Un Espacio en el Bosque

Desde los Teques, estado Miranda, Ermanno Fiorucci, ganador de los tres Desafíos anteriores, vuelve a la carga con otra magnífica historia:

Un espacio en el bosque

Un Espacio en el Bosque

Autor: Ermanno Fiorucci
El Descanso del Guerrero era un típico chalet de los años veinte El fresco y ligero aire de montaña y el enorme silencio nocturno, en esa casa, estimulaban el descanso y la paz. Envuelto por ese entorno bucólico, Gerardo comenzó a escuchar el susurro de los árboles. Un ligero y dulce murmullo en la noche, pero frío y melancólico. Pronto descubriría qué decían.
El camino que subía la ladera cubierta de árboles, era tortuosa, estrecha y traicionera debido a los surcos profundos y a los peñascos atravesados. Las copiosas lluvias estacionales habían dado al camino el aspecto del cauce seco de un riachuelo.
El carro, cubierto de polvo, proseguía dando brincos, bajo el sol de la tarde. Dora contenía la respiración, pero no decía nada.
Gerardo Gandolfi, desde su lugar al volante, notó la expresión tensa y asustada de su mujer. Arrugó las cejas y volvió a concentrarse en el manejo. Acostumbrado a los corredores anchos de las autopistas, aquella angosta, empinada y deteriorada carretera rural, era una pesadilla. Con el tiempo, las lluvias habían rellenado las cunetas laterales y él observaba, asustado, la carretera que desaparecía a pocos centímetros de las ruedas.
—¿Te imaginas una carretera así hacia la Colonia Tovar? — refunfuñó. Siguió, manteniendo, a paso de hombre, la velocidad del carro.
Una vez más añoró su antigua 4×4 pero, a estas alturas, todo era de segunda mano en su vida.
La carretera dobló en una curva imposible y Gerardo tuvo que frenar, retroceder y reiniciar la marcha. Maldijo en silencio. El largo viaje, desde Los Teques, presentó muchas dificultades. Después de las anchas arterias inter estatales, la vialidad fue empeorando siempre más, hasta convertirse en aquella suerte de sendero agreste que, hasta los cultores del turismo de aventura, abordarían con desconfianza.
El silencio era incómodo y pesado, pero el hablar hubiese provocado una tensión mayor.
Estaban pasando frente a unos chalets que Gerardo observó con curiosidad.
—Ayúdame a identificar el lugar, Dora. Si nos pasamos, dudo que podamos dar la vuelta.
Cuando fueron a retirar las llaves, el agente informó que era uno de los últimos chalets. Estaba ubicado a la izquierda de la carretera, pintado de verde. Sobre la puerta principal podría leerse en letras rojas y blancas: El Descanso del Guerrero.
¡Imposible equivocarse!
—Espero que el lugar esté limpio — dijo Dora. — Algunas casas lucen, realmente, en muy malas condiciones.
Solo unas pocas se veían bien mantenidas: Pintura fresca, tela metálica en ventanas y porches, para protegerse de los mosquitos y jardincito frontal bien cuidado… La mayoría de ellas, sin embargo, estaban casi en ruinas: Parecían cajas encaramadas sobre pilotes inseguros; algunas se habían deslizado por la ladera convertidas en escuálidos montones de vigas retorcidas y oxidadas. La impresión general no era estimulante.
—Casi todos estos lugares tienen más de dos cientos años y, con el bajísimo alquiler que nos cobraron, no podías esperar encontrarte con un idílico chalet de montaña. Por esa cantidad, en la Colonia Tovar, hubiésemos pernoctados un solo día.
La expresión de Dora se estiró y los ojos se le humedecieron. Estaba asumiendo su ya familiar actitud de mártir. Gerardo apeló a toda su fuerza para enfrentar la crisis ya conocida.
—¡Ahí esta — exclamó de pronto. — Vamos a ver si hay espacio suficiente para salir de la carretera.
Con cautela condujo el carro hasta un claro al lado del chalet. El rostro de Dora se animó.
—No parece estar mal — dijo esperanzada.
Gerardo evaluó mentalmente la estructura.
—Cierto — admitió. — Desde afuera… por lo menos.

El Descanso del Guerrero era un típico chalet de los años veinte, período en el cual la zona era muy frecuentada. Su línea irregular daba la impresión de una pila de cajas ancladas a la cresta de la montaña. El piso superior, a nivel de la carretera, era un amplio cubo, debajo del cual estaba un paralelepípedo rectangular, aferrado a la ladera, cuya anchura era dos tercios del cubo, y en planta baja había otro paralelepípedo más angosto. Un mosquitero metálico oxidado cerraba los balcones de todos los niveles que se asomaban al valle.
—La vista es hermosa — comentó Gerardo. — Tenemos tres amplios balcones disponibles. Espero que no sean demasiado ventilados para ti. ¡Vamos! Explora el lugar mientras yo descargo el equipaje.
Al bajarse, se estiró con evidente placer. Dora se levantó con trabajo, apoyándose, en la puerta del carro. Gerardo le pasó el bastón y fue a abrir el chalet, mientras ella cojeaba penosamente sobre la alfombra de hojas caducas para alcanzar la puerta.
Ya adentro, sonrió.
—Gerardo, es un lugar íntimo. Estaremos bien aquí.
—Eso espero, querida — contestó él radiante.
La puerta, sostenida por chirriantes bisagras, se cerró.
Dora estaba cansada, se acostó temprano; Gerardo, en cambio, no tenía sueño. El viaje lo había dejado muy tenso y el paisaje lo inquietaba. Se dejó caer en una mecedora, estiró las piernas disfrutando la noche serrana. Tamborileaba perezosamente los dedos sobre el brazal del mecedor, mientras sostenía con la otra mano el vaso con su ron. Había traído algunas botellas, porque la licorería más cercana estaba en el pueblo de Bella Vista, unos pocos kilómetros hacia el valle, además, los precios eran estratosféricos… Un buen ron era otro lujo que no podía permitirse ya.
El fresco y ligero aire de montaña y el enorme silencio nocturno lo cohibía. En la oscuridad, la casa emitía ligeros crujidos. Desde el exterior llegaban los ruidos de las criaturas del bosque. Ardillas y topos provocaban apagados siseos en el silencio. Sobre toda esa sinfonía nocturna, destacaba el murmullo de los árboles. Gerardo había escuchado frecuentemente esa expresión, sin embargo jamás pudo comprender su significado, hasta ese momento: ¡los árboles murmuran de verdad! Un ligero y dulce murmullo en la noche, pero frío y melancólico.
Hasta el ron barato adquiere buen tono con el tiempo. No era reserva especial, claro, pero se dejaba colar. Gerardo se mecía suavemente saboreándolo. La quietud de la noche diluyó su estrés.
Casi en estado de vigilia, comenzó a meditar sobre el giro que había tomado su vida. ¡Dios!… Parecía todo tan seguro, tan estable: una esposa, un hijo, una carrera profesional promisoria, un hermoso carro, una casa confortable en una zona residencial, un círculo de amigos adecuados. En definitiva, un joven brillante alcanzando su ascenso social.
De pronto, el descuido de una mujer… un choque violento… destruyó todo en una fracción de segundo. Un funeral, semanas de visitas al hospital, la investigación y la ironía cruel de un agente de seguros, ¡con una póliza insuficiente!
Todo destruido: una vida cómoda y ordenada, desgarrada y convertida en fragmentos. Ya no podría regresar a la existencia del pasado, a pesar de las atenciones piadosas de los amigos y de los cuidados de los médicos, preocupados por las consecuencias de los traumas emocionales que había sufrido.
Quizás hubiese sido mejor si el conductor del carro hubiese sido él, en ese naufragio, que había sufrido su vida.
No… este era un deseo de autodestrucción que hacía parte de esos peligros, contra los cuales todos los médicos le habían prevenido, después de aquella escena en el hospital… Era una de las razones por la que le habían sugerido tomar unas vacaciones… Ambos tienen heridas que deben cicatrizar, le habían dicho.
Gerardo se rió al recordar los intentos de sicólogo. Sin embargo, en el silencio del chalet su risa pareció provocar un ruido aterrador. Revisó la botella. Casi vacía… ¡Estaba borracho!
Bien llegó la hora de ir a la cama y probar ese colchón apolillado. Inspiró una profunda bocanada de aire. Flotaba en el ambiente un extraño perfume que antes no había notado. Quizás una flor nocturna…. Era una fragancia cuyo aroma sugería el olor del lirio.
Las escaleras del chalet eran muy peligrosas para Dora, de manera que Gerardo se vio obligado a cargarla en sus brazos y poco faltó para que ambos rodaran escaleras abajo. Pero ella quiso explorar todos los pisos, inmediatamente después del desayuno. Todavía con la resaca de la borrachera, Gerardo se sumó, sin mucho entusiasmo, a la investigación.
Era extraño lo frágil que parecía Dora en sus brazos, ella que siempre había dado la impresión de ser una mujer fuerte. Quizás, debería hacer más ejercicio de piernas, como le habían sugerido los médicos…
El chalet estaba mal mantenido, pero lucía sólido. Todo el mobiliario era tradicional y en pésimo estado. Nada que revelase la personalidad de los muchos vagabundos que lo habían habitado año tras año. Camas de hierro rechinantes, mesas rayadas, cajas y baúles repletos de un montón de cosas inútiles. Una biblioteca polvorienta, con novelas de Agatha Christie, policíacas de Edgar Wallace, una biografía de Francisco de Miranda, una Biblia y otros volúmenes de autores desconocidos. Dora curioseó con entusiasmo entre todo aquello y Gerardo, muy a su pesar, se involucró.
En el piso superior estaba ubicada la cocina, con sus accesorios anticuados, dos dormitorios, un baño con un viejo wáter, un área espaciosa que podría funcionar como comedor o sala de estar. En el piso inferior había otros dos dormitorios y una sala más estrecha a lo largo del balcón protegido con tela metálica. El tercer nivel comprendía una larga galería con muchas alcayatas en las paredes para colgar hamacas y una habitación que, en el pasado, había funcionado como bar.
Más abajo, un espacio de depósito repleto de cajas y cosas viejas. Fue en este lugar donde Gerardo regresó después del almuerzo. Dora quiso reposar.
El desorden era increíble: un revoltijo de basura abandonada por años.
Gerardo sabía valorar una eventual antigüedad y, con el entusiasmo de un buscador de tesoros, comenzó a revisar en ese montón de años `perdidos.
Había más cosas de las que podría contener cualquier ático.
Encontró un escorpión debajo de una caja. Pero no le prestó atención a esos riesgos, más de lo que pudiese prestarle a la suciedad, aunque, en el pasado, no se hubiera arriesgado solo para hurgar entre trastos viejos.
La investigación resultó fructífera: una caja de herramientas para eventuales reparaciones, unos folletos roídos, novelas de serie con las que podría divertirse un poco. Una vieja lámpara de cobre, una buena pieza de posible valor histórico. Algunos marcos aprovechables y, recostados a una columna, unos viejos cuadros, generalmente paisajes de montaña. Un cuadro llamó su atención. Examinándolo más de cerca se dio cuenta que se trataba de un óleo y lucía inconcluso. Por un momento cruzaron por su mente historias de obras de arte escondidas… sin embargo desechó ese pensamiento. Sopló el polvo que lo cubría. El lienzo lucía intacto. Con aire crítico, lo levantó observándolo con buena luz. El cuadro lo impresionó de manera inexplicable. El arte no había significado mucho para él, y su interés nunca había ido más allá de la adquisición de alguna reproducción para rellenar los vacíos de las paredes.
El retrato de una mujer, eso era todo. Extrañamente indefinido, como si los colores fuesen transparentes. ¿Estaba inconcluso o se trataba de un intento novedoso de arte impresionista? La mujer lucía un sencillo vestido verde, un ligero conjunto veraniego de los años veinte. Los cabellos, de un color castaño-rojizo, cortados a lo garçòn, como era la moda de esa época. Pero había en ella un aire indefinible, que inducía a pensar en una época más remota.
Era un cuadro lleno de melancolía: la mujer que destacaba contra un fondo de oscuros sauces llorones, le daba un aire de fragilidad, pero, ilógicamente, sugería, a la vez, la sensación de fuerza. Rostro enigmático… la expresión de un estado de ánimo que parecía cambiar a cada instante. La boca sensual… ¿sonreía… o expresaba dolor? Estaba entrecerrada como para anticipar ¿un beso… o una lágrima? Los ojos de un azul dulce ¿brillaban? ¿Expresaban nostalgia? ¿Dolor? O eran ojos ¿anhelantes, o triunfantes tal vez?
Ojos melancólicos, un rostro melancólico, un cuadro melancólico.
Una melodía, casi olvidada, Arabesque de Debussy, invadió su mente y con ella las palabras de su viejo profesor de arte:
“Para aprender a traducir los colores a sonidos hay que escuchar la música de Debussy. El colorido se consigue jugando con acordes extraños, un punto disonantes a veces, escalas no convencionales e instrumentaciones inusuales; por su parte las melodías se diluyen y fluyen sin seguir patrones claros, sugiriendo más que afirmando, e invitan al oyente a pasar de mero espectador a cómplice. En el “Première arabesque” Debussy lo hace a la perfección y el efecto es incomparable.”
¿Por qué este cuadro lo motivaba tanto?
El sol estaba bajando y el viento de la montaña soplaba frío entre los árboles. ¿Cuánto tiempo se había quedado mirando el cuadro?
Sacudido por un escalofrío, que no era provocado sólo por el viento, Gerardo tomó con precaución su descubrimiento y salió de ese cuarto polvoriento.
Dora estaba de buen humor y no se quejó por haber sido descuidada durante toda la tarde.
—¡Vamos a ver qué tesoros encontraste en el desván — dijo riendo y miró el cuadro. — ¿Es la O´Connor?… ¿o la Twiggy?… Una pieza para ropavejero.
A Gerardo le molestó su fingida alegría.
Considerando la profunda impresión que el cuadro le había provocado, la carcajada de Dora le pareció irreverente.
—Me lució agradable. Quizás lo cuelgue en la pared. ¿No aprecias la nostalgia que sugiere?
Lo observó con expresión de suficiencia.
—¿Hablas en serio? ¿Colgar esa vieja costra? Amor, estás jugando. ¿No ves que es ridícula?
Gerardo le miró, con intención, sus bermudas y la blusa corta que dejaba al descubierto una faja de piel.
—Posiblemente también eso parecerá ridículo entre algunos años.
—¿Tú crees? Pensé que te gustaba.
Se examinó con preocupación. No, evidentemente era solo sarcasmo de Gerardo
—Déjame darle otra mirada más acuciosa a tu tesoro
Estudió el cuadro con aire profesional. Los martes por la tarde solía recibir clases de arte con algunas amigas.
—El artista es demasiado romántico. No hay expresión y tampoco profundidad en el sujeto. Una mujer pálida sobre un fondo de sauces oscuros… muy obvio y edulcorado. El fondo muy cargado para un retrato y, además, el vestido lo coloca en una época muy precisa para poder ser idealizado. Tonos verdes excesivos y repetidos. La luz completamente equivocada y no existe imaginación en esos colores oscuros.
Gerardo se mordió el labio. ¡Principiante presuntuosa! Hubiese querido ser un experto para destruir esa crítica petulante
—Es un trabajo característico — siguió — de esas mediocridades dulzonas de los años veinte. Se trata de un retrato que algún amateur le hizo a su novia y ella tuvo el buen gusto de dejarlo aquí. Vamos a ver… hay una firma en este ángulo. E. Montiel, 1951. ¿Mil novecientos cincuenta y uno? ¡Qué raro!… — concluyó en tono desconcertado.
—¿Desde cuándo fuiste nombrada crítica de esa corriente artística?—acotó Gerardo con socarronería. — Me refiero a las reuniones de amas de casa, chismosas y aburridas, que ensuciaban un lienzo con grumos de color definiéndolo, luego, como “un sutil juego de neo-algo”.
Se sintió herida en carne viva, con el sarcasmo.
—¡Deja de tomártelo tan mal. Te sientes ofendido en tu ego viril, porque no me importa en absoluto tu Twiggy de los bosques.
—¡Me incomoda tu insensibilidad que no permite asociarte al sentimiento de este cuadro!
¿Por qué se había molestado tanto por un viejo cuadro?
—¿Por qué no captas el…? ¡Maldición! ¿Dónde encuentran los críticos todos esos términos que usan con tanta naturalidad?…Solo estás celosa del retrato de una hermosa mujer.
—No pretendas colgar esa porquería aquí, ¿está claro?
Estaba furiosa
—¡No! ¡No lo colgaré, donde puedas darte el gusto de burlarte!… ¡Lo colgaré abajo!
—¡Mientras más abajo, mejor! — gritó tras él, ya a punto de soltar las lágrimas.
Y pensar que las cosas iban tan bien…
La cena se desarrolló en un clima cargado. Ambos incómodos y a la defensiva; escusas sobreentendidas, pero no expresadas; la discusión ignorada pero no olvidada. Más tarde, él la dejó entretenerse con el televisor portátil con la escusa de que quería leer un poco sin ser molestado.
En el piso de abajo había reabastecido el viejo bar. El retrato estaba colgado en la pared y lo estaba mirando. Al limpiarlo descubrió un nombre: Renata, escrito arriba. ¿Sería el del artista? No, ese era E. Montiel. Entonces, Renata, era el título El nombre le iba bien.
—¿Te molesta si bebo algo, Renata? — murmuró. —Mi esposa dice que bebo mucho y con demasiada frecuencia.
Los ojos devolvieron la mirada. ¿Con piedad? ¿Nostalgia? ¿Deseo?
¡Qué aire tan desamparado tenía!
Gerardo encendió la lámpara de kerosene y se acomodó para leer las novelas encontradas en el desván. ¡Dios como era ingenua toda esa temática! ¿La gente sería tan primaria? Se preguntó qué efecto había provocado James Bond en los lectores de esos años.
Una gran cantidad de insectos habían atravesado la red metálica oxidada y se agrupaban alrededor de la luz. Le zumbaban en los oídos, se posaban sobre las páginas del libro y le caían en el vaso… Fastidiado, apagó la lámpara.
Su mirada fue captada de nuevo por el retrato, visible en la oscuridad, gracias a la luz del bar. La observó con la paciencia atenta de cuatro vasos de ron bien servidos. ¿Quién era esa Renata? Lucía muy viva para ser una fantasía del artista. Pero resultaba extraño que un pintor de los años cincuenta, pintase una mujer de los años veinte.
¿Se sentaría algún día ella, en este porche para escuchar el mismo viento? ¿Este viento frío y melancólico que soplaba a través de los sauces? ¡Dios, el ron lo volvía sentimental!
Cerró pesadamente los ojos y se concentró en la noche, permitiendo que le invadiera su magia añeja.
En la fresca noche aterciopelada, los árboles susurraban ecos de soledad. Se sintió solo, un alma perdida, a la deriva, en la oscuridad poblada de sauces.
De nuevo le alcanzó la suave fragancia obsesiva de los lirios. Esencia utilizada por hechiceras de otras épocas. Efluvios que, desde los años muertos, llegaban hasta el presente. Delicado perfume floral usado cuando la belleza era acariciada por faldas de seda, adornada por perlas y brillantes uñas esmaltadas.
¡Todo eso evaporado ya! Hoy día una mujer se viste, se embellece y se perfuma con asfalto mineral y celulosa. No es de extrañar que la femineidad esté en decadencia.
En estado de vigilia, suspendido entre el sueño y la conciencia, respiró aquella fragancia maravillosa, la frescura de la noche y la delicadeza del aire. Oyó un débil crujido de seda a su lado, un sonido diferente del murmullo de los árboles, un aliento frío sobre su cuello, disímil al soplo de la brisa de montaña. Como el bálsamo huidizo del lirio, sensaciones extrañas a la noche y, sin embargo, pertenecientes a ella. El viento despeinó sus cabellos negros y acarició la frente sudada como una mano fresca y delicada que quisiese alisar las arrugas del dolor.
Suspiró casi temblando. La tensión se aflojó, y la angustia perdió su aguijón. Un sentimiento de calma indefinible se apoderó de él y experimentó un presagio de éxtasis. Entreabrió los labios en una sonrisa de felicidad soñadora.
Renata…
El suspiro le brotó de manera espontánea. Fue como si otros labios se acercaran a los suyos. Luego llegó el sueño.
El cartel decía: “Mercería El Pino”. En Bella Vista, había supermercados modernos y, en condiciones normales, Gerardo hubiese recorrido esos pocos kilómetros de más. Pero ese día se sentía inclinado a visitar la mercería doméstica, allí mismo, en Los Montes Verdes con su atmósfera de negocio “demodé”.
El local era viejo, la pintura comenzaba a desconcharse y la vidriera estaba sucia.
Adentro había más cosas amontonadas, de lo que pudiera parecer a simple vista. Mercancía de todo tipo estaba precariamente depositada en estantes. Era una verdadera aglomeración, sin la bizarra originalidad de los falsos negocios de Bella Vista para uso y consumo de los turistas.
Hacer las compras ahí, fue como una suerte de aventura y se sintió feliz por no haberse hecho acompañar por Dora. Le llamó la atención una serie de cuchillos que se estaban exponiendo, y entre los pequeños de bolsillo reconoció la forma familiar de un Barlow
—¿Es un Barlow verdadero o es una imitación china? — preguntó.
El propietario lo miró con aire cómplice:
—¡No, señor! Todos esos cuchillos son nacionales. Si desea un cuchillo de calidad, tome el que prefiera, aunque hay algunas personas que prefieren los alemanes. Ese, que es muy parecido al Barlow, es un magnífico cuchillo, tan bueno como los que se hacían hace ochenta años. Es económico. ¿Quiere verlo?
Gerardo revisó el cuchillo minuciosamente y decidió comprarlo. Era un bonito recuerdo. El comerciante tenía ganas de hablar, y del cuchillo pasaron a otros asuntos.
Lorenzo Pantoja administraba aquel negocio desde… ya no recordaba cuando. Su tío Primiano había construido el edificio en la época de Gómez.
Lorenzo tuvo una curiosa reacción cuando Gerardo le dijo, que había alquilado El Descanso del Guerrero
—¡Por fin han encontrado a alguien dispuesto a quedarse en la vieja casa de Ezequiel — dijo.
Gerardo arrugó las cejas:
—¿Por qué dice eso? ¿Hay, acaso, fantasmas en esa casa?
—¿Fantasmas? Huumm… no… Yo no diría que se puede hablar de fantasmas. Hasta donde sé, nadie ha visto fantasmas rondando por la casa de Ezequiel. Fantasmas había, y en abundancia, en la vieja casa de Mardonio. Todo el mundo sabía que ahí había. Pero esa se quemó hace ya algunos años… Pues, no, la casa de Ezequiel no está habitada por fantasmas. Pero se dice que es pavosa.
—¿Pavosa? ¿Cómo así? —Gerardo se preguntó si debía soltar la carcajada.
Lorenzo terminó de empaquetar la mercancía vendida.
—Mire, yo había apenas terminado la primaria… y perdone la distancia — sonrió — cuando Ezequiel Durán construyó El Descanso del Guerrero. Era dueño de dos bombas de gasolina en las afuera de Bella Vista y se le consideraba un hombre rico. El Descanso lo construyó para su luna de miel… Linda y joven su mujer… la recuerdo muy bien. Era, por lo menos, veinte años más joven que él. Por aquel entonces Ezequiel andaría por los cuarenta. Un hombre grande y fuerte. Renata, en cambio, era una muchacha menudita pero ¡qué muchacha!
—¿Renata?
—Renata. Se llamaba así. De verdad magnífica. Tenía los cabellos corticos… igual que los vestidos. La mujeres de por aquí estaban escandalizadas por sus maneras desenvueltas de mujer de la ciudad. A los hombres, en cambio, le gustaba muchísimo, se lo aseguro. Cabellos rojizos, y el fuego en esos ojos azules. Los hombres la rodeaban como moscas. Le gustaba estar aquí, en la montaña, y venía cada verano cuando el calor en la ciudad arreciaba. En esa época esta zona era muy visitada. Los turistas venían de todas partes a pasar aquí sus vacaciones. Había buenas pensiones y bastante chalets en alquiler… Pues sí, este lugar estaba lleno de vida por aquel entonces. En verdad la gente pensaba que Renata era… como un poco demasiado mujer para Ezequiel. De todos modos, en una de esas vacaciones ella ligó con un turista, un tal Samuel Lugo que estaba vacacionando en Bella Vista. Por lo que se sabe, parece que Ezequiel descubrió el asunto… usted sabe como corren los chismes. Así que un día la muchacha desapareció… de repente. Y antes de que alguien se diera cuenta de su desaparición, Ezequiel se desbarrancó con el carro. Vi ese accidente. Había salido disparado por el parabrisas y estaba casi decapitado. Cuando Renata no apareció, comenzaron a buscarla. No se supo más nunca nada de esa muchacha. Desapareció sin dejar ninguna pista.
Como se sabía que Ezequiel tenía un carácter violento, y celoso, la gente pensó que al descubrir el asunto de su mujer con Samuel Lugo, la mató y enterró su cadáver en algún lugar del bosque… Nadie ha sido capaz de encontrarla. Algunos pensaron que, quizás, se había fugado con Samuel Lugo, pero él juró que no sabía nada del asunto. De todas maneras, poco tiempo después, Lugo fue encontrado destrozado, presuntamente por un cunaguaro, mientras paseaba de noche por el bosque. Así que no quedó nadie que supiese algo del asunto… Ezequiel Durán tenía un hermano, y fue este quien vendió el chalet, que ha venido pasando de mano en mano.
—¿Y nunca nacieron historias de fantasmas, o cosas parecidas vinculadas al lugar?
—No, la verdad es que eso no ha sucedido — contestó Lorenzo con aire circunspecto. —Nunca ha sucedido algo particularmente extraño en esa casa. Por alguna razón o por otra, nunca nadie la ha habitado por mucho tiempo. El único hecho que podría ser considerado misterioso es la historia de aquel artista.
—¿Artista? ¿Qué hizo?
—Era un tipo de Maracaibo. Creo que tenía alguna enfermedad. Un tipo raro… con la azotea tostada, como suele decirse por aquí. Se suicidó después de haber pasado casi un mes ahí. Se rebanó la garganta con un cuchillo y solo lo encontraron después de una semana. Posterior a ese acontecimiento, tengo entendido que tuvieron problemas para alquilar la casa. Se llamaba… estee… a ver si lo recuerdo… ah sí: Eufrasio Montiel.
Dora se mostró particularmente atenta durante la cena e hizo un notable esfuerzo para no hablar de la prolongada ausencia de Gerardo durante toda la tarde. Había preparado un riquísimo asado negro, uno de los platos preferidos de su esposo y sus ojos asumieron la expresión de dulce regaño cuando él contestó de manera seca y vaga a sus intentos de entablar conversación. Ojalá fuera tan asfixiante en sus intentos para complacerle, pensó Gerardo, para luego comportarse como un perro apaleado si él no se mostraba expresivo.
Diligentemente la ayudó a deshacer la mesa; hasta secó los platos, después de que ella los lavara. Luego Dora le propuso jugar un partido de ajedrez, pero Gerardo sabía que no le gustaba y rehusó. La conversación se hacía a cada rato más forzada y cuando ella se deslizó hacia lo sentimental, Gerardo encendió el televisor. Poco después murmuró acerca de un trabajo que debía hacer y la dejó lamentando su soledad. Ahora, seguro comenzará a llorar, pensó en un arrebato de rabia, mientras bajaba la empinada escalera. De todos modos ya se le pasará cuando comience la novela.
Con el vaso en la mano, volvió a observar el extraño cuadro que había despertado su fantasía… E. Montiel 1951
Eufrasio Montiel… había vivido allí y se había suicidado.
Pero: ¿por qué había pintado a una mujer, Renata, vestida de acuerdo a la moda de veinte años antes? Estaba seguro que, aquella Renata era la desafortunada Renata Durán, probablemente asesinada por el marido celoso, algunos años atrás, en este mismo chalet.
Era factible que Montiel encontrara una vieja foto, como también que hubiese oído hablar de los trágicos acontecimientos del chalet y, quizás, la foto de la mujer asesinada había estimulado su fantasía artística. La mente de un hombre que está al borde del suicidio, tuvo que haber experimentado un placer morboso al pintar a una pecadora asesinada por el marido, en una época decadente como la de los años veinte.
Era una criatura maravillosa. Podía entenderse como, una belleza como esa, sería capaz de llevar a un hombre hacia el adulterio o al delito, y era también comprensible la razón por la cual Montiel estaba fascinado con ella.
Miró el retrato con aire triste. ¡Lucía tan viva! Montiel debía ser poseedor de un gran talento para infundir tanta vida en un lienzo. Era extraño como sus ojos lo miraban fijamente. ¡Y esa sonrisa! Si se la quedaba mirando durante un tiempo bastante largo, podía ver los labios moverse y los ojos seguirlo.
Increíble que Montiel hubiese logrado plasmar todos esos detalles a partir solamente de una foto.
Tuvo que haber sido fácil amarla. No era un ama de casa plana y sosa como Dora. Alguna vez había amado a Dora precisamente por esa vocación de ama de casa, además era una madre perfecta. En ese entonces habría considerado a una mujer como Renata, peligrosa y frívola… deseable, quizás, como una diosa del sexo, pero no como una mujer para amar. ¡Cómo pueden cambiar los valores, con el tiempo!
En ese momento Gerardo comprendió que ya no amaba a su mujer.
Se sintió invadido por una ola de amargura. ¿Debía sentirse culpable por haber tratado a Dora con tanta dureza? Era injusto no perdonar por un incidente, un simple accidente que…
—¡Mató a mi hijo! — gritó con voz ahogada.
Las lágrimas de rabia y dolor le nublaron los ojos. Con un sollozo apartó los ojos del cuadro y lanzó el vaso vacío a través de la ventana del bar…
Tuvo un escalofrío al no oírlo hacerse añicos contra los árboles de abajo.
¡Renata estaba en el umbral de la puerta del bar!
La imagen duró solo un momento. Durante un instante la vio claramente, de pie, frente a él, mirándole desde la oscuridad. Era exactamente como se la representaba en el cuadro, vestido verde, cabellos cortos y rojizos, ojos llenos de deseo, labios entreabiertos anhelantes.
Luego, mientras su corazón se desbocaba, la imagen se desvaneció.
Gerardo respiró profundamente, y se dejó caer en el mecedor. ¿Había visto un fantasma? ¿O las licorerías, a fin de incrementar sus ventas, habían asumido la norma de inocular alguna droga en las botellas de ron?
Rió débilmente. ¡Debía tratarse de una superposición de imagen! ¡Por supuesto! Estuvo mirando el cuadro por más de una hora, cuando, de pronto, había girado para mirar la puerta, sumergida en la oscuridad, la imagen del cuadro había quedado impresa en la retina. ¡Obvio! Suelen hacerse experimentos de este tipo en los laboratorios.
Había sido enervante por un momento. Posiblemente es precisamente así como las casas, en las cuales aparecen fantasmas, se crean sus respectivas famas. Miró a su alrededor. El porche estaba desierto, naturalmente. El viento continuaba susurrando entre los árboles, cuyas ramas se mecían rítmicamente. Con el viento nocturno llegó el perfume de lirios. Era todo tan tranquilo, tan fresco y melancólico. Cerró los ojos y se estremeció, irracionalmente feliz. Estar solo con alguien a quien amas mucho: Solo él y la noche.
—¡Gerardo! En nombre de Dios, ¿estás bien?
Se catapultó fuera del mecedor.
—¿Cómo? ¡Por supuesto que estoy bien! ¡Por favor deja ya de chillar! ¿Qué demonios te sucede?
Dora estaba en la cima de la escalera.
—Oí caer un vaso y tú no me contestaste la primera vez que te llamé. Temí que te habías lastimado al caer. Estaba a punto de bajar para verificarlo.
—Estoy bien, gracias — la tranquilizó con tono paciente. — Solo se me cayó el vaso. La próxima vez apaga el televisor si quieres que te escuche.
—El televisor está apagado. Comenzó a tener fallas, lo mismo que ayer por la tarde. ¿Por qué no lo revisas? De día funciona tan…
Se interrumpió y olfateó sonoramente.
—Gerardo, ¿no percibes un olor?
—Flores silvestres. ¿Por qué?
—No. No sientes un olor a podrido. Lo he notado varias veces de noche. Es como si hubiese algo putrefacto en el chalet.
Gerardo estaba tratando de mover un viejo baúl que había sido introducido en el armario y Dora había insistido para que Gerardo lo llevara al sótano. Rezongaba arrastrando el pesado baúl hacia las escaleras. La cerradura estaba oxidada y él no había podido abrirlo para vaciarlo y facilitar su tarea. Y fue así como, de pronto, el baúl se le escapó de las manos y rodó escaleras abajo. Al llegar al fondo explotó como un melón podrido, regando a su alrededor todo su contenido mohoso
Sobre todo vestidos y libros. Gerardo paró de nuevo el baúl roto y comenzó a tirar adentro toda aquella basura.
Había una agenda forrada en piel. La tapa estaba abierta y pudo leer: Diario. Eufrasio Montiel. Junio-Diciembre 1951.
Miró, alarmado, el baúl. Se trataba de los efectos personales del pintor, no reclamados después del suicidio.
Se guardó el diario y volvió a tirar dentro lo que quedaba. Luego sucumbió a la curiosidad morbosa y comenzó a leerlo. Algunas páginas denunciaban encuentros cercanos del tercer tipo con cucarachas… otras, pegadas por el moho se deshicieron al tratar de separarlas; sin embargo pudo leer lo suficiente para quedar enganchado. Los primeros capítulos no eran particularmente interesantes, eran comentarios amargos acerca del gobierno dictatorial, la férrea represión a los movimientos subversivos, lo difícil que era vivir de la pintura, y el deplorable comportamiento de esa rata: Marlene.
El 27 de Junio Montiel había llegado al Descanso del Guerrero para relajarse y estudiar los paisajes de montaña.
A partir de ahí, algunos pasajes del diario comenzaron a ejercer sobre él una fascinación particular.
28 de Junio. Un paseo por el bosque, sin extraviarme o ser destrozado por un cunaguaro. ¡Hermosa arboleda! Después de las torres frías y grises de Maracaibo, este ambiente bucólico, resulta ser fascinante. Es una sensación muy extraña el sentirse absolutamente solos. Caminé durante horas sin ver ni un alma. Y esa suave alfombra de hojas caducas tan diferente del infinito desierto de asfalto. ¡Soledad absoluta! ¡Me siento renacer! Estos árboles, pinos y sauces son extraordinarios. Ningún sonido es más triste que el del viento murmurando a través de sus ramas. ¡Mágico! Ojalá logre expresar sobre el lienzo esta soledad irreal.

30 Junio. Todavía no he encontrado esas flores. Presumo que la brisa nocturna transporta su aroma desde lejos. No sabía que por estos lados nacieran lirios. ¡Raro!. De noche parece casi un perfume femenino-
2 Julio. Las fantasías sexuales aumentan. Varias veces de noche he sentido la presencia de una mujer en la oscuridad. Es extraño como mi fantasía sea capaz casi de materializar una sombra. Me estoy convenciendo de verla a los márgenes de mi visión.
5 Julio. ¡Demasiado néctar de los dioses, Eufrasio! Es la última vez que me la echo de patriota. Demasiado ron para celebrar el glorioso 5 de julio, me dejo caer en la poltrona y… ¡Cristo! ¡Me despierto y veo a una muchacha inclinada sobre mí! Se desvaneció antes que mis ojos lograran enfocarla. Me pregunto qué diría Freud…

7 Julio. O este lugar está habitado por fantasmas o debo tratar de buscar a la hermosa hija de algún lugareño. Anoche me desperté con la clara sensación que había una mujer en la cama conmigo. ¿Asustado? ¡Por Dios! Como un niñito sumergido en una pesadilla. Tenía miedo de estirar el brazo, girar la cabeza y descubrir si en realidad había alguien de verdad. Cuando me decido controlar, mi mano no se tropezó con nada, sin embargo casi tuve la impresión de percibir una depresión en el colchón. Creo que mi materia gris está comenzando a fallar…
A este punto las páginas estaban demasiado deterioradas para poderlas descifrar y Gerardo juntó los restos con enorme dificultad.
… parece conocer todo el asunto, aunque es difícil saber hasta donde el buen pastor sea imparcial. Benítez es un tipo en verdad raro… el típico evangélico clásico. Es la misma historia contada por Pantoja y los otros haraganes del lugar, con las diferencia que el rev. Benítez parece haber conocido a Lugo. Renata era una “mujer de Satanás”, pero, sin dudas, para él toda “hermosa mujer de ciudad” tendría olor a pecado e impiedad. De todas maneras, su versión es que se casaría con Duran por la plata, pero bien decidida a estar disponible para todo. Sedujo a Samuel Lugo y lo arrastró desde el sendero de la rectitud, por el cual estaba transitando, al pantano del pecado y el adulterio. De acuerdo a lo que dice Benítez, Renata había solo… (aquí faltaba media página)… no se descubrió jamás ninguna pista del cuerpo de Renata. También se supuso que Durán la había matado, considerando que no se presentó jamás ni en el pueblo, ni en ningún otro lugar, y estaba claro que Ezequiel estaba huyendo cuando se desbarrancó con el carro. A este punto Benítez se vuelve algo ambiguo. Insiste en el hecho que cuando encontraron a Durán, degollado por el vidrio del parabrisas, no había cerca del cuerpo ni una décima parte de la sangre que se hubiese esperado. Lo mismo podría decirse de Samuel Lugo. Además de la garganta destrozada, solo podían verse heridas superficiales y muy poca sangre. Benítez no cree en la versión del cunaguaro, sin embargo no veo qué cosa… (faltan algunas páginas)…
si estoy loco o si en este chalet hay fantasmas de verdad.

15 Julio. La volví a ver anoche. Esta vez estaba en el sendero al borde del bosque, y me pareció que estuviese mirándome. La imagen duró 15-20 segundos, bastante tiempo para que pudiera verla muy bien. Es exactamente igual a la descripción que me han hecho de Renata. ¡Todo se está volviendo muy extraño! No sé si estoy asustado o fascinado. Me pregunto por qué no han nacido historias de fantasmas en este lugar…

16 Julio. Comencé a pintarla. No me imagino que dirán los críticos acerca del retrato de un fantasma. Actualmente es más fácil verla y se expone por más tiempo. Posiblemente se está acostumbrando a mi presencia. Continúo pensando en aquel viejo cuento de horror “La Hermosa Visión”. Espero que no concluya todo esto como en el cuento.

17 Julio. Ahora estoy concentrándome en Renata también de noche y ella se me aparece con más frecuencia. El cuadro está avanzando bien. Ella parece estar interesada. La próxima vez trataré de hablarle. Todavía no tengo claro si esto es un fenómeno psíquico o una alucinación paranoica. Ya veremos. Por el momento no hablaré de esto con nadie
Después de todo ¿no suele decirse que todos los artistas están un poco chiflados?

18 Julio. He decidido usar los sauces como fondo. Por la tarde me gratifiqué con un largo paseo. Provoca una sensación curiosa pensar que, probablemente, Renata yace en una tumba sin nombre en algún lugar bajo esta hojarasca…. No es extraño, entonces, que ande por ahí penando. Sonríe cuando viene a visitarme. Anoche mi fantasma se quedó 5-6 minutos. Esta noche… (faltan algunas páginas). … solo a mí, y creo comprender. Esto me lleva a la afirmación de Powels. Los espíritus viven en un nivel paralelo, pero diferente del nuestro, o podría decirse: en otra dimensión. La mayor parte de los espíritus y de los mortales están sólidamente anclados a sus respectivos mundos.
Existen, por supuesto, excepciones. Algunos espíritus conservan consistentes nexos con este mundo. Renata los tiene, quizás, debido a su muerte violenta o por estar enterrada en una tumba desconocida… quién sabe. Por otra parte, los artistas solemos estar menos ligado a la monótona dimensión humana. La creatividad y fantasía trascienden al mundo normal. De esto deduzco que siendo yo más sensible que los demás a la manifestación de otras dimensiones, se me hace más fácil percibirla. Diagnóstico: Este artista loco ve fantasmas donde una enorme cantidad de estúpidos dormirían profundamente. (un buen pedazo ilegible)
… quizás para media noche. Me huele a que me enamoré de ella… Permítanme presentarmre: Soy el último llegado al mundo de la necrofilia.

26 Julio. El cuadro ya está virtualmente listo. Anoche se quedó conmigo casi hasta el amanecer… Ahora luce más real… demasiado para ser un fantasma. Me pregunto si no soy yo el que se está acostumbrando demasiado a percibirla o si es mi fe en ella a hacerla más “existente”….

27 Julio. Anoche quiso que la siguiese. Caminé más de un kilómetro y medio a través de los árboles, antes de que mis nervios colapsaran. Quizás me estaba llevando hasta donde se encuentra su tumba. Ahora la siento hasta de noche. Por ejemplo, anoche escuché sus pasos. Juro que deja huella en el polvo y la huella sobre los cojines cuando se sienta. Me mira, me escucha, pero no habla. A lo mejor esta noche se comunica. Sonríe si le digo que la amo.

28 Julio. ¡Juro que la oí hablar! ¡Ha dicho que ella también me ama! ¡Me pide que retribuya su amor! Solo pocas palabras un momento antes de desvanecerse entre los sauces. Parecía muy real, como cualquier muchacha viva. ¡O estoy irremediablemente loco, o estoy a punto de hacer un increíble descubrimiento psíquico!
Esta noche lo sabré. Esta noche tocaré a Renata. La apretaré entre mis brazos y no la dejaré ir hasta no saber, a ciencia cierta, si estoy loco, víctima de un incomprensible juego o un hombre enamorado de un fantasma.
Ese era el último párrafo.
Lorenzo Pantoja lo orientó como llegar a la casa del anciano pastor. Era una casa bien cuidada, situada en una depresión de la montaña. En el jardín había flores y un par de perros retozando con un grupo de muchachitos. La casa lucía limpia y decorosa, muy diferente del escualor que Gerardo hubiese esperado ver en una casa de montaña.
El reverendo Guillermo Benítez estaba sentado en su mecedora y se levantó para recibir a Gerardo. Era un hombre ágil, ya rondando los setenta años, pero delgado y fuerte, sin trazas de debilidad y senilidad. Los ojos eran limpios y la voz no había perdido todavía los tonos profundos que durante decenios había volcado fuego y condenas sobre los pecadores.
Después del apretón de manos le invitó a ponerse cómodo, y esperó educadamente que su huésped llegase al grano. No fue fácil. Gerardo no sabía qué preguntas hacer y qué explicaciones dar… o cosa quisiera realmente descubrir. Benítez comprendió su embarazo y hábilmente le extrajo de la boca la razón de su visita. Gerardo explicó que estaba viviendo en el viejo chalet de Durán y que estaba interesado en el artista Eufrasio Montiel que se había suicidado en esa casa.
—¿Eufrasio Montiel? Sí lo recuerdo muy bien— dijo el viejo. — Me visitó una vez, exactamente como lo está haciendo usted hoy. Y se me ocurre que, quizás, por la misma razón.
Animándose, Gerardo pidió conocer la historia del chalet, y averiguar un poco más de lo que ya sabía. El reverendo Benítez no estaba muy predispuesto a querer hablar de la vieja tragedia, parecía que sospechaba más de lo que estaba dispuesto a decir.
—¿No tiene idea acerca de la causa que pudo inducir a Montiel al suicidio? —preguntó al fin.
El pastor se mantuvo callado tanto tiempo que Gerardo llegó a pensar que quería ignorar la pregunta.
—¿Suicidio? Sí, ese fue el veredicto, por cierto. Lo encontraron desnudo en la cama, con la garganta cortada y un cuchillo cerca. Probablemente sucedió el último día de julio. No había señales de lucha. No cabe duda que los artistas son individuos raros. Alguien dijo que tenía cáncer. Por eso a lo mejor fue suicidio, como concluyó el fiscal… O quizás no. De todos modos espero que en verdad se tratara de un suicidio y no de algo peor.
—Creía que el suicidio era el pecado más grave.
—Hay cosas peores. — Benítez lo miró con expresión aguda. — Presumo que ha comprendido lo que quiero decir. La Biblia nos habla de brujas y espectros y de muchas otras cosas que hoy no tomamos en consideración porque nos consideramos muy sabios. Esa Renata Durán, era una hija de Satanás, tan seguro estoy de eso, como seguro es que estoy aquí recordándola. Evidentemente soy viejo, pero nadie todavía ha podido definirme como un viejo estúpido, en consecuencia, no diré más nada.
Incómodo, sin saber por qué, Gerardo le dio las gracias y se levantó para irse. El reverendo Benítez le puso una mano sobre el hombro.
—No sé qué tipo de problema te está angustiando, hijo — empezó mirándolo fijamente, con esa mirada aguda. — Pero sé que hay algo en el chalet que atrae a un determinado tipo de personas. Si ese es tu caso, te aconsejo que regreses al lugar de donde viniste. Pero si te quedas, recuerda que el Mal no puede tocar a un hombre recto mientras este rechaza su poder y se mantiene en el camino enseñado por Jesús y el Evangelio. Pero una vez que se acepta el Mal y se le deja entrar en la propia vida y se le permite a su poder influenciar nuestra alma, es entonces cuando irremediablemente se posesiona del cuerpo y espíritu y nos convertiremos en marionetas de todos los demonios del Infierno. Tú tienes la mirada perdida, hijo. Quizás estás escuchando el silbido del tren del Infierno que te está llamando. Hijo ¡no abordes ese tren!
Con una extraña mezcla de miedo y ansiedad, Gerardo evitó los tímidos intentos de Dora de iniciar una conversación y se retiró durante toda la tarde en el porche. Estuvo allí pensando en regresar a Caracas, pero sabía que no podía y no quería irse. Debía quedarse hasta estar seguro de su sanidad mental. Excluyendo la locura, aquel asunto misterioso debía ser o un juego bien urdido, o un hecho auténtico. Si se trataba de un juego, quería saber quién, cómo y por qué. Y si en el chalet había fantasmas…
¡Quería y debía saber!
Pero había algo más profundo que el simple deseo de explorar un fenómeno oculto. Renata, o fuera lo que fuese, ejercitaba sobre él una fascinación intensa. Pensó en aquella mujer apasionada y exótica de otra época. Y pensó en Dora y le asaltó la amargura y el recuerdo del hijo y de su mundo metódico y ordenado, que su irresponsable ligereza había destruido. En este momento ella estaba sentada en el piso superior, tan vivaz como un hongo, embrujada por aquella estúpida caja de imágenes, sin abrigar ninguna consideración por su dolor.
Estaba pensando en Renata, cuando se durmió. En sueño la vio pasar a través de la puerta y saludarle con una sonrisa. ¡Era tan vivaz, tan deseable! El cuadro de Montiel había conservado solo la sombra de su belleza felina. Con gracia se sirvió dos dedos de ron y lo bebió de un solo trago, los ojos abiertos en un desafío diabólico. Con la botella en la mano, Arrastró la poltrona cerca de él. Sus largos dedos le tocaron confidencialmente el brazo.
—Eres muy amable al ofrecer de beber a una dama. — Dijo en tono malicioso. — El buen ron es tan difícil conseguirlo hoy día. ¿Lo conseguiste antes o después de la devaluación?
—¿A cuál devaluación te refieres?
—A la de 3.33 a 4.30, por supuesto
—Pero eso sucedió hace más de medio siglo…— se escuchó decir tontamente como en un sueño.
Era un sueño. La imagen de Renata no se reflejaba en el espejo del bar
—Por supuesto, amor. — Rió ella provocadoramente. — Dime, mi vida, te noto muy deprimido esta noche. ¿Quieres contarle todo a tu querida amiga?
Y Gerardo comenzó a contarle a Renata la historia de su vida. Mientras la noche se hacía más profunda, él le contó su lucha para triunfar en su trabajo, los esfuerzos para crearse una posición en la sociedad, el matrimonio con una mujer que no lo comprendía, el hijo en el cual había puesto todas sus esperanzas, el incidente de Dora y el final de todas sus aspiraciones. En silencio ella lo escuchaba, con los ojos atentos y llenos de comprensión. ¡Dios, por qué Dora no mostraba jamás esta comprensión, ese interés! Siempre tan ocupada en compadecerse.
Renata emitió un largo suspiro y muy solícita le rodeó sus hombros con su blanco brazo.
—¡Vamos, Gerardo, libérate de esta pena! Has atravesado un período muy feo, pero podemos solucionarlo, ¿verdad? Mira… concéntrate más bien en esto.
Se deslizó sobre sus rodillas y aprisionó su boca en un largo beso.
Por un instante, durante el beso, Gerardo abrió los ojos… No había nadie, naturalmente.
¡Dios, que sueño! Sentía los labios adoloridos y extrañamente fríos. Y sin embargo el beso le pareció verdadero.
Debía tener más cuidado con la botella. Sin embargo, aunque la situación fue, evidentemente, estimulada por el alcohol, había sido muy placentera. ¡Ojalá hubiese durado más!
Agarró la botella. ¡Vacía! ¿Había bebido tanto? No existía razón para asombrarse por el sueño, entonces…
Pero ¿había sido de verdad un sueño? Gerardo miró a su alrededor, dudoso. La otra poltrona parecía estar más cerca, pero no podría jurarlo. Un vaso vacío en el piso… quizás lo había dejado él con anterioridad. Y todavía aquel extraño perfume a lirio. ¿Qué perfume usaría Renata? ¡Absurdo! Era sin duda el perfume de las flores de la sierra.
Se tocó los labios y vio un poco de sangre en los dedos.
—Emprendo mi paseíto mañanero — le dijo a Dora, después del desayuno y se levantó de inmediato.
—¿Por qué no te quedas aquí, conmigo hoy? — Pidió ella con ansiedad. — Últimamente te la pasas por ahí. Casi no te veo más. Esto es tan triste sin tener a nadie cerca…
—¡Y sin un teléfono para chismear con aquellas buenas mujeres del club! ¿Verdad?—explotó él. — Te aseguro que no pienso quedarme aquí todo el día rascándome la barriga y mirando la televisión., ¡Si quieres compañía ven conmigo!
—Gerardo… — comenzó ella dulcemente. — Tú sabes que no puedo…
—¡No, no sé nada! Los médicos dicen que puedes caminar cuando quieres. ¡Lo que sucede es que te da tanto placer jugar a la inválida que ni siquiera lo intentas!
Sus ojos se velaron de lágrimas.
—¡Gerardo, eres cruel!
—Pero es la verdad, ¿no te parece? —le gritó. — ¡Coño, pon de tu parte! Me estoy cansando de esperar siempre y sentirme amarrado a alguien que no puede parar un momento de lamentarse por…
—¡Gerardo! — Dora apretó los puños. — ¡Basta! ¿Qué nos está sucediendo? ¡En estos últimos días has sido siempre más duro conmigo! Me evitas y rechazas mi compañía como si me odiaras. Dios mío ¿qué es lo que nos está pasando?
Se alejó de ella con desprecio, en silencio. Huyó hacia el bosque. Por un buen rato oyó que lo estaba llamando.
¡Los sauces! ¡Eran un bálsamo después de las quejas deprimentes de Dora! Las hojas formaban una alfombra elástica que anulaba cualquier ruido. Los troncos eran columnas que sostenían la cúpula de verdes ramas ondulantes.
Había algo sobrenatural entre los sauces. Los árboles imponentes, antiguos y la increíble melancolía de aquel desierto de luz filtrada lograron que Gerardo dominara el torbellino de sus emociones.
Renata…
¿Qué le estaba sucediendo? Un año atrás se hubiese reído de la idea absurda de fantasmas y casas pobladas por espectros. ¿Había cambiado tanto desde entonces? ¿Desde el incidente?
Debía tratar de examinar todos los hechos con la misma actitud clara y objetiva que hubiese asumido en el pasado. Había llegado a Los Montes Verdes con los nervios destrozados. Al borde del colapso, según insinuó el médico. Luego había encontrado un cuadro insólito y leído el diario de un artista loco.
El trastorno nervioso y el abundante ron le habían ganado la partida a su lógica y, evidentemente, había sufrido las mismas alucinaciones del pobre Montiel. Además debían sumarse las historias contadas por los lugareños, para que su curiosa onda romántica se desencadenara a tal punto, que ya sentía las mismas desquiciadas ilusiones de Montiel. Las circunstancias que creaban las ilusiones eran, definitivamente, las mismas.
Por otra parte, si en la casa de Durán había fantasmas, ¿por qué nadie había visto jamás algo extraño? En su egocentrismo Montiel sostenía que era su alma de artista la que le permitía ver lo que los otros, menos sensibles, no habían sabido captar. Pero Gerardo no tenía pretensiones artísticas y mucho menos condición de médium.
Quizás su sensibilidad se había incrementado cuando el sentido de protección que adquirió en la tranquila vida burguesa, se derrumbó. ¡Pero, de ser así, estaba aceptando la lógica del suicidio!
Se paró dándose cuenta que estaba perdido. El bosque había asumido, de pronto, un aspecto familiar. Gerardo estudió los alrededores y se dio cuenta que esta parte del bosque sugería el fondo del cuadro de Renata. En su momento supuso que Montiel había pintado un paisaje imaginario, y en cambio…
¿Por qué Montiel había escogido aquel particular punto del bosque?
¿Había caído allí por casualidad, como él. O quizás había algo que hacía que aquel lugar fuera particularmente atractivo?
Gerardo se paró. Sería su imaginación, pero parecía que el sol brillaba menos allí y los sauces lucían más oscuros proyectando sombras amenazadoras ¿Por qué no se oían trinos de pájaros y sonidos de vida, si no solo el incesante murmullo de los árboles? Y ¿Por qué esa área de tierra desnuda entre los sauces, en la cual no crecía nada?
Gerardo se estremeció y se alejó de prisa de aquel lugar, seguro que su lógica vacilaría.
Dora estaba de mal humor y por el resto del día tuvieron mucho cuidado en evitarse. Cuando la conversación era inevitable se trataban con monosílabos y cualquier cosa que fuera lo que estuviesen pensando, quedó en secreto. Ella, de manera automática, preparó la cena aunque ninguno de los dos tuviese hambre.
—¡No aguanto más! — explotó al fin Dora. — No sé que nos sucedió desde que estamos aquí, pero nos estamos destrozando ambos. Esto no ha funcionado, Gerardo. Mañana quiero regresar a casa.
Gerardo suspiró preocupado.
—Escucha, hemos venido aquí para que tú descansaras. ¿Por qué quieres regresar a casa?
—Gerardo no aguanto más quedarme aquí. ¡Cada día te siento más lejano! No sé si es culpa del lugar o de nosotros, pero estoy segura que debemos marcharnos.
—Volveremos a analizar esto mañana— respondió él cansadamente y se levantó.
—¡Por supuesto! ¡Ahora vas abajo y bebes hasta embrutecerte! Esta es la regla, ¿no es así? No soportas estar conmigo, ¡así que vete lo más lejos que puedas! Todos los días andas dando vueltas por ahí, dando tumbos, borracho o enratonado, siempre despistado y ordinario. ¡Basta ya, no aguanto más!
—Es mejor que te vayas a dormir, Dora. Hablaremos de eso mañana.
—Gerardo, he tratado de ser paciente. Los médicos me habían advertido que habías reaccionado de manera peligrosa al accidente, y ahora crees que puede liberarte emborrachándote continuamente. Si no paras, pediré la separación.
—Buenas Noches, Dora —dijo ignorándola y bajó.
Con rabia tragó de un sopetón medio vaso de ron. Era la única cosa que había hecho soportable su matrimonio. Notó que su reserva estaba a punto de agotarse.
El divorcio. ¿Y por qué no? Que esa sanguijuela se acostumbrara a vivir el resto de su vida con solo la pensión alimenticia. Valía la pena pagarla para quitársela de encima. Le había arruinado la vida… que concluyera el trabajo.
Pensó en Renata.
Había una mujer para amar y desear, una que podría retribuir su amor con pasión.
¡Maldita Dora! ¡Malditos médicos! Todos conjurados para hartarlo con la escusa de su estabilidad emocional. Gracias al ron, ahora veía las cosas de manera diferente. ¡Era un mundo diferente! Un hombre tenía derechos a algunos espacios. Quizás necesitara un poco más de tiempo.
¡No! ¡No era su culpa!
El vaso se le cayó de las manos y se hizo añicos en el piso. Imprecó por el licor derramado… Bien se serviría otro y limpiaría el día siguiente. Embobado observó otro vaso roto. Pero cuando…
Era ya tarde cuando Gerardo se durmió, como ya era su costumbre.
Cuando Renata llegó, la recibió sonriendo. Es curioso soñar, sabiendo que es un sueño.
—¿Todavía aquí, querido? — Había un sutil humorismo en su sonrisa. —Y todavía estás tan triste. ¿Qué debemos hacer Gerardo? No soporto verte tan triste y asustado todas las noches. ¿Tu esposa?
—Sí, esa perra! — murmuró. — ¡Quiere que te deje!
Renata lucía asustada.
—¿Dejarme? ¿Precisamente ahora que me estoy acostumbrando a ti? ¡Amor, eso es horrible!
Gerardo le manifestó su ira y su dolor. Le habló de las mentiras e insinuaciones, de cómo se hacía siempre más difícil seguir adelante día tras día y como solo el ron y el recuerdo de su sonrisa tenían la facultad de calmarlo cada noche.
Renata escuchaba en silencio, afirmando solo para demostrar que comprendía, hasta que él concluyó temblando de ira.
—Parece que ya has entendido que Dora es una bola de hierro amarrada a tu pie con un grillete. — Es evidente que nunca la amaste.
Gerardo afirmó con fuerza
—¡La odio!
Ella sonrió perezosamente y se acercó, los labios a pocos centímetros de los suyos.
—¿Y yo Gerardo? ¿Amas a tu Renata?
¡Su Renata!
—¡Con toda el alma! — murmuró con voz ronca,
—Hummmmmm, ¡qué lindo! — Renata lo hipnotizaba con el brillo de sus ojos. — Así que amas más a tu Renata que a Dora…
—¡Por supuesto!
—¿Y quisieras librarte de Dora para quedarte solo conmigo?
—¡Eso es lo que más deseo!
Su sonrisa se hizo más cálida.
—¿Y si muriese? ¿Quisieras que Dora muriese?
La amargura le envenenó el alma.
—¿Dora muerta? Sí. ¡Sería perfecto! Quisiera que muriese… así podríamos estar juntos.
—Oh, mi amor — Renata lo abrazó tiernamente. — ¡Me amas de verdad! Sellemos nuestro pacto con un beso.
En cierto momento, durante el beso, el sueño se diluyó en la oscuridad
Desde el piso superior un alarido de horror sacudió el equilibrio de la noche. Se despertó casi por completo después de un momento. Se frotó la cabeza aturdida tratando de ordenar sus pensamientos. ¿Qué había pasado? El sueño…
Recordó todo. Y de pronto sintió que algo no estaba bien. Extrañamente asustado, corrió escaleras arriba
—¿Dora? — Llamó con voz ahogada
La luz de la Luna iluminaba, a través del mosquitero metálico oxidado, una figura encogida en un rincón del cuarto. Un pequeño charco oscuro brillaba sobre la madera del piso.
—¡Dora! — tartamudeó con horror incrédulo. — ¡Dios mío!
Los ojos estaban abiertos y fijos y en el rostro una mueca de terror. Cualquier cosa que hubiese matado a Dora, primero la había vuelto loca de miedo.
No había sido una muerte fácil. En el cuello había una herida reciente, de forma demasiado irregular por haber sido hecha con un cuchillo, que reposaba al lado del cuerpo. Un cuchillo Barlow. ¡El suyo!
—¡Dora! — Sollozó golpeado por el dolor.— ¿Quién pudo haber hecho esto?
—¿No lo adivinas, mi amor?
Gerardo volteó lanzando un grito de pavor.
—¡Renata, estás viva!
Ella rió en la oscuridad. El triunfo le brillaba en los ojos. Era exactamente como la había visto en el cuadro, en los sueños. Vestida de seda verde, cabellos cortos rojizos, ojos que escondían oscuros secretos, pero ahora los labios eran más rojos y un líquido escarlata le bajaba por el mentón.
—Sí, Gerardo, estoy viva y Dora está muerta. Exactamente como tú querías. ¿O ya lo olvidaste?
La burla en su voz era evidente.
—¡No es posible! Tú estás muerta desde hace años — balbució. — ¡Los fantasmas no existen!
Renata dio un paso hacia adelante y le tomó la mano con unos dedos fríos como metal. Sus uñas se enterraron en su pulso.
—Tú sabes que es verdad.
Gerardo la miró con repulsión.
—¡No creo en ti! ¡No tienes ningún poder sobre mí!
—Tú sí crees en mí.
—Dios ayúdame. Ayúdame — sollozó, con la mente fluctuando en la pesadilla.
—Demasiado tarde.— Una mueca de desprecio le dobló los labios.
Lo jaló por un brazo y lo condujo hacia la puerta.
Protestó. Se propuso no seguirla. Luchó para despertar de esa pesadilla. En vano. Mansamente siguió a la criatura a la que él mismo había dado vida.
Renata lo conducía a través de los árboles, esos cuyo murmullo incesante hablaba de magia y secreta soledad. Caminaban en la noche en medio de los sauces llorones. Más allá de columnas oscuras similar a negros vigilantes.
Ondulantes, murmurantes, una canción antigua como el viento.
Hasta llegar a un punto que ya le era familiar a Gerardo Gandolfi.
Donde la oscuridad era más densa. Donde el murmullo era más fuerte y hablaba de muerte. Donde los sauces rodeaban un espacio en el cual no crecías nada.
Donde esa noche se abriría una fosa en la cual, él sabía, que estaba escondida la tumba sacrílega de Renata.
—¡Es esto la locura? — preguntó animado por una súbita esperanza.
—No. Es la muerte.
Y la ilusión de belleza de Renata desapareció mostrando el esqueleto con órbitas vacías, vestido de seda marchita que lo empujaba en la tumba, como una esposa que seduce a un marido tímido. En aquel momento extremo, Gerardo Gandolfi comprendió la letanía susurrada por los sauces llorones.

FIN

Nuevamente muchas gracias a Ermanno por traernos tan genial historia a las páginas de La Cueva del Lobo.
No está de mas recordarles nuevamente que el autor está participando en el Desafío del Nexus de Junio con este relato, aquellos que hayan disfrutado con la historia, por favor voten pulsando sobre el botón “Me Gusta” de facebook.
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Creador de La Cueva del Lobo.

Desde muy joven me sentí fascinado por la Ciencia Ficción y la Fantasía en todas sus vertientes, bien sea en literatura, videojuegos, cómics, cine, etc. Por eso es que he dedicado este blog a la creación y promoción de esos dos géneros en todas sus formas.

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