Adiós Marty, adiós Enrique

Desde Alicante España, el autor Maxi Veloso, nos envía uno de sus cuento para participar en nuestro Concurso de Relatos:

Astronauta

Adiós Marty, adiós Enrique

Autor: Maxi Velloso.

Eran las ocho y media de la mañana y el cuerpo de Marty todavía estaba sobre la mesa de la sala de recreo. La noche había sido casi inusual, se le podría quitar el casi si no se estuviera repitiendo lo mismo que unos años atrás, aunque entonces el cuerpo sobre la mesa era el del Mayor Gernsback y Marty era el que estaba de pie junto a Jim.

Mirando el cuerpo decidió que saldría a regar las plantas y luego prepararía todo para que metieran la camilla y poder así sacar a Marty. El día prometía, la brisa movía de un lado a otro la hierba en el campo y el sol resaltaba los colores gracias a la lluvia de la jornada anterior. La manguera estaba enrollada en su sitio habitual, al abrir el grifo salió un chorro de agua sucia pero dio paso a otra más cristalina. – Agua cristalina – pensó, se lo había ganado después de tantos años. Terminó la faena del jardín y volvió a entrar.

El cuerpo de Marty seguía allí, fue al depósito a sacarse el traje y volvió. Siempre pensó que Marty sería el primero de los tres, era el más frágil…

– ¡¡Base Alfa a Gamma 3!! ¡¡Base Alfa a Gamma 3!!- Chilló la radio.

La voz de Enrique le sacó de sus pensamientos y fue a responder.

– ¡¡Aquí Gamma 3!! Hola Enrique.

– Buenos días Jim, ¿Cómo has comenzado la mañana? – Preguntó Enrique estando al tanto de la muerte de Marty.

– El cuerpo está listo para que se lo lleven. ¿A qué hora vendrán con la ambulancia? – Contestó Marty obviando la pregunta

– Están de camino, llegarán en cualquier momento – La voz de Enrique sonaba apesadumbrada. Conocía a Marty tanto como se lo había permitido el intercomunicador, así y todo le tenía cariño, eran voces amigas.

Sonó el timbre exterior, los camilleros habían llegado. Jim cortó la comunicación despidiéndose y se acercó a la compuerta, esperó que la luz se pusiera en verde y abrió, un soplo de aire se escapó al presurizar la cámara de vació que le separaba del exterior, recogió la camilla y la puso al costado de la mesa donde estaba Marty. Con un gran esfuerzo le colocó sobre ella. Apretó el botón para despresurizar la entrada, en cuanto la luz se puso verde la compuerta se abrió, empujó la camilla con el cuerpo dentro, la compuerta se cerró y la luz pasó a rojo. Parado frente a los botones que controlaban la compuerta dijo con voz muy queda en el vacío de la habitación – Adiós, Marty.

“Estamos en la base lunar de lanzamiento F. J. Ackerman, ante un evento único en la historia de la humanidad, los astronautas John “Marty” Campbell Jr. y James H. Ellison junto al Mayor Leonard Gernsback, emprenderán una travesía que les llevará a un viaje donde ningún hombre a llegado jamás…”

“Vemos como la nave Gamma 3 y su tripulación, se aleja para pasar treinta años en el espacio, recopilando información sobre el universo que nos rodea y…”

“Volveremos a verlos en persona cerca del fin del milenio. Esta es una gran empresa emprendida por estos tres valientes que dejan atrás al resto de la humanidad en pos del descubrimiento y la ciencia. Devolvemos la conexión a estudios.

Aquí radio RKO-601…”

Los treinta años habían pasado y el módulo de aterrizaje estaba acercándose con sus paracaídas abiertos al máximo. Por unos problemas de funcionamiento en los controles de navegación de la nave, el sitio de entrada se había desplazado y ahora la maniobra se llevaría a cabo en el desierto de Almería en España. Hacía ya unos meses que se habían hecho los cálculos de reentrada y este era el lugar ideal para el recibimiento. Se montó una base de comunicaciones y todo un dispositivo de seguridad para que nada pudiera estropear el trabajo que allí se realizaba.

En un barracón de observación se encontraban los representantes de la NASA y en otro los medios de comunicación más importantes del mundo. El evento estaba siendo transmitido en directo para todas las cadenas de radio y televisión.

El módulo se posó sobre tierra como si fuera una hoja. Enseguida, Jeeps cargados de gente en uniforme, ambulancias y bomberos, y como no, las furgonetas de los medios, se acercaron a la zona que tenían reservada. El polvo que habían levantado se dispersó por fin. Resplandeciente bajo el sol ahí estaba una enorme formación irregular de metal, el modulo de aterrizaje y exploración de la nave espacial Gamma 3.

Para impresionar aún más al expectante público, los tres astronautas habían decidido a manera de chiste, salir con sus trajes puestos, como si de una exploración espacial se tratara. La compuerta se abrió con un suspiro y allí aparecieron. El primero en salir fue el Mayor Gernsback y enseguida le acompañaron, Campbell y Ellison. En cuanto los tres astronautas levantaron las manos para saludar, la multitud allí presente aplaudió entusiasmada. Entonces fue cuando sucedió lo más extraño. El Mayor Gernsback se quitó el casco y al momento empezó a retorcerse, indicando con gestos a los demás que retrocedieran y no se quitaran los cascos. Los tres astronautas entraron aprisa nuevamente a la nave y cerraron las compuertas sin dejar pasar a nadie.

Unos chasquidos se escucharon en el receptor de la base de comunicaciones. – ¡¡Aquí Gamma 3, aquí Gamma 3, contesten por favor!! – Se escuchó la voz del astronauta Campbell, con desesperación. -¡¡ El Mayor tiene convulsiones, no sabemos que le pasa!! -.

– ¡¡Base Alfa a Gamma 3, base Alfa a Gamma 3!! Deben abrir la compuerta y dejar entrar un grupo de médicos. – Pero no hubo respuesta.

Todos estaban muy inquietos por lo sucedido y no se figuraban que podía haber pasado, hasta que, de una esquina de la habitación alguien con voz muy tranquila, casi como hablando para si mismo, dijo:- Han pasado treinta años en el espacio, ¿es qué realmente creíamos que no tendría ninguna consecuencia? –. Entonces, un silencio seguido por un murmullo recorrió la habitación y todos miraron a este hombre, el profesor Barnard.

El profesor Barnard era un hombre de unos setenta y cinco años que había participado en el proyecto desde el principio, desde que era un joven estudiante. La teoría que expuso a continuación dejó a todos sin habla y con un sentimiento de soledad y consternación por los tres hombres que estaban aislados en la nave. El profesor explicó que, tras treinta años en el espacio el sistema inmunológico de estos hombres se había acostumbrado a respirar aire purificado, beber agua depurada y comer comida procesada; que no estaban preparados para poder enfrentarse a los gérmenes y bacterias que habían dejado atrás hacía ya tiempo, que eso los mataría en cuestión de horas o días.

– ¡¡Base Alfa a Gamma 3!! Van a tener que dejar entrar unos médicos con escafandras para analizar la situación y ver al Mayor, ellos les dirán que hacer.

“Nos informan que lo sucedido en esta base, la Base Alfa, hoy por la tarde ha sido debido a la incapacidad del sistema inmunológico de los astronautas de readaptarse a nuestra atmósfera. El gobierno de los Estados Unidos ha prometido que pondrá todo su esfuerzo en…”

“Los médicos han salido del módulo y han declarado que, el Mayor Gernsback está fuera de peligro pero, ninguno de los tres astronautas podrá abandonar la nave hasta…”

– ¡¡ Base Alfa a Gamma 3, Base Alfa a Gamma 3!! – Sonó la voz de Enrique en el intercomunicador, eran las diez de la mañana del día siguiente.

– Hola Enrique, ¿qué tal la mañana? – Preguntó Jim sin demasiado entusiasmo.

– Aquí, tratando de saber qué tal estás – Dijo amistosamente Enrique.

– Bien, creo que ha sido una liberación, a pesar de haber perdido lo único que tenía de familia aparte de tu voz. – forzaba el tono de su voz para sonar neutral o no mostrar demasiado sus emociones.

– ¿Has estado escuchando las cintas otra vez? Sabes que no te hace bien – como si regañase a un niño pillado robando caramelos.

– Enrique, ¿Sabes que ya han pasado nueve años? – Preguntó retóricamente, y Enrique, como si no estuviera al tanto, contestó – ¿Tanto tiempo ya? -.

Enrique Sánchez Pascual era un hombre sencillo. Era viudo pero tenía una hija y dos nietos. Había empezado a trabajar en las oficinas de la NASA, en la MDSCC (Madrid Deep Space Communications Complex) de Robledo de Chavela en el año sesenta y uno, en telecomunicaciones, desde que se colocó la primera de las antenas para el proyecto Mariner; pero cuando tuvo unas complicaciones respiratorias a mediados de los noventa, pidió que lo trasladaran para estar más cerca del Mediterráneo, donde el aire es más húmedo y sus pulmones respirarían mejor. Ese traslado se efectivizó a finales de mil novecientos noventa y nueve, cuando se montó la Base Alfa para recibir al módulo de exploración de la nave espacial Gamma 3. Enrique fue la voz de los altavoces del módulo durante estos nueve años, ahora solo quedaban Jim y él. Y él solo estaría hasta fin de año, se jubilaba.

– Está el psicólogo, ¿Quieres hablar con él? – Preguntó Enrique, aunque sabía muy bien la respuesta.

– Dile que he salido – Bromeó sin ganas Jim y cortó la comunicación apagando el equipo, no quería que le molestaran el resto del día. Entró al depósito para colocarse el traje y poder salir a regar las flores, que estaban más coloridas que nunca.

Por el gran ventanal que daba al jardín se le podía ver de un lado al otro, trajinando con la manguera y vestido de astronauta. Ese jardín era lo único que le quedaba. Había obtenido el permiso para poder plantar algunas flores, para no sentirse atrapado entre esas paredes de latón. Su sueño era tener una granja de flores cuando volviera a la tierra, pero nunca imaginó que olerlas pudiese matarlo. Cada vez que salía a regarlas, Marty se irritaba muchísimo, lo tomaba como algo en su contra, una agresión, pero no era así, solo que Marty tenía miedo, miedo a quedarse solo, a que Jim tuviera un accidente allí fuera, en esa tierra que era ya desconocida para ellos. Marty siempre pensaba que si por lo menos hubieran podido volver a despegar y perderse en la inmensidad del espacio, como otra exploración más, las cosas habrían sido de otra manera, pero no podían, los cohetes del módulo no tenían la potencia para vencer la gravedad terrestre y, el gobierno no estaba dispuesto a gastar un dineral en un proyecto que no traería beneficios. Estaban aquí en tierra extraña, aunque los extranjeros eran ellos para este mundo.

“El Mayor Leonard Gernsback, el comandante de la misión Gamma 3 ha fallecido esta mañana a las 11h., Hora local. El Mayor era uno de los tres astronautas que regresaron hace dos años, después de estar treinta años en el espacio. Ha fallecido a causa de una enfermedad causada por las secuelas de su salida del módulo cuando…”

Ya habían pasado un par de semanas y la rutina se repetía día tras día. Levantarse temprano, hacer ejercicios, salir a regar las plantas, volver a entrar, seguir leyendo el libro que había empezado hacia ya un par de días,… Hasta eso era molesto, ya que no había nada nuevo que leer, desde fuera no podían pasarle nada, el papel no resistía el esterilizador. Todo se limitaba a lo que se llevaron antes de partir, unos cuantos libros y unas cuantas revistas. Comer otra vez esa comida envasada que le hacían llegar desde fuera, con su color marrón y el envoltorio plateado, el mismo sabor durante treinta años.

“Cuatro días después del aterrizaje, tenemos una historia conmovedora que contarles, la madre de uno de los astronautas, el teniente James H. Ellison, ha llegado desde Estados Unidos para poder hablar con su hijo. Han hablado cerca de tres horas y nos cuentan que ha sido un momento muy emotivo en la base…”

“La madre le ha dicho al Teniente Ellison, que el Secretario de Estado, en nombre del Presidente, le ha prometido que harán todo lo posible para encontrar una solución al problema, aunque…”

– ¡¡Alfa a Gamma 3!! ¡¡Alfa a Gamma 3!! Hola Jim – La voz de Enrique sonaba animada.

– Hola Enrique, ¿qué tal la mañana? – La voz de Jim sonaba con cansancio. No había dormido bien y había decidido no levantarse temprano. Por primera vez en treinta y nueve años.

– Suenas raro, ¿estás bien? – Se preocupó Enrique.

– Solo que anoche no dormí bien – dijo terminando la frase con un suspiro mientras se frotaba las sienes con el pulgar y el dedo medio.

– ¿Te apetece jugar a las cartas? ¡Ese bendito póker! Aunque ya tengo muchos frascos llenos de alubias. – Bromeó Enrique.

– No tantos como yo quisiera tener – Se quejó por lo bajo Jim. – Aunque estaba por salir a regar las plantas, pero supongo que allí estarán cuando salga – Y se dispuso a repartir las cartas.

– Reparte tú – Insistió Enrique.

Era curioso escucharlos cuando jugaban a las cartas. El juego lo habían implementado un par de semanas después de la muerte de Marty. En ese momento una baraja de póker que Marty se había llevado para el viaje y con la que siempre estaba haciendo trucos de magia, quedó sobre uno de los estantes de la sala de recreo. Tras la insistencia de Enrique en jugar a algo, a Jim se le había ocurrido darle la mitad de esas cartas a él, y así poder jugar al póker, con la promesa de que ninguno haría trampa. Jim no había logrado ganarle a Enrique ni una sola vez en los tres meses que llevaban jugando.

La teoría decía que cada uno mezclaba su mitad de baraja y cogían cinco cartas, luego Jim daba vuelta otras dos y se las decía a Enrique, allí empezaban a apostar alubias. Jim no tenía ninguna así que jugaba con su memoria, aunque nunca anotaba, se acordaba de las apuestas de cada mano que se estaba jugando. Total, siempre perdía, era ya como un pequeño ritual. La mano terminaba cuando ya se habían dado vuelta todas las cartas y los juegos se armaban con las que Jim había destapado al principio.

– Me he quedado sin alubias por hoy Enrique, además, quiero salir a tomar un poco de aire – Dijo con una mueca de broma.

– Ok, adiós amigo – Dijo Enrique imitando el acento americano de las películas del oeste y cortó la comunicación.

No podía salir a regar las flores, no era una buena hora para eso, así que fue a buscar comida y se sentó mirando hacía afuera por el ventanal. Cuando quiso darse cuenta ya estaba anocheciendo. Se había sumido en sus pensamientos y el tiempo había pasado corriendo, ya no podría salir. Regaría al día siguiente.

Con su traje puesto y en medio de las flores, vio un poco más allá una planta extraña, estaba fuera de los límites del jardín, era una maleza, si no la quitaba terminaría por invadir todo y arruinar su trabajo, su único trabajo. Se acercó al límite del jardín y desde allí observó la planta, estaba como a unos cinco metros, miró sus pies y dio un paso al frente, nunca había traspasado esa línea y sintió una leve liberación. Se acercó a la planta y la arrancó de un tirón, la amasó con sus manos enguantadas dejándola lo más redonda posible y la lanzó como si fuera una bola de béisbol. Aunque nadie le viera a través del casco, sonrió. Dio media vuelta y vio ese módulo, el Módulo de Exploración Gamma 3, con un jardín delante, le pareció una imagen tan irreal que empezó a reírse a carcajadas y emprendió el camino de regreso.

El reloj marcaba las once de la noche. Jim estaba de pie frente al ventanal mirando hacia fuera. El pequeño oasis que se había formado alrededor del módulo parecía una postal bajo la luz de la luna. Fue al deposito y se puso el traje, calculó cuanto tiempo de oxigeno tendría y vio que podía pasar toda la noche fuera si quería. Salió y se recostó en el suelo entre las flores a observar el cielo del desierto. Encendió el intercomunicador del traje para escuchar los chasquidos y la interferencia, sabiendo que nadie podía comunicarse con él pero le gustaba ese sonido familiar. Nunca pensó que podría llegar a extrañar el espacio exterior. Para él fue una bendición el regresar a casa y dejar la nave, y ahora la nave se había vuelto su hogar, si a eso se le podía llamar hogar. Entre todos estos pensamientos se durmió, allí, en el suelo.

El sol del amanecer le despertó, con un sobresalto comprobó el oxigeno y vio que tenía una media hora más, se puso de pie y cogió la manguera para regar las plantas, tuvo la tentación de quitarse el casco y beber agua, como hacía cada vez que su madre regaba las flores cuando el era niño, pero recordó a Leonard. Terminó de regar y volvió dentro del módulo, le pareció todo más pequeño de lo usual, fue al depósito y se quitó el traje, volvió y se sentó a esperar que Enrique le diera los buenos días. Era el 28 de diciembre de 2009.

Esperó sentado hasta las doce de la mañana y no aguantó más.

– ¡¡Aquí Gamma 3 a base Alfa!! Conteste por favor.- dijo expectante.

– ¡¡Aquí base Alfa!! – respondió una voz desconocida, más joven, indiferente.

– ¿Enrique? – preguntó Jim para asegurarse.

– El señor Sánchez Pascual no trabaja más con nosotros, ahora seré yo su enlace con el exterior – dijo la voz del otro lado.

– Pero… ¿ha sucedido algo? – Pregunto temeroso de recibir malas noticias.

– No, solo es que se ha jubilado, ¿no se lo dijo? – la indiferencia de aquel hombre al otro lado del cable le desconcertaba. -¿Puedo hacer algo por usted? ¿Necesita alguna cosa?…Por cierto mi nombre es Juan, Juan José Pérez Martínez.

Jim le dijo que no, que solo quería hablar con Enrique y nada más. Cortó la comunicación despidiéndose amablemente.

A eso de las siete de la tarde, después de entrar de regar sus flores, se comunicó nuevamente con la base. – ¡¡Gamma 3 a base Alfa!! – Dijo con algo de urgencia.

-¡¡Aquí base alfa!! – La misma voz indiferente. – ¿Qué puedo hacer por usted?

– Necesitaría si me puede facilitar la dirección de Enrique, me gustaría enviarle algunas cosas. – Dijo Jim sin mucho énfasis.

– Cualquier cosa que quiera hacerle llegar puede hacerlo a través nuestro, lo sabe. Además el señor Sánchez Pascual ha dejado dicho que vendría el dos de enero para despedirse de usted. – Dijo el hombre con pocas ganas de dar explicaciones.

– Es que me gustaría que le llegaran unas cosas por correo ordinario, es una sorpresa navideña.- Dijo Jim simulando complicidad, a lo cual su interlocutor no correspondió, pero le dio la dirección para que Jim le dejara tranquilo.

– Mañana les daré un paquete para que se lo envíen por correo. Hasta mañana entonces. – Dijo Jim y cortó la comunicación sin esperar respuesta.

Se aseguró antes de ir a dormir de que el traje estuviera bien conectado para recargar al máximo la mochila de oxigeno y se fue a la cama, mañana la salida sería un poco más larga de lo habitual.

Se levantó a eso de las diez de la mañana. Nadie le interrumpió desde el intercomunicador. Fue a revisar el traje y comprobó que los tanques de oxígeno estaban llenos a su máxima capacidad. Se colocó el traje, cogió unas cosas que tenía junto a su catre, las guardó en uno de los bolsillos y salió del módulo.

El camino que estaba frente a él no le intimidó, empezó a caminar firmemente. Tras unos largos minutos de caminata llegó a la puerta de la base. Unas puertas desvencijadas y oxidadas, con un cartel, aun más oxidado, colgando por una punta que decía “KEEP OUT PRIVATE PROPERTY OF THE US GOVERNMENT”. Al ver esto y la garita del guarda abandonada, se dio cuenta que el también había sido abandonado, pero siguió adelante, tenía un plan más importante.

Llegó caminando a la carretera que llevaba al pueblo que quedaba a unos cuatro kilómetros de donde él estaba. Siguió por el borde de la calzada, pasaban coches y camiones que tocaban la bocina a su paso creyendo que era alguien que había perdido una apuesta o un loco disfrazado, pero todos seguían su camino. Después de una hora caminando llegó a la entrada del pueblo. Un anciano sentado en la puerta de su casa, miraba al astronauta como si hubiera sido siempre parte del paisaje, éste se acercó al hombre sentado y le mostró un papel que sacó de un bolsillo. El anciano gritando y con muchas gesticulaciones le indicó como llegar a la dirección que estaba anotada sobre el papel. Jim le saludó a la manera militar y siguió su camino.

Veinte minutos después estaba frente a la puerta de la casa de Enrique. Tocó al timbre.

Se escucharon voces dentro de la casa y alguien que se acercaba hasta la puerta. Un grito de susto –que él no oyó- salió de la mujer que apareció ante a él. Un niño y una niña llegaron rápidamente a su lado, la mujer más tranquila ya, comprendió lo que pasaba y levantando la voz llamo – ¡¡Papá!! Te buscan – Y le hizo señas a Jim para que esperase.

Jim levantó una mano saludando y asintiendo, aunque desde fuera del traje casi no se percibía el movimiento. Por el pasillo se acercaba Enrique con una cara mezcla de asombro e incredulidad. Jim sacó de su bolsillo la mitad del mazo de cartas y se lo mostró a Enrique. Este esbozó una sonrisa, pero la tristeza se apoderó de él y trató de excusarse por no haberle dicho nada sobre su jubilación. Jim le puso una mano en el hombro y le tendió las cartas para que las guardara. En ese momento, Enrique cayó en la cuenta del largo camino que había recorrido Jim hasta allí y le agarró por el brazo para poder ver el manómetro del oxigeno, se tranquilizó al ver que todavía le quedaban unas seis horas. Lo primero que pensó fue llevarlo inmediatamente de vuelta a la base, pero le indicó que entrase, el astronauta le contestó por gestos que no, que quería irse. Señalándose a si mismo y luego a Enrique gesticuló una despedida. Enrique comprendió que Jim no lo culpaba por ese abandono, aunque sabía que había hecho mal en ni siquiera haberle avisado, pero no había podido, le dolía cada vez que lo había intentado. El niño de antes se acercó a Enrique y se agarró a su pierna mirando al astronauta con mucho interés en descubrir que era eso. Enrique le acarició la cabeza y le dijo señalando al astronauta – Éste es mi amigo Jim. – Cuando seas un poco mayor te contaré quien es y le iremos a visitar. – y se volvió sonriendo hacia Jim.

Aunque Jim no escuchó lo que Enrique dijo, hizo como que lo entendía. Nuevamente sacó algo del bolsillo y se lo enseñó a Enrique, era una foto de su madre, había muerto hacía unos años y quería ver donde estaba. Enrique le hizo señas para que esperase. Mientras, el niño tocaba al astronauta como si fuera una estatua o estuviese comprobando que era real, hasta que la mujer que había abierto la puerta vino, y con una sonrisa de disculpa, se llevó al niño. Enrique volvió con un papel con un mapa dibujado y le mostró como debía leerlo, era el camino hacia el cementerio.

Jim levantó la mano para despedirse y Enrique repitió el mismo gesto, los dos sonrieron pero Enrique no se enteró, la visera del casco era espejada y solo vio su rostro reflejado, sonriendo con un dejo de tristeza. No cabía en su cabeza por lo que este hombre que ahora estaba en su jardín, había tenido que pasar. Jim miró las flores que había a su alrededor y le hizo un gesto a Enrique. Este comprendió rápidamente y fue a buscar unas tijeras para cortar la rosa más roja que encontrara, cortó la flor y se la dio a Jim. Este le dio las gracias levantando el pulgar y abriendo la palma de la mano para saludar por última vez, dio media vuelta, y comenzó a caminar mientras Enrique le veía alejarse.

Las personas del pueblo le miraban pasar como si fuera una atracción de circo. Unos niños que estaban jugando con un balón, lo dejaron escapar para seguir al astronauta y corretear a su lado observándolo desde todos los ángulos posibles. Jim desde el interior de su traje les miraba divertido.

Llegó a las puertas del cementerio y entró. No era muy grande y a pesar de las pocas indicaciones que le había dado Enrique no le sería difícil encontrar a su madre. Tras un par de vueltas vio el nombre escrito sobre una lápida y allí se quedó de pie. Si hubiera podido llorar lo hubiera hecho.

El sol estaba muy alto en el cielo, miró el reloj que tenía en el brazo junto al manómetro y de un vistazo, comprobó que tenía todavía unas cuatro horas de oxigeno y que eran las dos de la tarde. Dejó la rosa sobre la tumba, puso la mano en el casco a la altura de la boca y luego la posó sobre la foto de la lápida. Empezó a caminar para volver al módulo, calculó que en unas dos horas y poco estaría de vuelta.

Al pasar nuevamente por el pueblo nadie le hizo caso, los niños siguieron jugando con el balón que habían recuperado, las mujeres seguían su camino y los ancianos seguían con sus charlas en las puertas de sus casas, solo el anciano que le había indicado como llegar a casa de Enrique le saludó haciéndole la venia y poniéndose en pie mientras se apoyaba en un bastón. Jim le saludó con la mano abierta y siguió su camino rumbo a la base Alfa.

Llegó a la puerta desvencijada y la advertencia de propiedad del gobierno de los Estados Unidos de America, miró hasta donde le llegó la vista y no encontró otra construcción más que la garita de control de entrada abandonada. Se preguntó dónde estaría el edificio principal de la base, era extraño que nadie saliera tras él cuando se fue, y más extraño aún era que nadie estuviera para llamarle la atención. Entonces se decidió a entrar en el módulo y preguntarle a Juan José Pérez Martínez, el de la voz indiferente, donde estaban esos edificios. Eran las cuatro y veinte de la tarde del 29 de diciembre de 2009.

Caminó hasta el módulo, el Módulo de Exploración Gamma 3. Cuando lo tuvo enfrente se quedo de pie mirándolo, como si fuera la primera vez que realmente lo veía. Miró el jardín. Miró su manómetro y vio que tenía todavía una hora y cuarenta minutos de oxigeno. Desde la entrada de la base se podía ver el mar. Giró y se puso a caminar en dirección a la carretera, si se apresuraba tendría tiempo para ver el sol brillar sobre las olas y volver, eran solo unos pocos minutos de caminata.

El mar, tan solo había visto el mar desde el espacio cuando se fueron y cuando volvieron, durante su entrenamiento en Florida no había tenido tiempo de ir a la playa, y si bien había contemplado cosas que quizás ningún hombre había visto nunca, eso le llamaba la atención más que nada en este mundo. Llegó a una pequeña cala rocosa, no había nadie, se sentó sobre una piedra y apoyó la espalda sobre otra, miró su manómetro, miro el horizonte, el sol destellaba sobre el agua.

Se quitó el casco, tomó una bocanada de aire fresco que le hizo picar la garganta. Se quitó los guantes y acarició las piedras que tenía a su alrededor. Una brisa muy suave le acariciaba su rostro agrietado. Se olvidó de las cosas que tenía que preguntarle a aquel hombre del otro lado del cable y cerró los ojos para escuchar el sonido del agua romper sobre las piedras.

Se hizo de noche.

Fin

Dedicado a la perra Laika.

Muchas gracias a Maxi por compartir su relato con nosotros, espero que se anime a enviarnos mas cuentos en el futuro 🙂

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Lobo7922

Creador de La Cueva del Lobo.

Desde muy joven me sentí fascinado por la Ciencia Ficción y la Fantasía en todas sus vertientes, bien sea en literatura, videojuegos, cómics, cine, etc. Por eso es que he dedicado este blog a la creación y promoción de esos dos géneros en todas sus formas.

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