Joseín Moros nos trae en esta ocasión la historia de un lejano futuro y la vida de un soldado simplemente llamado Nak:

TIERRA NATAL

El Faro sin Luz

Autor: Joseín Moros.

¿Fueron los crímenes del pasado histórico peores que los actuales?
¿Promete la evolución cultural y tecnológica de la humanidad atenuar la criminalidad?
¿Será verdad que el poder corrompe o es que el desmesurado apego al poder es la puerta para la corrupción en la mente humana?
¿Hay profesiones más corruptas que otras, o nada tiene que ver en el asunto?

Vuela, pensamiento, sobre tus alas doradas;
¡Vuela, ve a las praderas, a las colinas,
donde reside la tibia y suave fragancia
de los dulces aires de mi tierra natal!

¡Oh, patria mía, tan hermosa y hoy castigada!
¡Oh, grato y fatal recuerdo!
G. Verdi
(Nabucco)

A través de las claraboyas penetran lejanos ladridos de perros jergg, unos suenan asustados, otros parecen aullar preparados para morir. De repente todos quedaron callados y el silencio empujó la oscuridad, o por lo menos eso le pareció a Nak, el hombre desnudo acostado en un colchón de paja trenzada, tirado en el suelo de piedra.
Nak se levantó con lentitud, como si fuera una gigantesca montaña en movimiento; a pesar de su talla mediana proyectaba una fuerza amenazadora. Pasó la mano sobre el desgastado mango óseo del machete, cuya hoja está fabricada con similar cerámica a la utilizada en los motores de cualquier embarcación, pero de una flexibilidad asombrosa. Fue un toque ligero, como sin darse cuenta, y lo dejó esperando, acechante en la pequeña mesa con patas de treinta centímetros. A Nak la negrura del recinto no le impidió moverse con soltura, tanto tiempo en el torreón del faro le permite hacerlo sin tropezar contra los monolitos de instrumentos, algunos tan altos como el mismo hombre.

El frescor del piso le agradó, sus pies continuaban sensibles a la temperatura, a pesar de la dureza adquirida con el duro entrenamiento diario. Sudó mientras dormía, sin embargo la noche calurosa le molestaba poco, estaba muy acostumbrado al clima y casi nunca hacía a funcionar el aire acondicionado. Mientras se anudaba la empapada cabellera, fue recorriendo las claraboyas, cada una con más de un metro de diámetro, el campo insecticida eliminaba cualquier alimaña al aproximarse y la altura del faro era de seiscientos ochenta metros sobre el nivel de la parte superior del risco. El no lo sabía con certeza, se encontraba en una instalación con más de mil años de antigüedad, realizando la misma función, y para el mismo objetivo, que efectuaron cientos de otros como él en el oscuro pasado de ese planeta.

Entonces la noche se iluminó en el horizonte, con un resplandor rosado sobresaliendo por encima del mar. Y no era un amanecer.

<< ¿Una explosión? ¿Un navío? Todavía tiene invisibilidad instrumental >> el guardián del faro pensaba de esta manera, mientras con rapidez inspeccionaba los monolitos de control; unos segundos después, como un trueno seco perseguido por sus propias reverberaciones, llegó el estampido, reafirmando su primera hipótesis: una explosión.

Ninguna imagen, de dos o tres dimensiones, se proyectó en los globos rosáceos ahora flotantes en el recinto. Con la tenue iluminación fue posible distinguir el ambiente, era un tanto circular, con unos cincuenta metros de diámetro promedio y al menos seis de altura hasta el techo. Existían dos ascensores en gruesas columnas adyacentes a la pared.

A esta latitud del planeta el mar nunca se tornaba negro, el faro —como todos ellos en las rutas clandestinas—, no proyectaba luz visible. Los microorganismos hacían el agua luminosa y su débil coloración violeta se confundió con la rosada de la explosión. Por instantes aquella aureola se volvió más intensa y un casi imperceptible ronquido, de baja frecuencia, se inició.

<< En los riscos y bajo el agua las defensas robot despertaron; el puerto está cerrado >>

Con celeridad el guardián del faro se vistió con apenas un guayuco, luego colgó el machete en su cadera, utilizando una correa llena de remaches cruzándole pecho y espalda, bien apoyada en el hombro izquierdo. En la vaina de cuero repujado se veía una pelea de gallos zam, en realidad estos animales tenían un metro de altura, pieles escamosas, plumas tornasoladas, hileras de colmillos en los picos y espuelas de tres filos.

El zumbido de las claraboyas blindando las aberturas, como los ojos de un toro cuando embiste, se combinó con los latidos del corazón de Nak.

Minutos después una masa oscura y humeante, con veinte kilómetros de largo, cuatro de ancho y al menos dos y medio de alto, flotaba muy lejos frente a la costa, ahora agitada por remolinos inducidos por los campos sustentadores del navío, cuyo casco flotaba a cincuenta metros por encima de las olas. Para el momento una de las tres lunas había cortado la nubosidad y la suave iluminación, color ladrillo quemado, mostró detalles de la estructura.

<< Es El Pluma del Mar. Conozco esa silueta y las viejas reparaciones en la quilla >>

Una voz a atiplada sonó en el recinto.

    — ¡Quiero hablar con el Guardián del Faro! Soy Garsen, capitán del Pluma del Mar.

    — Soy Nak, a cargo del puerto. ¿Qué pasó con el otro capitán? —la voz de Nak rugió gruesa y pausada.

    — ¡Tuvimos problemas! Murió en la pelea.

    —Quiero detalles, o no abriré el puerto —y Nak acarició el mango del machete.

    —Los turistas tomaron parte del Pluma del Mar. Necesitamos perros jerggs, los turistas capturaron cuatro pistolas eléctricas. Pudimos empujarlos fuera de los puentes de control. ¡Nos tienen sitiados! Si deciden contraatacar nos barrerán; mataron ocho tripulantes, quedamos tres, uno muy mal herido. ¡Manda los perros!

    — Envía imágenes —murmuró Nak, con los dientes apretados y media sonrisa, como si estuviera observando un combate de gallos zam.

    —Estúpido Nak, me estas probando, sabes que en este lugar no es posible, los navíos civiles tienen bloqueadas las imágenes por vía inalámbrica desde que pasamos la atmósfera y volar sobre tierra firme sería atraer proyectiles, sólo podemos cruzar pasadizos aéreos para entrar al planeta y movernos dentro de él. Manda los perros. ¡Manda los perros!

    — ¿De dónde es tu acento? —y pareció mucho más indiferente a la situación.

    —Nací en GU-3. Fui reclutada por el ejército porque soy buen piloto, me obligaron hibernar cuatro años para llegar a este sector. Deserté hace un año, me capturaron y un General H-7 del Ejército Fronterizo, para evitarme la pena de muerte, me ofreció esta… ¡deja de preguntar! ¡Ahora trabajo en esto! ¡Manda los perros!

<< Yo hiberné trece años. Maté un Capitán H-3 y dos soldados F-2. Y aquí estoy en el planeta GU-3-P-44, conocido como La Cacerola…y ahora trabajo en esto…malditos Generales >>

    — ¿Garsen? ¿Y eres una mujer? —a Nak se le escapó una risa gruesa, casi inaudible.

    — ¿Tienes problemas con las mujeres o con el nombre? ¡Vamos, estúpido Nak, manda tus jerggs! ¿Quieres que los turistas tomen el puerto?

    << Malditos turistas >>

    —Oye, Garsen. Puedo evaporar El Pluma del Mar, y sólo con las armas submarinas —respondió Nak, al margen de sus propios pensamientos.

    — Si destruyes una carga tan valiosa los Generales te cortarán el cuello y sacarán tu lengua por el agujero. ¡Manda los perros!

En la base del faro se abrieron las jaulas y salieron los perros jergg, mil quinientos en total. En el sector GU-51 —de la Vía Láctea— los llamaban así, tal vez por sus ladridos. Para alguien que hubiera visto suficientes documentales de la Tierra, le parecería un mandril con cuernos de carnero, pero de dos metros de estatura, piel carente de pelo, manchada como una mezcla mal batida de mostaza, granos de pimienta y sangre seca.

    Se movían en jaurías de cincuenta individuos, de aspecto exacto entre sí; eran clones bien escogidos. En los diseños de la piel, de un grupo a otro, había diferencias perceptibles al ojo humano; los grupos macho tenían ojos verdes sin pestañas: “te mataré”, parecía escrito en su brillo; los grupos hembra diferían en la mirada de pupilas azules y pestañas cortas: “te comeré vivo”, transmitían ellas. Y el olor de sus cuerpos era un choque sensorial: todos olían a fruta podrida, dulzona pero repugnante.

    Trotaban en silencio, descendiendo por caminos entre los riscos en dirección al mar. En unas horas la temperatura de la atmosfera aumentaría cerca de los cuarenta grados Celsius a la sombra, y las selvas de las cordilleras perderían la niebla nocturna. En los desiertos pedregosos —decía la gente—, sería peor, y en sus minas de Perlas Marseco las condiciones eran desconocidas para la generalidad.

    Los perros jergg montaron de forma ordenada en pontones, los artefactos flotaban a dos metros por encima del agua y podían ascender hasta un kilómetro de altura, cada uno con cien jergg. Los perros no se miraban entre sí, durante una misión la disciplina dominaba los odios profundos entre los grupos.
    Nadie operaba los pontones, funcionaban de manera automática. Habían salido cuando una compuerta se deslizó en la pared vertical rocosa, como la boca de un dragón, tragó agua por toneladas y luego escupió los pontones.

En la parte más alta del faro y a la intemperie, estaba Nak, con la piel brillante como efecto del aerosol bloqueador de luz ultravioleta; le fue arrojado desde agujeros en las paredes antes de salir del faro. Muy preocupado, Nak examinaba con sus ojos al Pluma del Mar, situado a diez kilómetros de la orilla del acantilado; el amanecer iluminaba su estructura, todavía humeante por la parte superior; parecía una esponja metálica con esferas verde oscuro en los innumerables orificios de la superficie del casco.

El viento secaba el sudor en la piel desnuda del guardián del faro, a su alrededor había estructuras similares a iglús, protegiendo del salitre las antenas de telecomunicaciones y otros artificios tecnológicos garantes de la invisibilidad del puerto. En uno de sus oídos estaba fijado un audífono y de su cuello colgaba un visor de larga distancia. Con la mano derecha apoyada en el mango óseo del machete, utilizó la otra para mirar con el artefacto, este parecía una minúscula careta de buceador.

 

<< La explosión levantó un trozo de la parte superior; necesita reparaciones, así no puede salir del planeta. Si querían escapar con el navío perdieron la oportunidad. Tal vez los saboteadores apenas habían salido de hibernación y estaban aturdidos, además no sabían suficiente de explosivos y murieron en el intento ¿de dónde vendrán? Tydu me contó de un motín en un navío, hace doscientos años >>

    El hombre tomó asiento en el suelo, con las piernas cruzadas y las manos sosteniendo el machete enfundado, como si fuera un bebé en sus brazos.

    — ¿Cómo le va a mis perros, Garsen? —preguntó en voz alta, para superar el silbido del viento.

    No recibió respuesta por el auricular. Acarició el machete y analizó la situación una vez más.

<< Hace dos horas entraron a la nave. Estúpidos perros jergg, sólo saben ladrar, pero tienen telepatía, matas uno y todos se enteran dónde, cuándo y cómo. Dominan turistas con facilidad, con cincuenta perros controlas miles. Claro, cuándo no tienen armas. Pero los perros resisten descargas eléctricas enormes, mutilados siguen luchando hasta desangrarse; no exterminan a todos los turistas, sólo quieren doblegar al grupo, fueron creados para eso. Malditos turistas, en cualquier momento los veré saliendo en los vagones, serán temblorosos rebaños de mil, con dos o tres docenas de perros para vigilarlos >>

    Aunque se encontraba a la sombra, proporcionada por uno de los iglús, Nak sentía el aumento de la temperatura atmosférica. Ya podía anticipar un día caliente en extremo. No le importó, él venía de un planeta donde el sol era un disco pálido, apenas tibio, iluminando hielo y nieve sobre poblados sepultados bajo la blancura durante el ochenta por ciento del año. Su mano tropezó una larga cicatriz desde el hombro hasta el pectoral izquierdo, fue una herida de cuando lo reclutaron para el ejército. En su mente apareció la cara del capitán a quién desnucó.

    “Recluta, quítate la ropa y báñate con nosotros” Y todo terminó cuando Nak mató al capitán y a sus dos compinches. Luego vino el rápido juicio, la orden de ejecución por descuartizamiento, la aparición de un General H-7 del Ejército Fronterizo, la hibernación por trece años y aquí estaba: controlando turistas a millones de kilómetros de su hogar.

 

<< ¿Qué habrá sido de mi madre, de mi amor, de mi pueblo en las montañas, mi fiordo, mis amigos cazadores? Éramos los mejores pilotos pesqueros >>

 

Con el dorso de una mano se frotó los ojos, el viento evaporó el resto de lágrimas, pero continuaron surgiendo como lluvia salada.

    Nak no tenía forma de enterarse qué pasaba en el sector GU-51 donde se encontraba, conformado por una docena de sistemas solares muy alejados de la civilización. Y tampoco en el planeta. Una vez al mes lo dejaban tres días en un anacrónico pueblo de la costa: El Oasis de Fuego, con grandes probabilidades el único en miles de kilómetros a su alrededor. Debía ser prudente con sus palabras y preguntas, los Generales tenían buenos espías en los burdeles. Se contentaba con una borrachera continua, peleas de gallos zam y mirar las mujeres bailando, nunca pudo cohabitar con alguna, le asqueaba pensar en tantos hombres paseando dentro de ellas. La imagen de su amada nunca desapareció de su mente. Nak era respetado y temido en tales ambientes, su machete, silbando en el aire, hizo correr individuos incluso armados con dos espadas. Matar algún contrincante, y ser descubierto o acusado, implicaría su envío a un lugar más aislado, tal vez un faro menos concurrido, o lo que sería peor, según le advirtieron algunos conocidos: operador en las minas de Perlas Marseco, debido a su excelente conocimiento respecto a maquinaria robot.

    — ¿Qué pasa, Garsen? No he recibido tu aviso para despachar los vagones y desembarcar turistas. Habla o envía una transmisión luminosa. Estoy en la azotea del faro —su voz no reflejó la creciente ansiedad.

    El auricular continuó silencioso y Nak respiró con los ojos cerrados; necesitaba meditar.

    Unos minutos después una voz masculina lo sacó de su concentración, se oyeron palabras codificadas de un operador y más tarde la voz ruda de otro hombre.

    —Habla el General Tambun, H-7 del Ejército Fronterizo. Nak, no abras el puerto por ninguna razón, bajo pena de muerte inmediata. Y la carga del Pluma del Mar no debe sufrir daño. ¿Comprendido, Nak?

    —Sí, General. Orden comprendida.

    << Tambun, General Tambun, debe ser familia del otro que me envió a hibernar. Decían en mi planeta: la familia Tambun Raarg Sengen tienen demasiado poder desde hace siglos, la Guerra Fría entre las tres potencias —NACI, NIG y ZOUG— de la galaxia, los enriquecieron. Nadie puede acusarlos de negocios turbios y confabulación con traficantes de potencias enemigas, desaparecerían en horas para despertar después en algún sistema solar lejano, con años de hibernación encima y trabajando en esto >>

    De repente, minúsculos movimientos en la parte inferior del casco y un hervidero en el agua llamaron su atención. Se puso de pie, limpió los restos de lágrimas en sus ojos y observó con el visor.

    << Caen objetos al mar; los tiburones vampiro saltan como pulgas >>

    Aumentó la amplificación del instrumento.

    — Los mataron a todos. ¡Bruja maldita, tienen el navío! ¡Garsen me engañó!

    << Estoy muerto. Los Generales me matarán >>

Accionó el micrófono en su cuello, de inmediato lo apagó.

<< No puedo hablar, los Generales están escuchando >>

El guardián del faro corrió a los ascensores y un momento después estuvo en el filo del risco.

<< Tampoco puedo usar ningún vehículo, deben estar monitoreando cada máquina >>

Mientras corría entre las piedras de un sendero zigzagueante, rodeado de farallones, no perdía de vista el horizonte marino ni al Pluma del Mar. El sol calentó su cuerpo y gotas de sudor cayeron sobre las rocas. El viento intentaba lanzarlo a los precipicios, pero Nak conocía a la perfección esas corrientes, todos los días subía y bajaba los senderos, mientras cumplía su entrenamiento físico.

Media hora después llegó a una plataforma metálica, en la cual tres millones de individuos de pie podrían permanecer con holgura. Allí esperaba el primer lote de vagones, no tenían ruedas ni conductores humanos, flotaban a un metro sobre el pavimento. Aguardaban la orden y entonces partir en busca de los turistas; cada uno podía cargar mil, acompañados de unos cuantos perros jergg. Después se lanzarían por túneles oscuros, con rumbo a las minas en el desierto Marseco, decían las prostitutas en El Oasis de Fuego —ellas se jactaban de ser las personas mejor informadas—, pero Nak tenía diferentes noticias respecto a ese viaje.

Tomó asiento en el final de la pista metálica, mirando hacia el lejano Pluma del Mar. Sus piernas colgaban al vacío, si cayera, medio kilómetro más abajo lo tragarían remolinos turbulentos de un mar cálido como una sopa nutritiva.

<< Tal vez los Generales no me maten. Tal vez me envíen a un faro en algún asteroide, a diez años de hibernación desde aquí, más cerca de la frontera TER-88 y mucho más lejos de mi casa. No sé qué sería peor: morir o perder la esperanza >>

Ya no lloraba, cuando lo hacía Nak agotaba sus lágrimas en los primeros minutos y luego se quedaba pensativo, meditando sobre el porqué le estaba pasando algo tan terrible. No podía comprender las razones de los Generales, si ya lo tenían todo ¿por qué ambicionaban más?

Recordó la visita de El Tiburón Rojo —uno de los mayores navíos de los cientos que atracaron allí desde su llegada al faro—, fue cuando conoció a Tydu. Era una mujer, casi vieja pero bella, se la llevarían del planeta GU-3-P-44 —La Cacerola—, para colocarla en hibernación, con destino incierto. Nak tuvo la oportunidad de hablar con ella, mientras ambos corrían, sudorosos y jadeantes por los senderos entre los riscos.

<< Tydu fue combatiente en una frontera a cincuenta años de hibernación de aquí. Me gustaron sus palabras: Nak, eres igual que yo, nunca te suicidarás en soledad, te guardas para un gran final; ellos lo saben y por eso están seguros que seguiremos siendo útiles. Somos gente de confianza, aunque te cueste creerlo >>

Sus ojos ardieron, pero no lloró de nuevo.

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Pero Nak también tenía otra información al respecto.

Durante meses sufrió pesadillas por la historia contada por Tydu. La mujer, acurrucada bajo la sombra de una roca, le contó —en voz casi inaudible—, la verdadera razón por la que había tomado la decisión de matar los Operadores de Minas Marseco. La mirada de Tydu giraba hacia el cielo y en varias oportunidades señaló hacia una zona, donde algunas veces era posible ver una extraña nube oscura, como un sólido conector entre lo alto y el planeta.

“Minas Marseco no existe, Nak. Hace más de un milenio Los Generales crearon el mito. Hay muchos sitios como éste, escondidos en la galaxia. Fue una inmensa conspiración y cada vez crece de planeta a planeta. Los corruptos de tres súper ejércitos obtienen beneficio. La gente vive aterrorizada con la idea de una guerra inminente y consumen Perlas como si fuera el aire que respiran, sin importarles el precio. Es una terrible adicción y muy pocos logramos superarla de forma definitiva.”

La historia era confusa, incluso Nak creyó oír contradicciones. Con el tiempo muchos de los huecos fueron llenados por sus atentos oídos, fingiendo borracheras cuando empleados de alto nivel soltaban la lengua, entre ellos, durante sus viciosos desenfrenos en El Oasis de Fuego.

Entonces sus propias conclusiones fueron más aterradoras: no hay tales Minas Marseco, los turistas no son combatientes tomados prisioneros en rebeliones dentro de las tres potencias militares: NACI, NIG y ZOUG. No, los turistas son gente común, de aislados planetas con tendencia pacifista o que habían erradicado el consumo de Perlas en su población. Y las Perlas tampoco son perlas, extirpadas a extraños animales en mundos de clima extremo. En algunos sectores de la galaxia creen que el vicio maldito viene del mar, en otros sectores lo imaginan procedente de los desiertos y las selvas, y algunos hasta piensan que las Perlas son extraídas de aerolitos viajeros en el exterior de la Vía Láctea, por la presencia de componentes imposibles de analizar. Por supuesto, su consumo y mercadeo está prohibido por las más estrictas leyes de las tres potencias militares, pero esto garantiza las ganancias de quienes manejan la confabulación con tanta inteligencia. Todo producto prohibido aumenta de precio: es una ley universal, dicen quienes se atreven.

Desde El Pluma del Mar surgió un objeto volador. Nak lo reconoció.

<< Una chalupa. Estos turistas son una sorpresa, entre ellos debieron venir gente con intenciones de continuar luchando. ¿Qué pretenden esos ilusos? ¿Invadir el puerto con esa chatarra? Da risa y ganas de llorar >>

Minutos después descendieron casi una cincuentena de hombres y mujeres, tambaleantes, pálidos y delgados, las evidentes huellas de hibernación. Todavía llevaban trajes hospitalarios con temperatura regulada, filtros de aire y cascos de visera transparente, para aislarse de microorganismos patógenos. Las cuatro pistolas eléctricas estaban en manos de dos hombres y dos mujeres, apuntando a Nak, quien no se había movido del lugar donde se encontraba sentado, con las piernas colgando hacia el precipicio y acunando el machete enfundado, fuera de la vista de quién estuviera tras él. Nak no se dignó mirarlos por segunda vez, y mantuvo la mirada sobre El Pluma del Mar.

—Tú, la combatiente de ojos grises, debes ser Garsen. ¿Qué van hacer? ¿Matarme? ¿Capturar el puerto con esos cuatro juguetes? ¿Cómo piensan escapar de este sistema solar?

Fue la aludida quien contestó. En verdad tenía una figura de combatiente formidable, a pesar de la pérdida de peso. Su voz atiplada sonó más femenina que por los altoparlantes del faro.

—Sabemos que no hay forma de escapar, aunque el buque todavía pudiera salir al espacio. Conocemos a que nos enfrentamos, Nak. Hemos decidido morir luchando. No queremos agonizar por años, drogados y cosechando las Perlas que esclavizan nuestro pueblo. Ya perdimos todo, nuestro planeta fue derrotado y ahora está en “revisión, reorganización y reeducación”, como dicen los Generales. Los cuarenta millones de personas de la resistencia, hacinados en El Pluma del Mar, ya no tenemos razón para vivir.

La temblorosa carcajada de Nak los sorprendió.

— ¡Todo es mentira! ¡Las Perlas no son perlas! ¡Y las Minas no son minas! No existe un desierto Marseco lleno de animales cagando Perlas.

Volteó la cabeza para mirar otro instante a las cincuenta personas, y continuó hablando.

—Una mujer me lo contó. Mató a los compañeros de su equipo, cuando descubrió porqué trasladaban los turistas a una cúpula en el desierto. Sus paredes son como carne rosada, dentro es nebuloso y zumba como el interior de un nido de gusanos-rata; ella se arriesgó y pudo ver. Los dejaban allí, millones de turistas en filas de vagones flotando sobre el terreno viscoso.

Nadie habló. Bajaron las pistolas y se dejaron caer en el suelo, agotados por horas de lucha contra la tripulación y los perros jergg. Nak, frente a ellos, casi desnudo bajo el sol, permaneció inmóvil, goteando sudor.

— ¿Quieres decir que las Perlas son cosechadas en un ambiente diferente a la atmósfera del desierto?

Fue un hombre joven quien habló. Se había levantado la transparente careta e inhalaba como saboreando el último respiro. Nak volteó una vez más, para verlo sólo un segundo.

—Tydu, la mujer, estaba segura de algo asqueroso: los turistas, entre alaridos, son emponzoñados y luego producen dos cosas.

— ¿Emponzoñados, dices?

— ¡Emponzoñados, sí! Inoculados, poseídos por seres bestiales. ¡No quiero pensar en eso! —más risa temblorosa emergió de la garganta de Nak.
Ocurrió un silencio de varios segundos, sólo el ruido del viento se oía.

— ¿Y cuáles son esas dos cosas que producen? —preguntó Garsen, la líder de la revuelta, quitándose la mascarilla.

Ahora Nak habló como un robot, de voz gruesa, lenta y carrasposa.

—En las primeras horas, por todos los agujeros del cuerpo segregan Perlas…y aúllan de dolor…pidiendo que los maten.

— ¿Y después? —insistió Garsen, a punto de llorar.

—Al cabo de cuarenta y ocho horas más, mientras pierden la memoria, su carne se transforma en un repugnante ser: una combinación de cangrejo y molusco palpitante, rojo como la sangre, húmedo y goteante. ¡Es un bebé!… de… de ellos.

— ¿Ellos? —preguntaron casi al mismo tiempo los integrantes del grupo.

—Sí. ¡Ellos! Los Conquistadores de Galaxias. Vinieron para invadirnos, me dijo Tydu, su primer contacto fue con los Generales, hace mucho más de un milenio. Son muy inteligentes y se percataron de la naturaleza humana. Y pactaron en secreto. Es un buen negocio para todos ellos y durará mucho tiempo, pensaba Tydu, a menos que la ambición de los Generales “rompa el saco”, así lo dijo ella.

Ocurrió otra pausa de pocos segundos y uno de los hombres, arrancándose la máscara y sin levantarse del suelo, gritó:

— ¡No es cierto!

Al oír el histérico alarido, Nak recuperó otro poco de ecuanimidad.

—Mira hacia las montañas —dijo Nak, señalando con un pulgar a sus espaldas—, siempre ocurre cuando llega un nuevo embarque de turistas.
Todos dirigieron la vista hacia dónde había señalado.

Una columna oscura, que debía tener kilómetros de ancho, estaba apareciendo en el cielo. Vertical, como una gota de tinta, se fue alargando desde el espacio exterior hasta detrás de las montañas. Parecía absorber todo el espectro luminoso, así de intensa era su negrura.

—Permanecerá allí, esperando por ustedes. Nos dijeron que era un fenómeno atmosférico sin explicación conocida, pero Tydu tenía una idea irrebatible: es el camino, desde Marseco hacia el nido de los fabricantes de Perlas…para llevarse sus bebés.

Y la voz de Nak se quebró como hielo bajo la lluvia. Giró la cabeza al frente y luego la inclinó, para clavar sus ojos en el fondo del precipicio.

Entonces una serie de explosiones lo obligaron a mirar hacia el Pluma del Mar. De reojo vio a la mujer, Garsen: tenía un pequeño control remoto en su mano derecha y lo arrojó al mar. En el siguiente minuto, lanzando fuego por centenares de heridas, el Pluma del Mar —sus veinte kilómetros de largo, cuatro de ancho y dos y medio de alto—, se hundió. Las explosiones continuaron, arrojando columnas de agua, una fuerte lluvia salada cayó sobre Nak y sus acompañantes, mudos espectadores de la colosal tragedia: cuarenta millones de personas murieron. Luego, nada quedó en la superficie, en el siguiente minuto afloraron pequeños escombros.

Para ese momento, Garsen y su gente, se habían alineado al filo de la plataforma metálica, todos de cara al mar, tomados de la mano, en una cadena humana. Entonces cantaron en un desconocido idioma para Nak, una mezcla de himno de batalla y salmo fúnebre. Y saltaron, sin despedirse del guardián del faro, tal vez seguros que lo verían de nuevo.

Allí continuaba Nak, el Guardián del Faro, balanceándose adelante y atrás. El agua marina, que había inundado la plataforma durante las explosiones, se evaporó y de nuevo el sol hacia brillar la piel del hombre sentado en el peligroso borde.

El silbido de un transporte aéreo produjo los hipos característicos del aterrizaje. Nak continuó contemplando los remolinos, parecían llamarlo, ahora él se veía más encorvado, y comenzó a gemir en alta voz. Las fuertes pisadas de un grupo de hombres lo hicieron voltear la cabeza y se frotó los ojos con una mano; volvió a mirar hacia el precipicio y continuó gimiendo, ahora en voz baja.

<< Dioses de mis padres…vino un General H7 >>

— ¡Imbécil! ¡Estúpido! ¡Perdiste la carga! No mereces la cómoda vida que te damos. Deberías estar muerto, despedazado por los jergg.

Eran cinco uniformados quienes se acercaban, hombres obesos con trajes bien diseñados para mantenerlos frescos en aquella atmósfera. Tenían cascos adheridos al traje de vuelo y portaban pistolas eléctricas de alto poder, bien enfundadas en la cintura. Estaban adornados con infinidad de distintivos, identificando sus altos grados militares.

Se detuvieron a veinte pasos de Nak y el que había gritado, en un principio, lo continuó haciendo. La potencia de su voz hacia juego con su enorme estatura y volumen.
Los llantos de Nak aumentaron y se encogió aún más, ya a punto de caer hacia el vacío.

— ¡Maldito guarda faro! Sé quién eres, Nak. Tu vida no va a ser tan fácil como hasta ahora. ¿Sabes a dónde te enviaré?

Un estridente alarido de Nak interrumpió al General y enfureció aún más a todos los militares. El que gritaba dio varias zancadas hacia Nak. Sus fuertes botas resonaron contra el metal, como anunciando la condena de muerte. Y Nak volvió a lloriquear, con toses que lo obligaron a encogerse aún más. El militar dio otra zancada, profiriendo los peores insultos. Los demás se adelantaron tres…cuatro…cinco pasos, pero siempre quedaron atrás.

<< Un paso más, maldito >>

— ¡No, estúpido animal! Mejor servirás de comida a los tiburones.

Y el enorme uniformado efectuó otro paso, para tomar vuelo y lanzar una patada contra la espalda de Nak.

El machete cortó de abajo hacia arriba, el crujido de huesos rotos pereció detener el tiempo para los observadores. Nak había saltado como una culebra mordida por el fuego, y partió al hombre hasta el ombligo, aumentando la longitud de sus gruesas piernas. Sacó el arma y con otro golpe de relámpago lo decapitó. El estupor había paralizado a los demás. Nak atrapó la cabeza antes que tocara el suelo…y saltó al vacio.

Las descargas eléctricas golpearon el metal, porque su blanco, el hombre que había robado la cabeza de un General H7, de la familia Tambun, ya no estaba a la vista.

Nak sintió el viento en la cara. Le pareció fresco, tornándose en brisa con los aromas de su fiordo natal.
Oyó los gemidos de su amada. Los cantos de sus amigos. El grito de victoria en un combate deportivo. La voz de su padre…de su madre…y una canción de cuna.
Los remolinos de agua salada se convirtieron en blanca nieve.

Y Nak se fue…

FIN

Muchas gracias a Joseín por esta historia, es difícil imaginar una historia de Colonización Planetaria en donde los colonizados somos nosotros…

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p>Muchas gracias a Joseín por su participación y no olvidemos que este relato participa en el Desafío del Nexus, así que si les gustó, no dejen de votar con el botón “Me Gusta” de facebook.

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Joseín Moros
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