Nuestro amigo Joseín Moros nuevamente acepta el Desafío del Nexus y nos entrega su nuevo relato:

PEDIGRÍ

Pedigrí

Autor: Joseín Moros

¿Qué relación puede existir entre la desaparición de los dinosaurios y el dominio de la raza humana en nuestro planeta?

¿Es la selección natural tan efectiva como parece? ¿En realidad estamos mejorando como especie?

En la persecución, por parte de una mujer apasionada, contra un misterioso hombre fanático del Rock, es posible la existencia de alguna respuesta.

Desde su cuna la niña mira con ojos fijos a su madre. La joven mujer supuso que a tan corta edad no enfoca bien, y la expresión desconcertada es sólo una falsa impresión por parte de ella.

De repente la pequeña sonrió y por reflejo ella la imita, aunque imaginando una contracción involuntaria de los todavía jóvenes músculos faciales de su hija.

Nina apenas tiene veinticinco años y es madre soltera desde hace dos semanas, tal circunstancia la hace pensar en el futuro, con un sentimiento de inquietud.

— ¿Cómo será dentro de dos décadas, o tres? —se pregunta en silencio, imaginando a su hija para tal fecha, mientras se va a dormir al lado de la cuna.

Cuando ya comenzaba dormirse, el recuerdo del padre de la niña volvió una vez más, como todas las noches. Su cara, cuerpo, olor y sonido de la voz, están grabados en su memoria.

Lo conoció en una multitud, en la madrugada, casi al final de un concierto de rock. Había tropezado con la mirada del hombre —tal vez más joven que ella—, y su fisonomía, parpadeante bajo los efectos luminosos del concierto, de repente apareció muy cerca. No hablaron, lo siguió hasta el estacionamiento y en el asiento trasero de un vehículo se desnudaron con celeridad. Nina, siempre previsora, le colocó uno de los preservativos que llevaba en la cartera. Luego el hombre la despidió, allí mismo, y se alejó acelerando con fuerza el motor; el amanecer estaba comenzando. No fue sino hasta el fin de semana siguiente, en otro concierto en la misma explanada, cuando volvió a verlo. El muchacho no le prestó atención. Lo observó caminar, con otra joven, hasta el mismo vehículo donde ella estuvo. Se sintió mal espiando un acto tan íntimo. Todavía le asombraba cómo había accedido, de manera tan rápida, a los requerimientos del hombre desconocido. No le extrañó ver partir el carro y fingió confundir a la muchacha con alguna compañera.

—Hola Zuli —dijo y puso cara de sorpresa—. Disculpa, te vi hablando con John y creí que eras Zuli.

— ¿John? ¿Se llama John? —preguntó medio confundida la mujer, unos dos años mayor que Nina.

En ese instante había inventado el nombre, tampoco Nina lo sabía; le pareció increíble no habérselo preguntado. Continuó con el truco, mientras caminaban hacia otro sector del mal iluminado estacionamiento.

—Así le dice mi amiga Zuli. Yo soy Nina. ¿Y tú?

—Tengo que irme —murmuró la otra joven, y se alejó con rapidez.

Nina continuó visitando la explanada. Las multitudes le gustaban. Sentirse aturdida compartiendo olores, sonidos y contorsiones, la llenaban de una sensación imposible de comparar. Se propuso no buscar más al desconocido, sólo disfrutar de la música y su viejo grupo de amigos.

Y descubrió que estaba embarazada.

Se maldijo varias veces. Con seguridad —supuso—, el preservativo guardado en su cartera estaba perforado, o cualquier otra cosa pudo pasar, no recordaba cuántas contorsiones hicieron. Al mismo tiempo sintió alegría, incomprensible para ella, no había estado en sus cálculos criar sola un bebé.

La gran sorpresa fue descubrir que John —ahora usaba ese nombre ficticio cuando pensaba en él—, llevaba a su vehículo más de una joven durante cada concierto.

—Una vez llevó cuatro —se dijo, mientras daba vueltas en la cama sin poder dormir—, fueron una tras otra y vi más estúpidas como yo, escondidas, mirando desde lejos.

Luego apretó un puñado de las sábanas cuando recordó el momento más desagradable.

—Habíamos quince mujeres observando, la mayoría con el vientre abultado, parecíamos gatas defraudadas —murmuró, y la niña en la cuna gimió con suavidad. —Nos alejamos unas de otras, mientras la segunda muchacha de la noche chillaba de placer.

— ¿Por qué ninguna lo confrontamos? ¿Por qué todavía rechazo la idea de exigirle alguna responsabilidad?

***

Los años pasaron y Lucy, la hija de Nina, se trasladó becada a una institución universitaria, había resultado de gran inteligencia y con vocación científica. Nina continuó en la misma ciudad y un día fue invitada a participar de otro grupo de apoyo para jóvenes madres solteras, labor voluntaria que efectuaba casi desde que nació su hija.

Comenzó a narrar su experiencia criando a la niña, sin la ayuda de un hombre.

— ¿Qué ocurrió con el padre? ¿Cómo lo conociste? —de manera inesperada preguntó una de las mujeres.

No era la primera vez, en tantos años, que alguna participante hacía tal clase de pregunta. Ella siempre mintió al respecto. Esta vez, al ver la angustia de la joven, decidió contestar con la verdad.

—No lo sé. Sólo nos vimos una vez, en un concierto de rock. Nunca más supe de él.

Doce de las jóvenes rieron y hablaron casi al mismo tiempo.

— ¡Yo también!

A continuación todo se transformó en una lluvia de lágrimas y risas. El descubrir que estaban embarazadas del mismo desconocido las hacía reír y llorar, un momento después dos más se agregaron al llanto: por la descripción del individuo descubrieron que el vendedor de artefactos eléctricos —de puerta en puerta—, era el mismo hombre.

Nina logró dominarse, lo que estaba oyendo no podía ser cierto, la descripción también concordaba con su desconocido de casi veinte años atrás.

Es imposible —pensó.

***

Varias semanas después su investigación la tenía cerca de la demencia. Había trabajado en silencio, aprovechando su cargo de voluntaria en el servicio social de la ciudad. Cuando descubrió que, en otras metrópolis, había ocurrido la periódica aparición de un hombre, al cual describieron mujeres con hijas de casi treinta años de edad, no tuvo fuerza para levantarse de la silla frente a su computadora personal.

—Lucy cumple diecinueve —se dijo, intentando no reír como enloquecida—, y al parecer tiene decenas, tal vez cientos, de hermanas dispersas por el continente.

Internet le amplió su ventana al submundo de las madres solteras. Desde allí quedó aterrorizada por la cantidad de mujeres que tenían historias similares, las cuales contaban de manera anónima, respondiendo a una encuesta que había elaborado para la institución filantrópica.

Entonces tomó la decisión de encontrar a John.

***

Le costó cinco años de laboriosa cacería. Su hija Lucy había cumplido veinticuatro y —al igual que ella, a su edad—, iba a conciertos de rock. Nina nunca le contó la verdadera historia respecto a su padre, pero le advirtió sobre un seductor, tal vez peligroso, en tal tipo de evento. Su hija no le dio importancia.

Nina había cruzado el océano y se encontraba en una antigua ciudad de Europa, una de las cunas de la civilización. La primavera estaba fría y la multitud, adultos de todas las edades, se hallaba alrededor de una tarima dotada con modernos artilugios para tal clase de espectáculo. La estridencia de la música no la perturbaba, tenía sus sentidos enfocados en los binóculos infrarrojos. Ella estaba en la zona de estacionamiento, de cuclillas sobre el techo de un vehículo alquilado, bien abrigada para protegerse de la llovizna. En los últimos meses esto lo había hecho infinidad de veces, a medida que fue estrechando el cerco sobre las huellas de John, que al parecer —y de acuerdo a la data de las encuestas—, recorría las mayores ciudades siguiendo una espiral expansiva, desde algún lugar indeterminado cerca del legendario Triángulo de las Bermudas. Para el momento y la hora, estaba casi segura que de nuevo sería infructuoso, sin embargo persistió, así era su naturaleza.

Entonces lo distinguió en la distancia.

No necesitó ver su cara, desde lejos la forma de caminar le dio la certeza. Al lado iba una joven, que lo abrazaba y besaba con desespero.

Igual que yo —pensó—, enloquecí cuando lo tuve cerca.

Bajó como una gata y con sigilo se aproximó al vehículo donde la pareja se encontraba. Empuñó —bajo el abrigo— la pistola que los últimos cinco años de práctica le permitían esgrimir con seguridad.

Largo rato después la joven salió del automóvil. Nina leyó en su cara satisfacción y aturdimiento.

Se pregunta por qué accedió tan rápido —continuó meditando con frialdad—. Está feliz y al mismo tiempo asombrada, en un momento se dará cuenta que olvidó preguntarle su nombre.

Antes que el vehículo se moviera, Nina se paró al lado de la ventanilla cerrada y apuntó a la cabeza de John. El individuo la miró con pasmosa tranquilidad y sonrió. Sintió el impulso de bajar el arma, pero logró dominarse. No había duda, era el hombre al que ella había bautizado como John; el mismo con el cual había tenido sexo, una vez, hacía más de veinte años.

Está igual, casi parece un adolescente, pero no lo es —pensó maravillada, sintiendo en sus muslos un ardiente calor, cuando el hombre abrió la ventanilla.

—Hace frío, siéntate a mi lado —dijo la misma voz inconfundible.

Sin dejar de apuntarlo, Nina pasó por enfrente del vehículo y entró. Sentía el corazón casi en la garganta, y no apartó la mirada de la cara de John. Pensó sus primeras palabras, pero no llegó a pronunciarlas.

— ¿Qué nombre me pusiste? —se adelantó él con la pregunta, y una sonrisa que le hacía estremecer el vientre.

—John— sólo pudo decir.

— ¿Y tu nombre es?

—Nina— esta vez susurró, la pistola ahora estaba descansando sobre sus muslos.

—Nina, guarda el arma, no olvides ponerle el seguro.

Ella obedeció. Estaba comenzando a sentir vergüenza por su agresividad y falta de cortesía.

— ¿Qué quieres saber, Nina?

Se sobrepuso a la intensa excitación sexual. Intentó escoger una pregunta, entre las innumerables que había pensado en el transcurso de los últimos cinco años, mientras imaginaba el momento cuando tuviera a John aterrorizado frente a la pistola que nunca pensó disparar: ¿Quién eres? ¿Cómo logras mantenerte tan joven? ¿Qué droga usas para dominar tus víctimas? ¿De qué vives? Hablas muchos idiomas, se necesita tiempo para aprenderlos, ¿qué edad tienes en realidad? ¿Cómo logras estar en una noche con hasta ocho mujeres? ¿Por qué sólo nacen niñas? Y muchas más, pero sólo una surgió de su garganta, la cual nunca creyó que haría.

— ¿Porqué me escogiste? —su voz casi se rompe por el llanto.

Ocurrió un corto silencio.

—Recuerda bien, Nina, fuiste tú quien me sonrió. Por eso me acerqué.

Era verdad, se acordó. Cuando lo vio a pocos metros, entre la multitud, le atrajo como nunca antes le había ocurrido con hombre alguno.

Ahora no sabía de dónde traer alguna pregunta. Además guardó el arma de su mente y permaneció inmóvil, esperando no sabía qué.

Sí sé qué espero. Quiero lo mismo que la vez anterior —reconoció en su pensamiento.

Entonces reaccionó con violencia.

Comenzó a soltar los botones de la camisa de John y la correa de su pantalón, con manos temblorosas y respiración agitada; deseaba devorarlo como había soñado casi todas las noches. Un momento después, y con la misma destreza que en sus años de adolescente, se deshizo de la ropa y cabalgó sobre él, con furia incandescente, mientras el volante del automóvil golpeaba en su espalda. John la dejó hacer, hasta que la vio gritar y morderse la palma de la mano, para atenuar los rugidos de placer. Entonces la dejó recuperar la respiración. Sin hablar y con delicadeza, la ayudó a encontrar ropa y zapatos. Ella sentía la piel, de rodillas y espalda, desollada por completo; no le dio importancia. Esta satisfacción nunca antes la había vivido, ni siquiera la primera vez que estuvo con John.

— ¿Nina, puedes prestarme atención un momento? —dijo John en voz baja; la llovizna había empañado las ventanillas del vehículo y estaban aislados del mundo.

Su cuerpo comenzó a suplicar más sexo, pero ella hizo un gran esfuerzo para hablar.

—Te oigo —murmuró, con un pañuelo enjugó su cara y labios. Sentía que estaba a punto de perder el control una vez más, sus glándulas salivales parecían anticipar un manjar y sentía la piel erizada.

—Vengo de las estrellas —dijo el hombre, con la mayor naturalidad —Lo hacemos cuando es necesaria otra inyección biológica. La población aumentó con celeridad desde mi última visita, esto es mal síntoma; por algo similar desistimos en continuar evolucionando a los dinosaurios.

Nina pensó que estaba frente a un desequilibrado. Cuando él la miró a los ojos, tal idea desapareció de su mente.

Dice la verdad. Aunque sus palabras parecen una locura —pensó con rapidez, sin preguntarse respecto a su propia lucidez. Nina sonrió con picardía.

— ¿También les aplicaban inyecciones biológicas? —estaba un poco sorprendida de su propio tono superficial. En su mente, las imágenes de enormes dinosaurios, sobre excitados, no contribuyeron a tranquilizar su cuerpo.

—Sí, claro. Es un proceso complejo, nos modificamos de acuerdo a los organismos que encontramos con posibilidades de mejorar. Ustedes son un buen prospecto, aunque luchan todavía para exterminarse unos a otros; tal vez logremos salvarlos.

Para Nina, los conocimientos sobre la evolución de las especies provenían de su extraño fanatismo a programas de TV, relacionados con el tema.

— ¿La raza humana existe gracias a mutaciones genéticas que ustedes introducen, practicando sexo con nosotros?

Sintió más olas de calor.

—Así es Nina, de otra manera, y con mucha suerte, ustedes todavía estarían en las llanuras de África, con un vocabulario inferior a veinte palabras y siendo cazados por depredadores de todos los tamaños. Nosotros, además, eliminamos especies que hacían peligrar la evolución de la tuya.

—No me dirás que lo mismo hicieron con las plantas.

—Pues sí, te lo digo. Unas cuantas de las mutaciones más apropiadas, para mejorar tu entorno, las provocamos nosotros.

Nina observó a John, la iluminación nocturna del estacionamiento era deficiente, pero sus ojos ya se habían acostumbrado y distinguió detalles de su cara con bastante claridad.

— ¿Eres el mismo con quien estuve hace tanto tiempo?

—Sí, tengo casi un siglo por aquí. Doy una vuelta por el planeta y cuando me tropiezo con las hembras adecuadas cumplo mi trabajo.

— ¿Adecuadas?

—Sí, claro. Deben pertenecer a los grupos más evolucionados.

Nina rememoró su vida, como si fuera la de otra persona, y no encontró nada espectacular, todo le pareció trivial.

— ¿Soy yo un ser superior? —preguntó, incrédula.

—En cierta forma. La disminución de instintos violentos y tendencia a resolver conflictos por el camino del razonamiento, están más acentuados en ustedes que en la mayoría de los humanos; por desgracia eso los hace vulnerables con respecto a los agresivos, pero milenio a milenio vamos progresando. Además, ustedes responden a los marcadores que exhalo en el aire, denotando afinidad con la línea evolutiva que pretendemos seguir. Pero, insisto, el proceso es lento y nada fácil para los que van mejorando. En apariencia se ven igual que los rezagados de todo el globo. Por supuesto, no hablo de esas insignificantes diferencias que llaman razas. Por ello es fácil que se crucen de manera perjudicial para nuestro objetivo. Recuerda las tiranías militares, guerras, discriminación de toda clase y atracción por la violencia, aunque sólo sea como pasivos espectadores, todavía no conseguimos erradicarlas.

— ¿Y cuál es el objetivo?

—Obtener una especie armónica con el entorno y nada auto destructiva, a plena conciencia. Pretendemos que, algún día, alcancen nuestro grado evolutivo. Es una lucha difícil en cada galaxia. Apenas una especie logra un débil nivel de razón, hace todo lo posible para destruir sus congéneres por considerarlos inferiores. Pero tenemos algunos éxitos de vez en cuando, hablando en millones de años, por supuesto; en la Vía Láctea falta mucho por hacer.

Quedaron en silencio. Nina estaba convencida de la verdad de aquellas palabras, sus células le hablaban: estaba frente a uno de los arquitectos del universo. Desechó la idea de imaginar cuál sería el aspecto original de esta especie, con seguridad no le iba a gustar. Inspiró con intensidad, había tomado otra decisión y acercó la mano al cierre de su chaqueta, el peso de la pistola continuaba en el bolsillo.

—John —dijo con voz ronca—, sé que no te volveré a ver. ¿Podemos despedirnos como buenos amigos?

—Será un placer, Nina. No quedarás embarazada.

Pasaron al asiento trasero y se desvistieron con rapidez.

Los gemidos de Nina hicieron sonreír a John el resto de la madrugada. Le gusta su trabajo.

FIN

Muchas gracias a Joseín por esta nueva colaboración y no está de mas recordarles una vez mas que esta narración está participando en el Desafío del Nexus de Abril, así que si te gustó, no dejes de votar pulsando el botón “Me Gusta” de facebook.

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Joseín Moros
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