Nuestro amigo Joseín Moros, también participa en el Desafío del Nexus de Julio con esta excelente historia:

El lider 02 copia copia

Procedimiento Terminal

Autor: Joseín Moros.

¿Es peligroso no enfermarse?

¿Podría ocasionar problemas tener larga vida?

¿Debe una gran potencia, económica y militar, resolver las más grandes complicaciones de la humanidad?

¿Puede el culto a la personalidad, llevarnos a realizar actos contrarios a la misma naturaleza humana?

Un líder totalitario aprueba una solución a largo plazo, y convence a veinticinco mil personas para emprender una misión sin precedentes en la historia. Como siempre, los planes de los seres humanos son alterados por lo imprevisto. No podemos anticiparlo todo.

Y… ¿qué es un final feliz?

El Capitán Chen Yandraken Mao Volitzonaveo abrió los ojos, todo estaba muy oscuro. Recordó el largo entrenamiento antes de entrar a la hibernación y esperó mientras los tubos, conectados en su ombligo, terminaban de inyectar estimulantes y neutralizar la “Sangre de Marmota”, uno de los adelantos genéticos de la primera mitad del siglo XXI, que permitió mantener seres humanos en vida suspendida.

Un momento después, a través de la pared transparente de la cápsula incubadora, no pudo reconocer el techo de protección de su cubículo, este le pareció torcido y deformado.

—Buenos-días-comandante-comandante-Chen. ¿Recuerda?…nombre…quién…

…habla, habla, ¿habla? —dijo una voz, de sexo indefinido.

En el interior del cubículo, una luz indirecta se encendió y ya no pudo ver más al exterior.

Tragó varias veces, luego tosió, expectorando líquido de la misma naturaleza del cual su cuerpo estuvo flotando mientras hibernaba. Contestó, enunciando primero su propio nombre, con lentitud y voz gruesa.

—Eres Oppi, médico artificial a cargo de esta sala de hibernación. ¿Por qué está en penumbras allá afuera? ¿Por qué te falla la voz?

—Hay daños…daños…

…estructura del…

…del… bunker.

Chen había sido seleccionado entre millones de hombres y mujeres de la clase gobernante en su país, para formar parte de Los Respetables Guerreros Superiores. Intentó elaborar más preguntas.

— ¿En cuánto tiempo finalizará la reparación? ¿Cuál fue la razón?

—Yo…yo…yo…no inicié su despertar…

…no inicié su despertar…

…daños graves…

El capitán Chen oyó un silbido aturdidor y la titubeante voz continuó formulando frases incompletas.

—Desconozco…tiempo necesario…resolver…

…no recuerdo…

…no recuerdo…

El hombre sintió los mecanismos desconectando tubos de su ombligo. Debía esperar hasta que Oppi le avisara cuando moverse. Lo que estaba ocurriendo era imprevisto, en gran parte; pero creía estar bien entrenado para enfrentar una multitud de escenarios contingentes. El militar era uno de los Supremos y Eternos Combatientes, designados para llevar a cabo el Gran Procedimiento Terminal. Por adoctrinamiento político, se consideraba con recursos mentales superiores a la mayoría de la gente sobre Tierra.

Inspiró una vez más, sintiendo el movimiento un tanto doloroso en las costillas.

—Oppi, te ordeno iniciar reparaciones en tu procesador de palabras. Utiliza el protocolo FIX-L13.

— ¿Fix…qué? Sí…

Los silbidos de interferencia volvieron. Luego de varios minutos disminuyeron de volumen, hasta que el silencio se mezcló con la penumbra de la cápsula.

—Finalizada reparación… ¿comandante?… no,… Capitán-Chen.

— ¿Cuál es el porcentaje de daños en tu memoria?

— ¿Porcentaje?…mucho…mucho… imposible… calcular…

Se contuvo para no insultar a la inteligencia artificial. Sintió temor, la oscuridad y falta de comunicación sugerían fallas graves. Comenzó a palparse el cuerpo, para acelerar en su cerebro el control neuro-motriz.

— ¿Cuánto tiempo estuve en hibernación? —gimió, como un perro asustado.

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El súper bunker había sido construido en el interior de una montaña, con más de mil quinientos metros de altura. La maquinaria excavó roca maciza hasta el centro de la eminencia geográfica, en un lugar alejado de las innumerables mega-ciudades que llenaban los continentes.

La selección de las veinticinco mil personas, llamadas Los Respetables Guerreros Superiores, destinados a existir dentro de la estructura, fue efectuada en total silencio y con la mayor rapidez posible. La pena de muerte fue aplicada, muchas veces, para proteger el secreto de estado. Sólo fue tomada en cuenta la clase política dominante en el país, bajo un estricto control del perfil genético, única manera de evitar infiltrados que no tuvieran la relación consanguínea exigida. El resto del mundo había desconocido el proyecto, lo cual no fue difícil lograr, debido a la magnitud de problemas que la sobre población estaba causando apenas traspasar la mitad del siglo XXI. Treinta y dos mil millones de personas era una gran masa orgánica, urgida de agua y comida, y continuaba creciendo de manera exponencial, como resultado de los sorprendentes progresos en la ingeniería médica genética, en el medio siglo transcurrido desde el cambio de milenio.

La expectativa de vida, para cada habitante de la Tierra, hacía dos meses, estaba por encima del siglo, pero la escasez de alimentos, y agua potable, habían llevado casi a la súper hambruna global, augurada por intelectuales desde tiempo inmemorial.

El militar estaba impactado con unas palabras, pronunciadas por su lejano pariente consanguíneo, el Honorable, Magnífico y Sagrado, Superior Eterno, perteneciente a la dinastía dominante desde generaciones atrás. Este hombre, de avanzada edad, fue el creador del “Gran Salto Adelante y al Espacio Estelar”. Tenía noventa y siete años y gozaba de salud para veinte más. Las había pronunciado en su discurso durante la reunión final, con los doscientos hombres y mujeres — los Supremos y Eternos Combatientes—, seleccionados para comandar el contingente de veinticinco mil personas. Todos lloraban sin parar, vislumbrando un hermoso futuro para sus descendientes.

“En los cuerpos de cada uno de ustedes, Respetables Guerreros Superiores, hay una gota de mi sangre. Ella teñirá el limpio mar del futuro. Dentro de mil años seremos los amos de la Tierra, y conquistaremos Marte”

Chen, muchas veces, había imaginado su despertar en diez siglos. Contaba veintiocho años, en un milenio tendría la apariencia de un hombre de cuarenta. Los procesos biológicos, bajo hibernación, no se detenían —le habían dicho—, aunque eran de una lentitud sin precedente en ninguna especie animal de la Tierra. Se alegró con el pensamiento de tener hijos sin restricción de número, transitar ciudades libres de gases tóxicos y avalanchas de gente. Ya no más comida procesada, sin saber cuál fue la fuente; gozar de lluvia limpia, ríos sin suciedad, abundante agua para largos baños tibios.

Los veinticinco mil Respetables Guerreros Superiores, fueron informados respecto a qué iba a ocurrir en el mundo una vez estuvieran bajo tierra, y en vida suspendida. (Quienes tuvieron dudas, fueron arrastrados a colonias submarinas, para ser “reeducados”, dijeron las autoridades). Los leales estaban convencidos que el Gran Procedimiento Terminal era la solución definitiva. La guerra global, como en el pasado, sería suicida, debido a la dependencia entre cada una de las comunidades políticas del globo. Por supuesto que el Gran Procedimiento Terminal causaría una conmoción mundial, pero los guías de la doctrina, llamados Los Siete Eminentes Científicos Políticos, habían calculado el comportamiento social del futuro hasta el mínimo detalle: predijeron que el país se mantendría en la cúspide de la ola, a medida que el viejo orden se fuera hundiendo, hasta desaparecer.

Entonces ellos despertarían, en mil años, para controlar la “nueva gente”, la Tierra y los planetas cercanos. Hasta la eternidad.

Ese era el “Gran Salto Adelante y al Espacio Estelar”

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Oppi emitió otra serie de palabras titubeantes, sin poder contestar la pregunta del capitán Chen.

— ¡Levanta la tapa! ¡Quiero salir! —gritó, cuando se dio cuenta que la palanca de apertura manual estaba demasiado dura para sus fuerzas o había olvidado cómo accionarla.

—Debe… esperar… sistema nervioso no… peligro.

— ¡Enciende más luces!

Sólo respondieron unos pocos recuadros, en tableros de control en apariencia inoperativos: sus indicadores digitales estaban negros. La enorme sala debió haberle mostrado filas de incubadoras como la suya, con los doscientos miembros más importantes de los veinticinco mil Respetables Guerreros Superiores. En la media luz sólo pudo ver unas diez más, cada una del tamaño de un mediano vagón de tren, con la curiosa silueta de enormes escarabajos, el resto fue aplastado por el techo, la estructura se había desmoronado como si un titán golpeó desde el cielo. Además, para aumentar lo terrorífico del espectáculo, el suelo estaba inclinado, igual a un barco escorado.

Con debilitados brazos, Chen empujó la tapa, ahora el mecanismo se había quedado a medio trayecto y no se movió más. Como pudo, traspasó la estrecha abertura y cayó al suelo, después de rodar escalones forrados de material blando, sobre el enorme cuerpo de su incubadora de hibernación. Sintió frío y el aire muy enrarecido, con la mirada encontró el armario con equipo de emergencia, adosado a la incubadora. Extrajo la pesada vestimenta, muy parecida un primitivo traje de buzo, por el tamaño de la escafandra y su redondez. Resbaló, debido a lo inclinado del piso, y sin soltar el traje rodó contra una pared. Desde esta posición, observó un celaje de pequeñas siluetas dentro de una gran resquebrajadura en el concreto armado; se habían escabullido con rapidez y no pudo precisar detalles.

<< ¿Ratas? ¿Cómo llegaron a esta profundidad?>>

Tendido en el frio pavimento y jadeando, logró vestirse; lo más difícil fue las botas, el tanque con aire comprimido y el pesado micro generador nuclear, fuente energética del traje.

Accionó la visión infrarroja y la corrección automática de tonalidad. Le pareció estar mirando por un vidrio cerúleo, que debilitaba los colores en un recinto iluminado con luz blanca artificial. Los indicadores de fuga radioactiva, en el interior de la enorme escafandra, permanecieron en verde. Una corriente de aire fresco sopló sus mejillas.

Casi lloró, al reconocer nombres en las placas externas de algunas incubadoras. No quiso subir y mirar a través de los polvorientos cristales de cada máquina. Sabía que habían fallecido, por los marcadores de temperatura interna y el rocío en la superficie de los receptáculos, ahora más similares a un ataúd. De manera automática, al ocurrir la muerte de un huésped, pasaba a ser extraído el líquido y se congelaba el cadáver.

<< ¿De dónde salió todo este polvo? ¿De los escombros, o es que hay una comunicación con la atmósfera exterior? >>

El capitán sintió agotamiento, y se dejó caer, recostado a un enorme panel torcido, detrás del cual innumerables circuitos electrónicos, lisos y translúcidos como galletas de gelatina, se habían regado por el suelo. Extrajo una cápsula de un compartimiento en el cinturón, abrió la careta y saboreó el caramelo nutritivo. Se sintió mejor y cerró el casco.

<< Comunicaciones, control de iluminación y temperatura de la sala: todo destruido. Desde aquí no puedo saber cómo están las galerías restantes. ¿Qué fue? ¿Un terremoto? Es casi imposible. El bunker fue diseñado para soportar hasta un embate atómico. ¿Un accidente interno? También casi imposible. A menos que haya sido un sabotaje. Somos veinticinco mil personas, sí yo sobreviví debe haber otros, cada cápsula de hibernación es autónoma. No quiero pensar en las consecuencias de esta catástrofe, tengo miedo de enloquecer >>

De repente observó polvo en movimiento, cerca de la grieta donde creyó ver ratas, y sintió un sobresalto.

<< ¿Corrientes de aire? ¿Hay un acceso al exterior? >>

No produjo ruido, su entrenamiento militar se lo impidió.

Sin moverse, comenzó a pensar en la conveniencia de abandonar el sector donde se encontraba. Después, con lentitud, examinó cada una de las diez incubadoras sobrevivientes. Se habían salvado al quedar protegidas por una casual disposición de las placas de concreto, cuando se derrumbaron. Fue como un manojo de cartas formando una cavidad triangular, al caer al suelo.

<< Los micro reactores nucleares, de cada cápsula dañada continúan sellados. Deben haberse auto bloqueado cuando ocurrió la catástrofe, para evitar una mayor >>

Imaginó, en el corazón de cada incubadora, los amarillos y blindados contenedores, del tamaño de un recipiente con cuatro galones de agua, zumbando y golpeando martillazos de los resortes, cuando los cierres de seguridad los llevaban a hermetismo, en fracción de un segundo. Las baterías de respaldo debían sostener al huésped durante diez años, o el control interno de la incubadora, al no detectar falla o más conmoción, reiniciaba el reactor antes de ese período.

Vislumbró, en la distancia, un cofre de armamento. Una de las placas del techo descansaba contra la puerta blindada.

<< No puedo abrirla >>

Se arrastró por el suelo, en el mayor silencio que pudo, y atravesó la doble pared de casi tres metros de espesor, a través de la enorme grieta por donde la corriente de aire había entrado.

<< Del otro lado es la primera galería. Estaba a un nivel más bajo. Con este desastre debe haber precipicios peligrosos >>

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No había sido fácil, todo lo contrario, cada metro recorrido fue terrible para su mente y anquilosado cuerpo. La mayoría de las incubadoras, que pudo ver, mantenían congelado el cadáver de la persona, las otras estaban dañadas por los fragmentos de techo, tan grandes como un vehículo de cuatro pasajeros, y apenas tenía recorrido un trecho de tres kilómetros en aquella primera y devastada galería. No había encontrado todavía una máquina donde el huésped estuviera vivo. Las paredes, a su derecha, habían arrojado montañas de roca, y un hoyo en el suelo era la comunicación hacia otro nivel. A cada momento observaba los indicadores de radioactividad, en los aparatos por donde pasaba, y respiraba mejor; un par de horas después dejó de mirarlos con tanta aprehensión. En todo momento se prohibió trepar los escalones de las incubadoras, para examinar los cadáveres, un ancestral respeto a la privacidad de la muerte se lo impedía. Al mismo tiempo, su agotamiento aumentó mucho, jadeaba y la vista varias veces le falló.

<< He fracasado. No cumplí la misión que me dio nuestro amado líder, el Honorable, Magnífico y Sagrado, Superior Eterno, salvador de nuestra raza, país y planeta >>

El capitán Chen comenzó a especular cómo terminaría su propia vida. Pensó en buscar una salida, imaginando morir bajo el sol.

<< Con maquinaria y explosivos saldríamos a la superficie, al finalizar el milenio de hibernación. ¿Existen aberturas al exterior? Hay más corrientes de aire, vienen desde abajo por esos agujeros en el suelo >>

Había encontrado otros orificios en la plataforma de concreto armado. Fue ahora cuando se le ocurrió revisar con más cuidado.

<< No son resquebraduras por presiones laterales, sino el resultado de explosivos y perforaciones, desde los niveles inferiores. ¿Una invasión? ¿Quiénes y para qué? >>

A su mente volvió la imagen del compartimiento de armas, aplastado por la estructura derrumbada. Se lamentó de no haber tenido acceso aunque fuera a una pistola. Sabía dónde estaba el fortín principal, con innumerables y poderosas armas de guerra, destinadas para recuperar el poder en caso de ser necesario; pero estaba inaccesible por los derrumbes.

— ¡Identifíquese! —rugió una voz masculina en el interior de su casco.

Se quedó congelado. Con precaución giró, intentando encontrar alguien a su alrededor. Las más cercanas incubadoras obstruyeron la posibilidad de ver más lejos. Entonces miró a lo alto, a unos diez metros sólo vio roca maciza, en los lugares donde gruesos trozos de concreto se habían desplomado.

—Capitán Chen Yandraken Mao Volitzonaveo —dijo con lentitud—, ¿quién es usted?

—Capitán. Habla Centinela. Sabía que es usted. Pero necesitaba saber cómo están sus reacciones y su memoria. Estuvimos bajo secuencia de ataque, un ejército de ancianos militares bombardeó la montaña, creían estar buscando un depósito secreto de comida. Los siguieron turbas de “gente nueva”. Después excavaron con maquinaria y explosivos, encontraron la parte inferior del bunker. Ascendieron nivel tras nivel, saquearon los depósitos de alimentos, guardados para cuando despertaran los veinticinco mil Respetables Guerreros Superiores. La “gente nueva” quiso destruir las incubadoras, no podían comprender por qué estaban aquí, los ancianos militares no se los permitieron, cuando leyeron las consignas en las paredes. Entonces produjeron derrumbes en la entrada que habían hecho, para dificultar otro acceso. Hay daños graves. ¿Cómo se siente, capitán?

El militar sintió alivio de no verse frente a un enemigo y estando desarmado.

—Estoy bien, Centinela, gracias —contestó Chen a la inteligencia artificial encargada de vigilar las instalaciones y registrar novedades, segundo a segundo, en cada recinto del bunker y del exterior, a través de señales satelitales. Había olvidado aquella presencia silenciosa e invisible, en la superestructura, para él un indicio más de mala condición física y mental.

Mientras hablaba, miró a su alrededor, buscando algún punto de observación de Centinela. Encontró uno, colgando de un tubo, como las vísceras de un enorme insecto destripado en una pared.

—Informe integridad del sistema de vigilancia y actual seguridad del bunker —ordenó.

—Trece por ciento operativo. Las explosiones, y la acción directa de la turba, causaron daño irreversible. Recepción satelital: ochenta y cinco por ciento. Memoria de registros: activa un noventa y dos por ciento. El resto inaccesible al direccionamiento. Las incursiones continúan, ahora por nuevos intrusos.

— ¿Cuándo ocurrió el primer ataque?

—Fue diecinueve años después de ustedes entrar en hibernación. Capitán Chen, para este momento, usted es el único sobreviviente de las veinticinco mil personas que estaban hibernando.

El hombre quedó mudo y sollozó sin ruido.

Centinela también guardó silencio y de repente habló en susurros. Chen sintió erizarse la piel. Esa era una indicación de peligro inminente.

—No haga ruido. Suba a la incubadora, a su izquierda. Observe hacia el sur.

Ascendió los escalones en la máquina, el cubículo del huésped tenía adosado una especie de techo, ahora bastante abollado, como protección contra derrumbes, aunque no para uno tan catastrófico. Chen se arrodilló, cercano a la cabeza del huésped y permaneció inmóvil, como otro de los pedruscos que había encima de la incubadora de hibernación. Verificó los indicadores luminosos de su traje y en el interior de la escafandra, continuaban apagados como los dejó al iniciar la exploración. Accionó la obstrucción óptica en la careta, de afuera hacia dentro; tomó suciedad de la superficie de la incubadora y la refregó sobre el casco y su cuerpo.

Transcurrieron minutos, no sintió mucha impaciencia, estaba bien entrenado para el combate. Su corazón latía con fuerza, nunca antes había estado tan consciente de su existencia dentro del pecho, incluso sentía el cuerpo oscilar con cada latido.

Un rumor lejano llegó a sus oídos. Había tomado la precaución de aumentar la sensibilidad del micrófono direccional. Fue entonces cuando percibió, a medio kilómetro de distancia, una sombra oscura avanzando por el suelo, como un derrame de petróleo. Se movía entre las filas de incubadoras y por los lados de rocas diseminadas por el pavimento. Llevó el volumen de audio a nivel normal.

— ¿Son miles de ratas? —susurró.

—Huyen de los intrusos —contestó Centinela, en el mismo tono.

El dispositivo de visión infrarroja y el aditamento de corrección automática de color, le permitía, a pesar de la absoluta oscuridad de la enorme galería, ver cada detalle. Los tonos verdes tendían al azul, los rojos al ladrillo, y los amarillos oscilaban entre naranja pálido y el blanco grisáceo. Tal vez por ello la visión de las ratas, negras como ámbar quemado, le resultó tan terrorífica. De un vistazo calculó la cantidad.

<< Son entre cinco y diez mil. No vienen dispuestas al ataque masivo. ¿Qué cosa las aterroriza de esa manera? >>

Sintió movimiento cerca de sus piernas y casi gritó de asco. Por un agujero, en la tapa translúcida del cubículo de hibernación, salían más ratas. Se dio cuenta que el agujero había sido abierto a golpes, no con los dientes de un roedor, y había dos más cerca de la palanca interna del control de apertura manual.

— ¿Qué las persigue? —susurró Chen.

—Los nuevos intrusos —contestó Centinela, en el mismo tono precavido —, no hable más, capitán. Si las ratas anuncian su presencia ellos comprenderán los chillidos de alarma.

El capitán guardó silencio y comenzó a buscar, con la mirada, algún objeto contundente que le sirviera de arma. Nada encontró a su alcance.

Transcurrieron los minutos con lentitud. Tenía el cuerpo entumecido por la inmovilidad, y estaba empeorando el anquilosamiento propio de la hibernación.

—Siéntese despacio, estire las piernas, recueste la espalda a una de las bases de la plancha protectora que está sobre usted. Piense en algo agradable, su corazón lo necesita. No hable. No hable. Su pecho resuena con las palabras, lo podrían percibir.

La voz de Centinela era casi inaudible para él, debido al retumbo de su propia sangre en los oídos. Comprendió la advertencia: corría peligro de un ataque cardíaco, si es que ya no lo estaba sufriendo. Con toda probabilidad el traje estaba transmitiendo información de sus signos vitales.

Cerró los ojos, ya acomodado en la posición recomendada por Centinela. Por fortuna no tumbó alguno de los pedruscos más pequeños, aunque el sonido tal vez se habría confundido con las rocas derribadas por las oleadas de ratas. No logró traer un pensamiento agradable, entonces intentó aislarse, pensando en el porqué de la mortandad de compañeros en hibernación.

<< Calcularon que muy pocos murieran por incidente, orgánico o falla en el suministro de nutrientes; esos cuerpos de inmediato quedarían congelados, después de haberse vaciado el líquido donde flotábamos. Otros, al parecer, murieron cuando las rocas aplastaron la protección superior de la máquina y rompieron el cubículo sellado, aplastaron al huésped o derramaron el líquido. La situación debe ser peor en las galerías inferiores, las explosiones comenzaron por allí, según explicó Centinela. ¿Porqué todos murieron y yo… no? >>

Continuó en silencio, sintiendo cómo su corazón recuperaba ritmo y la respiración se le facilitaba. Le extrañó no experimentar un dolor adicional en el pecho, tal vez su cuerpo sentía diferente, todavía bajo los efectos de la reciente vida suspendida.

Comenzó a sentir sueño, de repente estaba en un lejano templo clandestino que los militares fueron a destruir. Los jóvenes acólitos cantaban, con voces infantiles, mientras los soldados descargaban sus bastones eléctricos. Chen sabía que su destino era la muerte: esclavizados en las colonias submarinas. Los cantos aumentaron cada vez más. Y despertó. Sólo abrió los ojos. Desde su posición continuaba observando la profundidad sureña de la galería. Ya no había ruido de ratas pero el sonido del canto, de su sueño, continuaba.

Ahora, de un lejano agujero en el suelo, brotaron puntos luminosos como precavidas luciérnagas. El visor infrarrojo se ajustó, de manera automática, a la nueva intensidad luminosa. Los colores se tornaron más reales, a los ojos del capitán Chen, aunque la oscuridad en los sitios donde no llegaba la luz del fuego aumentó, con relación a las imágenes anteriores.

Casi estuvo a punto de hablar, pero recordó la advertencia de Centinela.

<< ¿Monos con antorchas? >>

Entonces contuvo la respiración, cuando comprendió qué eran.

<< ¿Humanos? Deben tener entre veinte y treinta centímetros de estatura >>

A medida que pudo percibir más detalles, sintió ganas de llorar.

<< Cuanta deshonra. >>

Cerró los ojos un momento, para recuperar la calma que había logrado un momento antes. Al abrirlos, la multitud de pequeñas figuras cubría una gran porción de la galería y continuaban avanzando, hacia el lugar donde el capitán se encontraba. El volumen de los cánticos aumentó, era una letanía repetida una y otra vez, por aquellas delgadas voces. Intentó analizar el escenario, como preparando un informe militar.

<< Tienen antorchas y lanzas de metal, son chuzos afilados contra la piedra, tal vez parte de maquinaria, algunas tienen más de medio metro, podrían perforar mi traje sin ningún problema. Visten pieles, parecen de rata. Hay hombres, mujeres y niños. Veo unos mil, y siguen entrando >>

Volvió a cerrar los ojos, ahora sí estaba sintiendo un nuevo dolor en el pecho. Logró traer una imagen de paz: pétalos de flores arrastrados por el viento; no había estado allí, fue un documental sobre especies vegetales en extinción.

<< La brisa me balancea, soy el último trozo de una flor podrida >>

Abrió los ojos. La iluminación había aumentado tres o cuatro veces, calculó.

<< Ahora debe haber unos cinco mil de ellos. ¿Qué hacen? >>

Unos cuantos, como arañas, treparon a una maquina frente a él, y comenzaron a golpear la tapa translúcida, donde el cuerpo congelado del huésped yacía. Con las puntiagudas lanzas metálicas hicieron un agujero, los trozos de plástico transparente saltaban como fragmentos de hielo y los que ayudaban con la iluminación gritaban, al parecer narrando los avances de la perforación. Con la destreza de saber qué pretendían, ampliaron la brecha y cuatro de ellos penetraron por allí. Casi de inmediato la tapa se levantó y una nube, de vapor helado, se dispersó en el aire.

<< Saben con exactitud cómo abrir la incubadora. Hicieron un solo agujero. Han venido antes >>

Chen casi ni respiraba, su corazón ahora latía con fuerza. Estaba experimentando un sentimiento extraño: el cuerpo había recuperado parte de calma, la mente trabajaba con rapidez.

Mantuvo los ojos fijos sobre los hombrecillos. Ahora golpeaban la frente del cadáver, había sido un hombre de avanzada edad, al capitán Chen le pareció demasiado viejo para ser uno de los Respetables Guerreros Superiores. Entonces llegó a una pavorosa conclusión.

<< ¡Tenemos más de mil años en hibernación! Se suponía que después de un milenio aparentaríamos unos cuarenta años, a pesar de nuestra juventud. Ese hombre debió tener más de ochenta años fisiológicos, cuando murió. >>

Otros golpes llamaron su atención. Un poco más lejos, más cubículos estaban siendo violados por los intrusos. Se repetía la misma rutina. Primero perforar, luego levantar la tapa y a continuación golpear el cráneo del cadáver. Entre la multitud de hombrecillos, vislumbró el cuerpo de una mujer muy joven, dentro de una de las incubadoras.

<< Debió morir al poco tiempo de iniciar la vida suspendida, por eso quedó así. Ahora comprendo, hubo mortandad inesperada, no todos pasamos el milenio. ¿Por qué no fuimos despertados al cumplirse la cantidad límite de mil años? ¿Por qué? ¿Por qué? Más allá veo otra mujer, con más de cien años fisiológicos. ¿Cuántos milenios de vida suspendida se requiere para llegar a ese aspecto? Debo tener uno muy parecido. Los Siete Eminentes Científicos Políticos nos dijeron: “en promedio se envejece entre diez y quince años por milenio de hibernación”. ¿Cómo pudieron equivocarse? ¿En qué más fallaron? Sí, ellos fallaron, aunque me parezca imposible, porque esto no fue lo que predijeron. >>

—Capitán. No hable. Sólo oiga. Para su tranquilidad emocional necesita datos —dijo el susurro de Centinela—. En un momento incendiarán la cabellera de los cadáveres, sólo para descongelar el cerebro. Niños y jóvenes lo comerán crudo.

Mientras estaba ocurriendo lo descrito por Centinela, el capitán Chen necesitó más control mental, para no vomitar con su estómago vacío.

—Desde hace más de medio siglo han venido una vez al año, en el solsticio de verano. Primero unas docenas de exploradores, eran más débiles y pequeños. Afuera las condiciones son muy duras, pero ya eran diestros con esas lanzas y se alimentaban de ratas, realizando maniobras complejas, muy bien coordinadas, para acorralar sus peligrosas presas.

Lágrimas corrieron por las arrugas alrededor de los ojos del capitán Chen. Creía estar comprendiendo, pero sus preguntas no estaban contestadas por completo.

—Capitán, dos días después que ustedes iniciaron la hibernación, de nuestro país partieron millones de turistas, asesores, comerciantes, artistas, a todos los rincones del globo, ignoraban que eran la gloriosa punta de lanza del Gran Procedimiento Terminal. Fue un éxito, como lo calcularon Los Siete Eminentes Científicos Políticos. Las oleadas continuaron, con nuevos individuos o movilizando, de un territorio a otro, a los que ya estaban fuera. Su aspecto de completa salud no inspiró sospecha, incluso a ellos mismos; nunca experimentaron síntoma alguno.

Las letanías continuaban y las macabras danzas, en el suelo y sobre unas veinte máquinas, se sucedían, mientras el fuego quemaba las cabelleras o la madera seca que habían traído. Chen imaginó el olor de pelo, carne y leña quemada. Se concentró en las palabras de Centinela, para no levantarse y escapar.

—Entonces, unos meses después, en el planeta surgieron gritos de alarma: todo embrión en gestación tenía menos del tamaño esperado. Hicieron millones de análisis genéticos y no pudieron descubrir nuestro Gran Procedimiento Terminal. Cuando los nacimientos ocurrieron, los niños eran hasta un veinte por ciento menores en talla. Fue entonces cuando ocurrió una terrible desgracia: Los Siete Eminentes Científicos Políticos fueron asesinados, con todo el personal técnico, durante un ataque suicida de traidores de nuestra propia patria. De los edificios, y laboratorios, sólo quedó un agujero en el suelo. Mientras tanto ya los investigadores, de todo el planeta, estaban seguros de nuestra participación en la enfermedad y cada vez más compatriotas dudaban de la sabiduría del Superior Eterno. Hubo rebeliones, la turba asesinó a nuestro líder, y a sus honorables familiares más cercanos. La mortandad, por las hambrunas globales, no detuvo la procreación de más seres humanos. La paranoia invadió los pocos gobiernos que se sostenían, nadie comprendió la situación, como nuestro visionario líder: a menor tamaño de la gente, menores necesidades de agua, comida y espacio. Y el tiempo transcurrió.

Con el fondo musical de las letanías, Centinela continuó su informe, hablando en susurros.

—Antes de siete años, un pánico imposible de controlar se esparció por el globo: los nuevos niños no podían aprender a leer. Les era imposible comprender símbolos. Con gran esfuerzo apenas memorizaban cuatro o cinco, aunque los confundían con facilidad. Lo sorprendente, para todos, era que el dominio del lenguaje no se había alterado y las mediciones de inteligencia, en otros aspectos, tampoco. Para resumir, capitán Chen: en los siguientes cien años todo el planeta quedó analfabeto, y la “nueva gente” vivía casi en la edad de piedra. Fue imposible, por falta de tiempo en gran parte, preparar generaciones de relevo, o acondicionar, con tecnología, una civilización que no necesitara símbolos impresos en las paredes, artefactos, pantallas o papel. Y la disminución de estatura, en los nuevos nacimientos, había continuado, como calcularon los Siete Eminentes Científicos Políticos. Para ese momento, la población humana, informaban los satélites autómata, no llegaba al cinco por ciento de la inicial. Siendo cada vez más pequeños, los seres humanos tuvieron que luchar contra animales que fueron sus mascotas o sus fuentes de alimento. Para que la especie pudiera sobrevivir, invadieron el nicho ecológico de las ratas; a pesar de ello, en este momento la raza humana casi desapareció del resto del globo.

Los minúsculos puñados de masa encefálica parecían nunca acabar. Niños y jóvenes, que para el capitán parecían juguetes en movimiento, subían y bajaban por decenas en cada máquina al alcance de su vista. Tomaban sus porciones, de manos de los adultos, y reían de alegría mientras devoraban la golosina grasienta.

—Hoy es un día importante. Para ellos comer cerebros es tradición sagrada en la fecha de hoy, y para nosotros es la culminación de nuestro trabajo. Capitán Chen, hoy se cumplen mil años, desde que ustedes, los veinticinco mil Supremos y Eternos Combatientes, entraron en hibernación.

Chen casi se movió, golpeado por la sorpresa al saber la fecha.

—Sí capitán, mucho huéspedes murieron de forma prematura, otros de vejez, algo que los Siete Eminentes Científicos Políticos no previeron. Sólo usted se mantuvo vivo, hasta hoy. Lo más sorprendente es que despertó, y de manera espontánea, según lo informaron los instrumentos de su incubadora. Oppi, el médico a cargo, tiene grandes daños en la memoria y no pudo informarle. Pero es usted uno de los veinticinco mil Supremos y Eternos Combatientes, y con seguridad está orgulloso de haber cumplido con su sagrado deber, sin importar qué pase con su persona. Gloria a nuestro líder magnífico, por toda la eternidad.

El capitán Chen, por primera vez en su vida, sintió desagrado contra el tono marcial.

—Guiados por la inteligencia de nuestro líder, el Honorable, Magnífico y Sagrado, Superior Eterno, los Siete Eminentes Científicos Políticos crearon MUDO-88, el virus que alteró el genoma humano, sin mutilarlo, ni impulsar mutaciones, sólo impidiendo la posibilidad de leer información de los centenares de genes que tienen que ver con la estatura humana. Por desgracia, también ocurrió este “silenciamiento de genes”, de manera imprevista, con muchos otros; por ello quedaron bloqueadas funciones importantes para mantener la civilización en la estructura social de la “gente nueva”.

La respiración del capitán comenzó perder el ritmo.

—Observe capitán, esa muchedumbre, por instinto busca un “algo” en la masa encefálica. Cuando los ancianos militares de la “gente anterior”, su gente, evitaron que las turbas de hambrientos analfabetos genéticos, disminuidos en estatura, destruyeran las incubadoras, actuaron bajo la influencia de las consignas escritas en las paredes, en las cuales confiaban desde que nacieron, a pesar de ver destruida su familia, nación y planeta. Sólo permitieron que se llevaran la comida y cerraron el búnker, pero dejaron galerías menos obstruidas, para facilitar la salida de aquellos compatriotas que allí dormían, cuando despertaran. Ellos murieron de vejez, hambre, vandalismo, enfermedades y una gran mayoría, por suicidio. Y la “nueva gente” continuó naciendo, con menos estatura cada vez. Y aquí los tenemos, capitán, frente a usted.

El corazón del capitán Chen Yandraken Mao Volitzonaveo dio abruptos saltos.

—Cuanta sabiduría, capitán. Los hados, las estrellas, o la suerte, están de nuestra parte. Esa gente, desde hace más de cincuenta años, cuando ya iban a desaparecer de este continente, llegaron aquí, mientras perseguían ratas y se ocultaban de animales peligrosos: perros, gatos y cuervos, en especial. Eran más pequeños, portaban lanzas y antorchas, subieron con dificultad los escalones. Cuando vieron los huéspedes congelados admiraron sus cráneos, y con mucho esfuerzo hicieron agujeros, después, tal vez por accidente o habiendo comprendido otros artefactos en las ciudades, movieron la palanca de apertura manual. Entonces, por primera vez, ocurrió lo mismo que ahora usted está viendo. Luego volvieron con otros, semana tras semana, año tras año, adornaron el evento con cantos religiosos y cuando se dieron cuenta que la talla de sus hijos aumentaba, y resultaron más despiertos que sus padres, retornaron sólo una vez al año, para alimentar con la carne sagrada a quienes no la habían probado y a los niños más pequeños. ¿Lo ve capitán? Los Siete Eminentes Científicos Políticos no previeron esta forma, pero obtuvimos la victoria, el Gran Procedimiento Terminal triunfó. Aunque ni usted ni yo comprendamos la razón, a nivel celular: los genes silenciados despertaron en esta gente. La promesa de nuestro líder eterno se está cumpliendo: comenzó el Gran Salto Adelante y al Espacio Estelar.

Con lentos movimientos, el capitán Chen levantó los brazos, se quitó el casco y lo dejó a un lado. Miles de diminutos ojos voltearon hacia la enorme figura, que desde lo alto los miraba. En el primer momento se oyeron gritos de alarma, después un profundo silencio. De repente una de las mujeres, en la cima de la máquina más cercana al capitán, comenzó a cantar y todos la corearon. Chen, el hombre, comprendió: era un canto mortuorio.

<< ¿Qué es la derrota? ¿Qué es la victoria? ¿Qué es el deber? ¿Qué es la deshonra? >>

El corazón de Chen Yandraken Mao Volitzonaveo, terminó de romperse. Su cabeza se inclinó sobre el pecho; el cráneo, casi calvo y brillante de sudor, reflejó la luz de las antorchas.

Dentro del casco sonó el susurro de Centinela, con una marcha militar de fondo musical.

—Gloria eterna al Honorable, Magnífico y Sagrado, Superior Eterno, líder por siempre. Viva el Gran Salto Adelante y… ¡al Espacio Estelar!

La multitud de “nueva gente” interrumpió la oración, e intentó repetir los sonidos, mientras palmeaba al ritmo de la marcha. Centinela subió el volumen y en la galería los ecos repercutieron cada vez más fuerte.

“¡Gloria eterna al Honorable, Magnífico y Sagrado, Superior Eterno, líder por siempre! Viva el Gran Salto Adelante y… ¡al Espacio Estelar!”

FIN

Una lástima que no todos los lectores captarán las multiples referencias que Joseín realiza en esta historia, porque le quedaron muy buenas.

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p>Muchas gracias Joseín por otra excelente historia. Y si ustedes también disfrutaron de esta historia, no olviden que Joseín también está participando en el Desafío del Nexus de Julio y que pueden votar por él con el botón “Me Gusta” de facebook.

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Joseín Moros
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