La Plaza de la Palomas por Joseín Moros

Nuestro compañero Joseín Moros nos complace con un nuevo relato:

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LA PLAZA DE LAS PALOMAS

Después de toda una mañana llenando planillas para buscar empleo, estaba yo muy deprimido. No tenía dinero para comer y fui a sentarme en una plaza, donde varias personas mayores lanzaban trocitos de pan a las palomas.

El viento arrastró hacia mí uno de los pedazos y sin pensar lo tomé. Entonces quedé a la espera, con igual mirada que las aves.

Me entretuve mirando una de las palomas y pensé que serviría para un buen caldo. Comencé a planear la manera de llevarla hasta el cuarto donde yo estaba hospedado, aunque tendría que comérmela cruda, porque sólo contaba con una cama.

Al cabo de largo rato, mientras en mi imaginación escupía plumas en el suelo, una voz me sobresaltó.

— ¿Quiere un pan? —dijo una anciana, tomando asiento a mi lado.

—No gracias, no tengo tiempo para lanzar migajas a las aves —contesté, deseando que no se hubiera dado cuenta de mi desesperación. El dolor del hambre, en mi estómago, era insoportable y con la pequeña porción que había tragado arreció.

—Es para usted —y sin esperar mi respuesta sacó un lustroso bollo, de entre varios que llevaba en una bolsa.

Mis pupilas quedaron fijas en la superficie tostada y el aroma se me incrustó en el cerebro.

—No me gusta comer sola —, dijo la pequeña mujer y sacó otro para ella.

La vista me daba vueltas y antes que me desmayara tomé el pan, no había comido desde la mañana del día anterior.

—Cuando llegué aquí —dijo la anciana—, el hambre me estaba matando. Eso fue hace mucho tiempo, la ciudad y yo teníamos diferente aspecto.

La vi menuda, tenía canas hasta en las pestañas, pero sus ojos no tenían falta de brillo.

—Comí basura —dijo, mirando al vacío—, peleando por huesos de pollo contra otros perros callejeros.

La miré intrigado, su acento era local.

Está loca, demencia senil —pensé, terminando de engullir el último trozo de pan.

—Tome otro — dijo y sonrió.

Casi le arrebaté el pan y lo mastiqué despacio, porque con la deshidratación mi saliva había desaparecido, sólo una baba espesa me ayudaba para masticar los salados trozos.

—Una familia me recogió —continuó hablando la anciana—, fui su prisionera por muchos años. Me vi obligada a mostrar alegría cuando llegaban y con mis caricias suplicaba para que me sacaran de la casa a pasear por las aceras, siempre con la vejiga y los intestinos adoloridos, a punto de reventar. Por fin escapé, la vida en las calles era peligrosa, pero podía ser yo misma a toda hora.

Está loca, loca; no importa, por otro pan seguiré oyendo —pensé, mirándola con el mayor cariño que podía expresar con la mirada.

—Coma otro —con la punta de los dedos atenacé el pan, aunque deseaba apretarlo con furia contra mi cuerpo tembloroso de hambre.

Por primera vez miré lo que me introducía en la boca, era un pan salpicado con cristales brillantes. Una de las palomas caminó cerca de mis pies y estuve a punto de patearla, lucharía hasta la muerte por nuestros panes y defendería esta anciana de cualquier ave que pretendiera quitarme su afecto. De ninguna manera la compartiría con nadie, a menos que ella lo aceptara en nuestra manada.

La mujer lanzó una migaja al ave y de inmediato la imité, aunque sentí ira cuando la paloma se tragó mi trozo.

Y se acabó el pan.

Me sentí desolado pensando en que la anciana me dejara solo. No podía abandonarla, con seguridad tiene más pan en algún lado y la seguiría hasta donde sea, pensé con angustia.

—Entonces recuperé mis fuerzas —continuó ella—, y decidí comer los perros callejeros. Al principio la idea no me gustaba, en mi planeta el canibalismo es muy mal visto, porque la cantidad de habitantes no es muy grande. Aquí ustedes no tienen ese problema.

Fingí mucho interés, si hubiera tenido cola estaría agitándola de un lado a otro. Solo me importaba su tono de voz y los movimientos de sus manos.

—Sígueme cachorrito, tengo agua en mi casa —dijo con suavidad.

Ahora estoy en el interior de la anciana, mejor dicho: mi mente está en el interior de su mente, acompañado de muchas más.

Ella devoró mi cuerpo, sin matarlo, en un proceso de varios días, y ya no es una anciana, pero tiene mucha hambre. Para todos los que estamos aquí parece un sueño, tanta quietud. Sabemos que nos llevará a un lugar donde ella se dividirá. Volveremos a ser individuos y regresaremos para comer y comer, por siempre en este planeta lleno de gente.

Fin

Muchas gracias a Joseín por su historia. Si quieres leer mas de Joseín puedes revisar la etiqueta “Joseín Moros” en el blog. Y también puedes revisar sus blogs:

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