Libertad, por Joseín Moros

Nuevamente, nuestro amigo Joseín Moros nos complace con un relato de Ciencia Ficción, en esta ocasión Joseín ha dejado volar su imaginación mucho mas y nos narra una historia de un futuro muy lejano:

LIBERTAD

Una señal en el tablero cambió de color en el rango ultravioleta, variación imperceptible para el ojo humano. Un cuerpo enorme se movió y sobre el mismo tablero flotaron imágenes azulosas, parecían transmitidas por los ojos facetados de una mosca volando como una centella por pasillos similares al interior de alcantarillas tapizadas de tuberías, mamparos y cables retorcidos. La visión engañaría un observador externo, en realidad las dimensiones arquitectónicas eran ciclópeas, por aquellos ductos podría viajar una bandada de ballenas voladoras, de manera holgada, si tal clase de animales existieran.

—Alimañas— murmuró en su lengua ultrasónica el bulto violáceo oscuro; se movía como si respirara en la atmósfera de gas inerte y temperatura de menos sesenta grados Celsius. Habían despegado cincuenta años atrás, con un cargamento de suministros, en dirección a la retaguardia del campo de batalla a un milenio y medio de viaje.

Aparecieron varias figuras apretujadas contra una tubería gruesa como cuatro vagones de tren. Eran tal vez unas trescientas personas macilentas, vistiendo gruesas ropas, en un compartimiento estanco donde cabría un arcaico trasatlántico sin llegar a tocar las paredes. Había tiendas de campaña configurando un caserío y en su cercanía varios transportes, con ruedas de oruga, adosados a enormes cajones en apariencia muy pesados; eran los artilugios que permitían mantenerse con vida a tanta gente. El vapor emitido por sus alientos, en la oscuridad cortada por el suave resplandor de unos pocos reflectores solares, evidenciaba la frialdad del ambiente. Gracias al calor emitido por la tubería gigante no morían congelados.

—Atmósfera con oxígeno, fábricas de alimentos y agua, ropas adecuadas y están allí desde hace cincuenta años —silbó el bulto palpitante.

Las voces de la gente llegaron hasta el controlador, único tripulante de un navío de carga tan grande como dos veces la masa del monte Everest. Estaban finalizando una canción coral, la belleza de las notas parecía llanto de ángeles. Al terminar rodearon al viejo flaco, pálido y recto como una lanza preparada para la batalla.

—Dinos abuelo —decía una niña de unos siete años, entre un grupo de cien o más niños apiñados entre sí muy cerca de la tubería —, ¿antes éramos esclavos?

—Cuando escapamos yo tenía veinte años. Pagamos una fortuna para comprar el cupo en este refugio clandestino. Creemos que fuimos los últimos “humanos antiguos” que habitaban en las minas. La mayoría de “nuevos humanos” odian nuestro color y nuestro aspecto.

— ¿Y cuando los nietos de los nietos de nuestros nietos lleguen serán libres verdad? —preguntó un niño de casi diez años, con cabello muy claro como la mayoría.

Otro más pequeño se hizo oír a gritos.

— Los “nuevos” son verdes y azules, con el pelo rojo. Lo dijo una de las abuelas.

—Y más grandes —contestó el viejo—, ven más colores, oyen más sonidos, necesitan menos oxígeno, piensan y se mueven más rápido.

— ¿Son superiores? —dijo casi afirmando una adolescente.

— ¿Seremos libres? ¿Libres? —insistió el niño que preguntó sobre la libertad.

— ¿Por qué nosotros no cambiamos como los nuevos? —preguntó una niña de seis años, pálida como algodón.

—Por razones genéticas —dijo para sí misma la adolescente, bajando la voz a medida que hablaba—, algunos no pudimos mezclarnos con los seres venidos del espacio exterior hace doscientos ochenta milenios, desde entonces somos marginados y nos fueron exterminando con discreción. Tal vez somos los últimos.

Una niña de cuatro o cinco años, de ojos redondos y cristalinos como el cielo de primavera, sentada muy cerca del viejo, haló su manga para llamar la atención.

— ¿Qué es libertad abuelo?

El viejo bajó la cabeza blanca de canas y la miró, sus claros ojos irritados se cubrieron de lágrimas, parpadeando varias veces contestó sólo para ella.

—No lo sé, nunca la conocí.

En ese instante el controlador accionó la inyección de gas inerte para desplazar el oxígeno del pequeño lugar contaminado.

Joseín Moros

La ilustración también pertenece a Joseín Moros, lamentablemente por las limitaciones del blog no se puede ver en todos sus detalles, pero haciendo click puedes verla con mayor claridad.

Puedes ver mas del trabajo de Joseín en sus blogs:
Abundancia de Imaginación
Imaginaccion
Wardjan
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Joseín Moros
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