Le propinó un golpe tan fuerte a Sidón que le hizo perder el equilibrio.

—Varun es…

—Nada— dijo con parsimonia el kingu— solo es un fraude—, agregó mientras se preparaba para aplastar el pecho del hombre, quien con rapidez digna de un felino se apartó. Y con la malicia de un escorpión, flanqueó al Dios y le apuñalo en la cadera; la piel de la divinidad se resistió, pero Sidón era fuerte y estaba muy decidido.

— ¿El dolor no se siente tan bien? ¿Estás sangrando con profusión?

— ¿Cómo?

—Mi señor— el kingu trastabilló— me protege. Y me ha dicho, que la era del hombre ha llegado. Es momento que sea libre de sus cadenas.

—Libre de nosotros, pero bajo su tutela.

—El dijo que serias un mentiroso.

Furioso, el kingu avanzó hacia Sidón y con una velocidad de impacto, lo tomó por el cuello y lo estampó contra el muro.

—Quien te miente es él— mientras mascullaba aquella frase, Sidón aprovechó y le hirió con rapidez. El kingu, en medios de atronadores gritos lo dejo caer. Rápidamente, casi sin aliento el profeta levantó espada.

El bronce comenzó a brillar, como si fuese el sol de la mañana. Los haces de luz alcanzaron al kingu, quien se retorcía de dolor en el suelo. Un fuerte olor a seda y piel quemada inundó la sala.

—Prueba el fuego de la verdad, enfrenta su juicio.

Sidón, se preparaba para dar el remate, cuando sintió de repente un aguijonazo en el costado. Pensó que se trataría de uno de los guardias, pero menuda fue su sorpresa, cuando Eskandar lo encaraba. Sonreía como maníaco, y churretes de baba recorría su barbilla.

—En tu momento más glorioso, te recuerdan que eres mortal. Deltano— soltó.

—Tú, tu también Eskandar.

—Me cansé de tu Dios, tus gritos y que por tu fanatismo ciego muchos mueran para que seas igual que ellos. Mare me dijo que si triunfabas sobre el kingu, serias como ellos. No cambiare unas cadenas por otras.

Despojó a Sidón de su espada y se acercó al Kingu, el arma no brillaba, pero el Rey Dios estaba de rodillas, aun prendido en fuego.

—Oye, bestia. Espero que sepas, que quien te da la muerte hoy es un hijo de hombre. No un profeta, ni un brujo. Es el hombre común que tanto han despreciado.

Dichas esas palabras, golpeó con fuerza el cuello del kingu, el cual apenas cedió, le tomó dos intentos más para decapitar al Rey de Kadia. Arrojo la espada a suelo, mientras pateaba y escupía el cadáver. Se dio la vuelta, listo para enfrentar al cadáver de Sidón, y en vez de ello estaba el niño.

—Pequeñín, contigo quería ajustar cuentas. Te prefirieron a ti, por encima de mí. Y aun así, nunca te trataron mejor.

Conmigo te ira peor— agregó— la guerra me excita, y no le hago asco a varón, bestia, hembra o infante.

El niño retrocedió. Y Eskandar, enloquecido sonrió.

—Me encanta que te resistas. Valdrá la pena, espero que grites.

Se lanzó de nuevo contra el niño, y este retrocedió aun mas rápido. La ira comenzó a nublar la mente de Eskandar, hasta que se percató de aquel extraño brillo en los ojos del niño.

— ¡Qué demonios!

—Modera tu lenguaje, Eskandar de Ea— respondió el chiquillo, esta vez de su boca no surgió la chillona vocecita infantil, sino que era la grave voz de un padre. La voz de un hombre acostumbrado a ser obedecido— pues estas frente a tu señor.

—Nada de eso— gritó y se abalanzó con rapidez. Esta vez tuvo éxito y tomó al niño con fuerza. Con la misma fuerza, con la cual el león apresa a una gacela, Eskandar tomó el cuello del niño, quien se limitó a sonreír y colocar sus manitas sobre el antebrazo del guerrero— ¿De qué te ríes? Te follaré después de muerto.

—Cada quien hace su camino hacia la perdición o la salvación— replicó el pequeño.

Eskandar comenzó a sentir como la temperatura del niño aumentaba. En cuestión de segundos, aquel cuello tibio se transformó en un carbón ardiente que no podía soltar. Aulló con fuerza, pero no tuvo éxito, lo golpeó con la mano libre, pero se quemó aun más. En cuestión de minutos, su brazo se volvía una antorcha y el fuego se esparcía por su cuerpo. El guerrero logro desembarazarse del niño para terminar dando vueltas, cual peonza, por el salón y diseminando el fuego por todas partes.

—Aquí estoy hijo— le dijo el niño mientras colocaba sus manitos en la herida de Sidón.

—Sabía que el demonio mentía.

—Solo dijo verdades a medias.

De repente un poderoso calor abrazó a Sidón, y el olor a carne chamuscada lo invadió.

—Cede ante el dolor, no hay pena en ello— le dijo Varun, mientras la oscuridad como una mortaja caía sobre el Deltano— todo va a estar bien.

VI

El Sol estaba en lo alto cuando Sidón despertó, se encontraba a varias leguas lejos de Kadia, que seguía ardiendo, pues a lo lejos se podía ver una gigantesca columna de Humo.

—Ha vuelto en si— dijo la Varduhi, Sidón sentía que el suelo se movía, como si estuviera sobre el lomo de una bestia. De una tan grande para soportarlos a todos.

—Pensé que no lo lograrías, profeta— le comentó Tafari.

—Yo tampoco— el negro sonrió mostrándole su perlados dientes— y el brujo.

—Estoy aquí profeta.

—Quiero veros.

—No puedo, el espíritu que nos asiste, no es fácil de guiar.

—Estamos sobre un gigantesco elefante. Como los que abundan en Ofir y en las orillas de la bahía del ugubi— comentó Tafari.

—¿Y Eskandar?

—Me traicionó.
—¿Mato al pequeñín? — inquirió la Dama Rosa.

—El niño era un ángel del Señor— soltó el brujo a la lejanía— sabía que eras especial, Deltano, pero no que tanto. Tu Dios tiene fe en ti.

—Blasfemo.

—Creo que ya se siente mejor— agregó Tafari con una carcajada.

—Guarda fuerzas, Sidón pues el Amanecer de la Humanidad acaba de empezar.

El profeta estuvo tentado a replicar, pero en vez de ello, obedeció y se entregó al sueño. Ya ajustaría cuentas con Azuri, y con los kingu. Ya habría tiempo para todo eso….

Epilogo

—¿Niara, acaso has perdido el juicio? No pensarás que voy a transcribir esa locura. ¿Acaso deseas que en Sidonia te quemen por hereje? Esa narración es falsa.

—No lo es.

—Ni de broma escribiré que el primer Emperador no mató al Rey de Kadia, que lo ayudó el legendario Azuri, que para esa fecha tendría varias centurias muertos. Que una mujer guerrera lo acompañaba, que un Corredor del Viento formó parte de su guardia y que su Dios lo seguía bajo la forma de un niño. Esta ebria.

—Esto es veraz.

—Encontraste las memorias del Emperador y las tradujiste. O las de Tafari, que por cierto se llama igual que tu amante y guardaespaldas. No me trago ese truño.

— Es veraz, me he valido de la oniromancia y el loto negro.

— ¡Dioses! Peor aún, estabas intoxicada.

La mirada severa de la historiadora disuadió al escribano de insistir.

—Aun así, no creo que sea conveniente.

— ¿Qué propones?

—Déjame darle un lavado de cara, hacerlo más épico y mas metódico. Lo puliré un poco y comenzará así:

Canta, oh Diosa las desventuras y sacrificios que en los albores de la humanidad, Sidón el primero entre muchos…

—No me gusta.

—Entonces este:

Sabed, oh príncipe, que hubo una era de portentos y hazañas, que inició cuando el deltano Sidón, primero de su nombre, alzó su vista a los cielos añil y el señor de la Luz le dijo: Seguidme, pues el Amanecer del hombre acaba de empezar…

—Me gusta… me gusta….

Fin

Como le dije a Guillermo cuando me envió el relato, «casi podía escuchar a Poledouris mientras leía la historia.» Me ha recordado a Conan, a Kull, y a esas terribles partidas de rol en Athas.

Nuevamente muchas gracias Guillermo.

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Guillermo Moreno

Escritor de Ciencia Ficción y Fantasía, autor de Los Pistoleros del Infortunio, colaborador en Proyecto Pulp y Administrador del Blog "En la Antesala al Portal oscuro". Entre otros muchos proyectos.

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