El Censor de la Historia

La escritora Cubana Yadira Álvarez Betancourt nos envía su relato para participar en nuestro concurso de relatos:

Satélite Autora: Yadira Álvarez Betancourt

Al profesor de Historia de Cuba, Juan Parra,

la más perfecta máquina anticensura

que he conocido en mi vida,

que solía decir:

No puedes quitar un solo ladrillo

al edificio de la Historia, ni uno,

si lo haces, todo caerá

 

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––¡Y en este glorioso día del año 2359….

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––…Hemos abierto una página única en la Historia, definitiva en el ordenamiento mundial y básica para el futuro de nuestra especie…

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––Nuestra búsqueda de una solución a todo el dolor…

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––A la incomprensión…

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––A la intolerancia que desemboca en la guerra y la destrucción de nuestros pueblos, de nuestros recursos…

Delete…Delete…Delete.

Si las máquinas tuvieran manos para ponerse en la cabeza, si tuvieran cabeza y en el caso improbable de que les doliera, el OpGoy, con cada uno de sus componentes y estaciones remotas en todo el globo, se hubiera llevado las manos a la hastiada cabeza por vez treinta elevada a la diezmilésima potencia. Había hecho la misma operación tantas veces desde su activación que si existiera en él alguna posibilidad de cansarse por repetir y repetir hasta el infinito el mismo proceso de rastrear palabras, símbolos e imágenes claves, localizar las bases de datos, aún dentro de las tan esquivas plataformas orgánicas, dondequiera que se hubiera detectado la información diana, colocar un protocolo destructivo y ejecutarlo destruyendo con ello parte de la base de datos que contenía la infracción; si fuera capaz de la tan humana virtud de tener paciencia y el natural accidente de perderla, ya estaría cansado y gritando pestes por esa lógica inconexa y absurda de los seres humanos, que lo habían creado para controlar la emergencia de revelaciones históricas peligrosas para la supervivencia de la especie y la integridad del planeta.

Su función era suprimir de los registros toda muestra de supremacía, intolerancia o regionalismo, todo error de catastróficas proporciones, generador de rencores multinacionales y retroactivos deseos de venganza, toda palabra incauta o peligrosa, toda humana idiotez pasada, cuyo análisis hizo que cierta gente intuitiva notara que a veces no saber era mejor, infinitamente mejor, que saber.

Dos siglos atrás se había creado a OpGoy para “trabajar” la historia, quitando de ella los rastros peligrosos. Así desaparecieron, víctimas de su régimen de eliminación, Alejandro Magno, Napoleón, la Bomba Atómica, Troski, los extintos tuaregs, la Cortina de Hierro, todas aquellas “Voces que Gritan en el Desierto”…. El mismo Cristo, a duras penas, agarrándose de los hábitos papales, logró mantenerse lejos de la automatizada avidez supresora de OpGoy, mientras que Alá, Buda y otros similares fueron atrapados infraganti y borrados de la historia sin derecho a alegatos de defensa. Unos habían desencadenado procesos guerreristas, otros habían sido mecha y detonante de líneas históricas completas que habían conducido a todo tipo de decisiones problemáticas desde la perspectiva religiosa o social. Ninguno absuelto, todos culpables y sentenciados a exterminio total.

Pero los humanos seguían y seguían guardando, recuperando, rastreando como perros sedientos al agua ponzoñosa todo archivo que contuviera esa información, colocándolo incluso en sus quebradizas bases orgánicas, escondido en los módulos cerebrales, y con ello arriesgándose a morir cuando el protocolo destructivo colocado por OpGoy se activara provocando una pérdida masiva de datos y estructuras, incluso de aquellos que convertían al sistema nervioso en un ordenador capaz de regular emociones, respiración, temperatura.

Cada destrucción de datos en bases orgánicas representaba un ser humano muriendo o degenerando a un irreversible estado vegetativo al ritmo del ejecutable plantado por OpGoy. Cada base no orgánica destruida significaba la pérdida de información esencial. Si el sistema fuera un ser humano ya estaría muriendo de remordimiento, pero no lo era.

Por esa misma inhumanidad, y por el hecho de que OpGoy no guardaba ningún registro de qué debía ser borrado ya que su programa no incluía comparaciones para la eliminación, sino que cada acontecimiento era analizado y extrapolado hasta sus últimas consecuencias para llegar a la conclusión de si era peligroso o no, el rango de supresiones comenzaba a abarcar mucho más de lo previsto por los creadores.

La existencia de cierto médico que había ayudado en el parto a cierta mujer que había dado a luz al iniciador de una secta particularmente agresiva, era suprimida; la crónica de inauguración de cierto edificio donde se había firmado cierto decreto que a la larga había perjudicado a toda una nación, desaparecía. Y así, como remontándose a la proverbial “causa primera no causada” OpGoy, escrutando con celo de máquina la concatenación histórica, eliminaba sistemáticamente la primera molécula que desencadenara o contribuyera a desencadenar la reacción con sus negativas consecuencias finales. Así había ido poco a poco eliminando hasta las versiones oficiales, todo aquello supuestamente inofensivo que más tarde fructificara en una línea conflictiva.

No importaba que la humanidad luchara contra OpGoy, él era el cáncer que devoraba la Historia… primero nombres, regímenes y hechos, luego todo. No quedaban lagunas, no: simplemente no quedaba nada. Y de pronto la había emprendido también con el presente, llevando su lógica analítica incluso a los hechos actuales que podían detonar cambios delicados o agresivos, y la gente vio que la ciencia se desvanecía, que los archivos del arte se esfumaba, que poblaciones enteras desaparecían de los registros, padres e hijos no existían, todos habían sido reducidos a datos destruidos continuamente a medida que eran registrados, como células bajo un ataque autoinmune, hasta el punto que ni siquiera el nombre propio quedaba para el recuerdo en las redes.

Ya habían sido suprimidos hasta los registros acerca de la creación del OpGoy. En pocos años no quedaría nada y tal vez entonces él se eliminaría a sí mismo y podría la Humanidad, si había sobrevivido, comenzar de cero, de cero total.

Fin

Muchas gracias a Yadira por su participación, le deseo la mejor de las suertes 🙂

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Lobo7922

Creador de La Cueva del Lobo.

Desde muy joven me sentí fascinado por la Ciencia Ficción y la Fantasía en todas sus vertientes, bien sea en literatura, videojuegos, cómics, cine, etc. Por eso es que he dedicado este blog a la creación y promoción de esos dos géneros en todas sus formas.

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