El Valle de las Calabazas Perfumadas

La Biotecnología en su nublado y remoto pasado tuvo varias ramas, cada una de estas disciplinas se confundió con sectas esotéricas y reaccionarias al orden feudal. La guerra asimétrica entre la clase dominante y los dominados va a tomar un rumbo sorpresivo, apareció en las sombras una nueva rama de la Biotecnología o tal vez, deberíamos decir, emergió de las oscuras profundidades del esoterismo el tronco retorcido de donde esas ramas se afianzaron.

Nuestro amigo Joseín Moros vuelve a nuestras páginas con una historia que es todo un ejercicio en la construcción de mundos, con muy pocas palabras nos elabora todo un universo que nos habla de una biotecnología tan vieja que se ha confundido con la magia.

El Valle de las Calabazas Perfumadas

El acero de las ruedas quiebra piedrecitas del camino. Pertenecen a una carreta cubierta arrastrada por dos bufan —búfalos-camello—, aun así van despacio debido al enorme peso de la carga. El viento repentino descubrió la cabeza del conductor, con una mano enguantada volvió la capucha a su lugar, algunos mechones blancos quedaron bajo la luz del atardecer. Sobre la lejana cordillera cubierta de nieve una forma parecida a media hogaza de pan flota inmóvil colgada del cielo azul oscuro sin estrellas todavía. Se ve pequeña aunque todos conocen la enorme envergadura de Urparis la ciudad voladora.

Casi a media noche cuatro jinetes alcanzaron la carreta llegando cada uno desde diferentes puntos cardinales. Sus bestias son cinco enormes jigres —jirafas-tigre—, flexibles y feroces en el combate, fieles y dóciles con sus amos. Después de haber atendido los animales llegaron hasta la hoguera y se quitaron mantos y capuchas. Eran cuatro mujeres, de cuerpos esbeltos y edad mediana, cada una vestida de diferente color. Con reverencia saludaron al conductor de la carreta, no se había movido de la cercanía del fuego. En silencio le aproximaron a la boca una pulsera que cada una de ellas llevaba, el personaje sopló con suavidad y la lectura en las enormes gemas les confirmó su identidad.

—Siento gran satisfacción de verte otra vez, Negron-a —recitó la de color rojo y lo repitieron a continuación las de blanco, verde y azul.

El personaje medio embozado sacó una mano del interior del manto y les señaló el suelo, pronunció sus nombres con voz suave como la de un adolescente varón.

—Oigo el ruido de sus tripas y este cocerdo —conejo-cerdo—, es mucho para mí.

Comieron con buen apetito, bebieron de una vejiga de vino dejando caer el chorro desde lo alto y al final miraron al anfitrión, esperaban que él hablara primero. Negron-a señaló a la de rojo y ella carraspeó antes de hablar.

—En tu cara veo la victoria de tu sabiduría, la juventud volvió a tu piel.

Negron-a fue señalando a cada una de las restantes.

—Percibo la prueba de tu conocimiento, el aroma de tu cuerpo habla con claridad —murmuró con lentitud la de vestimenta blanca.

—Has florecido, tus colores lo dicen —agregó la de verde.

—Fluyes con energía, puedo sentirla —finalizó la de azul.

A continuación acercaron sus cabezas y comenzaron un conciliábulo silencioso, se miraban a los ojos y parecían olfatear sus alientos.

Un rato después Negron-a se irguió al lado de la hoguera y se despojó de toda la ropa. La cabellera blanca había sido una peluca, un joven de piel bronceada y ojos azules dio vueltas con lentitud permitiendo a las mujeres que lo estudiaran a satisfacción. Ellas aproximaron sus medallones y quedaron satisfechas con lo que habían detectado.

—Ahora soy hombre-mujer en todos los aspectos menos en mi mente, aquí sigo siendo la mujer a quienes ustedes conocieron. Soy la demostración viviente de la máxima acumulación de conocimiento de las Biotecnologías Sagradas, las cuatro escuelas secretas tiene ahora además el quinto elemento: representado como la ausencia de color. Juntos lograremos el objetivo.

Entonces miraron hacia la ciudad flotante. En la oscuridad Urparis brillaba plena de luces, sus ventanales de caprichosas formas emitían incandescencias como trozos de arco iris.

 

***

 

Meses después un joven campesino y sus cuatro hermanas habían construido una plantación de calabazas con muchas hectáreas en el interior del fértil valle. Los permisos legales pasaron las pruebas cuando los inspectores robot —provenientes de Urparis, fortaleza de los señores feudales—, pasaron por allí y las primeras cosechas fueron retiradas en vehículos robot también para ser llevadas a la poderosa ciudad. Los cambios de clima no afectaron la producción, bajo un sol de fuego infernal o sumergidas en trozos de hielo las calabazas no interrumpieron su crecimiento y maduración. Sin embargo había un hecho curioso: diseminadas entre las demás calabazas los jóvenes agricultores habían mantenido enterradas otras más grandes aromáticas y hermosas. Había incluso algunas tan enormes como la carreta en la cual habían llegado los cinco confabulados al valle pero no estaban a la vista, ellas mismas se enterraban más y más, en algunas pocas sólo el tallo grueso como el torso de un ser humano surgía hacia el exterior.

Y pasaron dos años, de las calabazas enterradas ya no podía verse ni el tallo. Debajo de la plantación superficial, de cientos de hectáreas, miles de miles de ellas estaban sumergidas en la tierra como pasas en un pastel. Hasta que una noche los cinco fingidos hermanos y hermanas salieron de su única cama, volvieron a vestir los trajes rituales: rojo, blanco, verde, azul y negro. Como jinetes mensajeros de malas nuevas recorrieron la plantación rociando el aire con un vapor emitido por pequeñas botellas negras y al finalizar regresaron a toda carrera para salir lo más pronto posible del gigantesco sembradío.

<< Las más hermosas calabazas nunca creadas esta noche nos regalaran su carne oscura >> —Negron-a sonreía satisfecho con sus propios pensamientos.

Y así fue, bajo tierra las calabazas se abrieron con fuerte estallido al romperse la dura corteza. La pulpa negra como sangre coagulada lubricó el paso hasta el exterior y emergieron las gigantescas creaciones de la sabiduría acumulad en oscuro secreto.

Nubes de dragones negros —con dos tres y hasta cinco cabezas—, ascendieron al cielo y los agradables aromas desaparecieron, el olor nauseabundo de la carne podrida inundó el valle de las calabazas. No emitieron fuego, similares a los búhos sus aletazos eran silenciosos, ascendían como esas bandadas de murciélagos que en las noches más oscuras giran sobre los cementerios. Entonces cuando el último de ellos se unió a la nube negra tomaron rumbo hacia Urparis. Estos monstruos llevan escrita en cada una de sus células la misión para la cual fueron creados.

Los cinco jinetes ya habían tomado asiento en el exterior de la granja y de cara a Urparis bebían de largas copas de vidrio apenas iluminados por el brillo de las estrellas. Ninguno sonreía, todo lo contrario, en sus caras estaba reflejada la expresión de un artista observando su obra o tal vez la de un científico viendo el final de un experimento del cual adivina el resultado.

La densa nube de dragones ocultó las estrellas a su paso y la sombra se fue alargando. Con lentitud ganó altura hasta superar la de Urparis, sus habitantes con tanto tiempo ostentando el poder sobre millones de atrasados siervos y habiéndose mantenido tan inaccesibles para aquella gente nunca imaginaron un ataque desde lo alto.

Cuando Negron-a y las cuatro mujeres terminaron la quinta copa vieron un resplandor rojizo por encima de Urparis.

<< Comenzó la transformación >> y chocó su copa contra las de sus acompañantes.

Los dragones cayeron como lluvia de muerte sobre Urparis. Sus cuerpos habían perdido la forma y solo eran gigantescas masas de negro ácido capaces de corroer cualquiera de los sólidos materiales con los cuales estaba fabricada la colosal estructura. Como gotas de plomo derretido cayendo sobre una torta de mantequilla. Fundían y hacían emitir llamas de luz azul las más gruesas vigas y placas de la fortaleza voladora. Cuando alcanzaron la maquinaria vital comenzaron las explosiones en cadena hasta que ocurrió una de tal magnitud que la ciudad se partió en dos. En ese momento Negron-a sirvió la sexta copa.

Hasta ellos llegó el brillo de la explosión final y varios segundos después el retumbar de las montañas. El cielo quedó negro, las estrellas fueron tragadas por la nube más oscura que el espacio exterior.

Sin prisa terminaron la séptima copa y recogieron lo indispensable para la huida sobre los jigres. Las cinco bestias adivinaron en sus acciones la próxima partida y hacían temblar los músculos de sus cuerpos preparándolos para la gran carrera. Los contadores digitales de explosivos térmicos comenzaron a retroceder, no quedaría huella de la granja en los próximos minutos.

Dos días después Negron-a y las cuatro mujeres se separaron. Sus últimas palabras fueron: «este no es el final, volveré a llamarles».

 

Fin

Me impresiona la compleja historia que ha conseguido tejer Joseín en menos de 1500 palabras.

Muchas gracias Joseín por compartir tu relato con nosotros. Y si ustedes también disfrutaron de este cuento, recuerden votar con el botón compartir de facebook.

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Joseín Moros
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